Homenaje a Humberto Lizardi Flores
Opinión y Comentarios 13 octubre, 2025 Edición Cero 0
Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.-
Debo ser una de las personas que más compartieron con Humberto Lizardi su vida. Al recordarlo hoy, en el 52° aniversario de su asesinato en Pisagua, no siento que seríamos leales a Tito si sólo lo evocáramos como un muchacho generoso y bueno. Es lo que generalmente se hace cuando se recuerda a alguien que ya ha partido. Claro que no. Lo recordaré como realmente era, como él querría que se hiciese. Me refiero a su idealismo, inspirado en la entrega por el bien colectivo de los demás; es decir, a su adhesión sin vacilación y compromiso con la lucha social.
Efectivamente, Tito fue un combatiente social, y sé que hoy, si viviera a sus 76 años, estaría en primera línea en la lucha que emprendió en su corta vida. En la mañana de un día de octubre de 1973 fue sacado de la celda que compartía con él y unos 40 o 50 presos políticos más. Tito sabía que sería asesinado; lo sé porque la noche anterior de aquel día estuve hablando mucho con él; es decir a solo unos días de su muerte. Antes que lo fusilaran fue torturado y luego sometido a un juicio-farsa cuyo expediente hoy no existe.
Me dijo textualmente: “no tendrá ninguna razón mi vida ni mi muerte si la lucha en la que estoy empeñado otros no la continúan.” Dicho con claridad, en cualquier homenaje que se quiera hacer a Humberto Lizardi, es de respeto a él, en primer lugar, referirse a sus ideas, y ellas, en el mejor sentido y significado, son políticas. En otras palabras, ellas fueron la mayor razón de su vida, así como también la única de su muerte.
Algunos años antes de ser asesinado, con Tito y otros amigos de entonces, estuvimos entre quienes iniciamos la vida universitaria en Iquique. Fue en l966, cuando en nuestro puerto inició sus actividades docentes la Universidad de Chile; primero, como centro universitario y pocos años después como una de los ocho sedes de la Universidad de Bello. Tito, de 19 años, era alumno de aquella novel Alma Mater, y tuve el honor de ser su profesor.
Fue, en verdad, un brillante estudiante, poeta, gran polemista, muy activo socialmente dentro y fuera de la Universidad, organizador y dirigente estudiantil, condición que combinaba muy bien con su honestidad, carisma, generosidad con sus compañeros, e incapacidad de la más leve deslealtad con nadie, ni siquiera con sus contrarios en las ideas.
En el fondo, insisto, aquellas cualidades no eran sólo expresión de su alta calidad humana, sino de su vocación de servidor y reformador social.
Me consta que estudió Educación con gusto y gran amor, luego de abandonar por su propia voluntad la carrera de Leyes que había iniciado en 1965, nada menos que en la Universidad de Chile en Santiago. Como él decía, la Educación era la única profesión que le permitía un profundo contacto humano con grandes grupos de personas; no sólo eso, sino con las mejores, los niños y los adolescentes. Tito era, desde lo más hondo de su alma, un verdadero maestro. Como tal, era amable, comprensivo, excelente expositor de su ciencia, diestro verbalmente, excelente orientador y consejero espiritual.
En su espíritu, sobre toda otra consideración, marchaba junto a su carácter una ansiedad irrefrenable por cambiar el mundo. Decía muy frecuentemente, parafraseando al Quijote, «solo estoy aquí para enderezar entuertos.» Fue esa, en verdad, la gran característica que lo identificaría desde sus primeras incursiones en el ámbito social, las que tuvieron práctica en la universidad.
La Universidad local de entonces, gratuita y popular, apenas se insinuaba como tal, en un mundo en que había mucho que hacer. Lo primero que hizo Tito, una vez elegido por sus compañeros como Presidente del Centro de Alumnos en las primeras elecciones estudiantiles de la FECH-Iquique en 1967, fue redactar y leer una declaración suya en el acto de su asunción como presidente de la FECH iquiqueña. En esa declaración entregaba a todos un programa muy acotado de acción y una definición de lo que debía ser una universidad para nuestra ciudad, así como para países como el nuestro, dependientes, desiguales socialmente y en desarrollo. La Universidad, declaró Tito mil veces, debe estar al servicio de la sociedad, tal como lo declarara su fundador Andrés Bello en 1843. La Universidad, si es verdadera, decía, debe identificarse claramente por el cambio social, particularmente en favor de los pobres.
Publicó en hojas mimeografiadas aquel discurso y las repartió entre sus condiscípulos, así a la antigua, de mano en mano y en la puerta de la sede universitaria. Escribió muchos opúsculos sobre temas sociales y propios de una universidad; así como también muchos otros referidos a temas literarios y políticos, que publicó en el diario mural de la Universidad. Fue Tito quien organizó y dio vida al primer diario mural estudiantil, que llamó “La Tempestad,” nombre que, como buen estudiante de Pedagogía en Inglés evoca a Shakespeare, contiene significados de movimiento, acción.
En total sintonía con los nuevos tiempos, reclamaba el derecho a la tri-estamentalidad en la gestión de las universidades cuando ya el estudiantado universitario en todo el mundo apenas empezaba a desplegar esa lucha. Fue aquí, entonces, en Iquique, cuando gracias a Tito, se proclamó ese principio antes que en muchas instituciones universitarias de Chile. A la vez, a pesar de una porfiada asma que con cierta frecuencia lo agobiaba, organizó y participó en cursos de extensión universitaria en varios planes de “Acción Social” programados y ejecutados por la Universidad, en poblaciones y en el Hospital Regional de entonces.
Sus ideas tomaron forma definitiva cuando se declaró públicamente como un creyente cristiano observante y políticamente de izquierda, adscribiendo filosóficamente su pensamiento a las propuestas sobre Creacionismo y Evolución de Teilhard de Chardin y, en lo político, a la novel propuesta teológico-política de la “Teología de la Liberación.” Era 1967, cuando los movimientos socialistas cristianos tenían una minúscula difusión en algunas revistas jesuitas o en círculos de curas católicos y pastores protestantes revolucionarios.
En muchas de nuestras conversaciones, a solas, o con otros amigos, repetía que los conceptos explotación, alienación, y lucha por la igualdad y la justicia social proclamados en la filosofía y doctrina política de Marx ya habían sido proclamados con meridiana claridad aquí, en la tierra, por el Hijo Unigénito de Dios. En un foro que le recuerdo en la universidad, trajo a colación la figura evangélica del apóstol Santiago, con pasajes del antiguo Testamento, como éste, que Tito, además, citó en uno de sus opúsculos:
“Oh, ricos, llorad… sabed que el jornal que no pagasteis a vuestros trabajadores está clamando contra vosotros y el clamor de ellos ha penetrado los oídos del Señor.”
Poco tiempo antes del golpe de 1973, su convicción que la vía revolucionaria era el único método para alcanzar la sociedad nueva, en consonancia con sus convicciones teleológicas cristianas, lo condujo a las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR, organización de la cual fue su primer dirigente regional. Fue la decisión de aceptar ese cargo, lo que selló su aprehensión, encarcelamiento, torturas y fusilamiento ordenado por el generalato militar de Iquique luego del golpe fascista tras el cual la derecha política nacional usurpó el poder del Estado en septiembre de 1973.
Hoy, cuando la ausencia del decoro y la falta de consecuencia en política parecen filtrarse por todas partes; cuando las claudicaciones a los principios, el oportunismo, las volteretas, los conciliábulos, la corrupción y las ambiciones por el poder son noticia diaria al interior de la clase política profesional, digamos que la consecuencia, las honestas convicciones en servir a los demás y la generosidad sin límites de Tito, constituyen su mayor legado moral, especialmente para la juventud. Por cierto, ese legado sólo tendrá valor si las nuevas generaciones de hoy lo transforman en práctica. Es la única forma de mantener vivo el recuerdo y el ejemplo de Humberto Lizardi Flores.

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