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Daniel Ramírez Gutiérrez, economista.-  La Constitución elaborada tendrá un plebiscito de salida que al parecer se inclinará por el rechazo, pero eso a la... Todo de nuevo

Daniel Ramírez Gutiérrez, economista.- 

La Constitución elaborada tendrá un plebiscito de salida que al parecer se inclinará por el rechazo, pero eso a la derecha tradicional le da lo mismo, incluso me atrevería a decir que, si bien gana con ambos resultados, gana más con el rechazo, porque eso empañará la figura de los republicanos y de Kast. Nuestra derecha tradicional estará feliz con la Constitución actual y con sacar a Kast del camino.

Una revolución es un largo proceso social que tiene como consecuencia principal el nacimiento de una nueva cultura. Una nueva cultura que se va creando durante el proceso de las transformaciones materiales, sociales y políticas que la sociedad necesitaba y cuya falta motivó la eclosión. Ejemplos sobran empezando por la francesa, siguiendo con la soviética, la china, la cubana y agreguemos la chilena. Todas inconclusas aún y en deuda respecto de los motivos que las causaron.

Pero lo ocurrido en nuestro país parece ser algo poco tradicional en la lucha de los pueblos por su liberación. Un movimiento social de enorme volumen y fuerza, independiente de conducción política, complementado solo por la consabida explosión anárquica común a todas las revoluciones, llega en su grado de rebelión a arrasar con el poder constituido. El llamado estallido social destrozó la institucionalidad y se paró victorioso frente al arrodillado gobierno de Piñera. Fue una válvula de escape que liberó algo de la presión social que modela nuestra cultura evolutiva por más de 60 años.

Siempre es conveniente hacer un recuento para saber dónde estamos parados y porqué. Y es lo que voy a tratar de hacer, aunque suene repetido.

En Chile hubo una rebelión social revolucionaria cuyas semillas fueron plantadas por la reforma agraria de Frei y por la nacionalización del Cobre de Allende. Fue una opción de rebelión que se adueñó de un pueblo agobiado por sus penurias, conducidos por su ira, indignados por su soledad política y desesperados por la presión de las desigualdades vividas diariamente. Una rebelión que triunfó sobre la globalidad del poder político y que se convertirá en la vergüenza permanente de este, sobre todo de aquellos partidos políticos que pregonan su objetivo revolucionario y que no estuvieron allí para dar la puntada siguiente en este movimiento social que había tomado en su mano la soberanía popular.

El triunfo social fue pacífico, pero con una violenta respuesta de los agentes del Estado. El presidente aterrorizado, llamó a las FFAA a entrar en una guerra para frenar, como se hizo el 73, una rebelión que amenazaba terminar la forma de vida que la elite dirigente vive desde siempre. Las FFAA se negaron y lo dejaron más solo. La elite política conservadora, cara visible de la contrarrevolución, que siempre ha añorado los 17 años que estuvieron en el poder apropiándose de la riqueza construida socialmente, corrió a sentarse en una mesa de todos los colores y a ofrecer a los rebeldes una salida que cerrara la opción revolucionaria. La derecha siempre ha tenido más claro que la izquierda que vivimos en el desarrollo de un proceso revolucionario iniciado hace 50 años. Maestros en la hipocresía y la manipulación, redactaron un acuerdo que llamaba a restablecer la paz en el país, olvidando que ellos habían llamado a la guerra.

Cómo estarían de aterrorizados que aceptaron consultar al soberano para que decidiera en un plebiscito sobre los temas fundamentales en discusión: ¿Quiere una nueva Constitución? ¿Quiénes deberían redactar la nueva Constitución? El primer punto era sí o no. En el segundo había que elegir entre una convención constitucional conformada íntegramente por miembros electos democráticamente y una convención mixta constitucional integrada por mitad de miembros elegidos libremente y mitad de miembros que fueran políticos parlamentarios en ejercicio. La rebelión no tenía orgánica ni dirección y por lo tanto no tuvo la opción de estar en la mesa negociadora y fue ese el comienzo de la recuperación de la derrotada elite política, al ver que podían llevar la lucha al estadio político partidario y ser ellos quienes tomaran las riendas

Y como era de esperar comenzaron las trampas habituales de nuestros políticos profesionales. A pesar de que el mandato soberano decía que debía elegirse a independientes como convencionales, definieron que la elección se haría con un sistema electoral que no tenía cabida para listas independientes. El obstáculo más duro que se atrevieron a proponer fue que todos los acuerdos finales de la Convención deberían tomarse por un quorum de 2/3 que ellos veían imposible de lograr por los rebeldes. No muy convencidos los rebeldes aceptaron. Alguien propuso el artículo 8 del acuerdo, en el que, con el supuesto propósito de aumentar su legitimidad democrática, se establecía que el plebiscito de salida se haría con el sistema de voto obligatorio siendo que hasta ahora se había utilizado el sistema voluntario. Este fue el efecto mariposa que daría al final el arma de triunfo a los conservadores.

Los conservadores perdieron todas las elecciones ante un avasallador 78 % popular, lo que de mantenerse en la convención permitiría a la civilidad ciudadana superar el quorum de 2/3 en sus acuerdos constituyentes. Esta derrota aplastante aumentó el terror de los conservadores, pero les trajo como beneficio el sentido de unidad que debían tener en la clase dominante ante una alternativa cierta de perder su forma de vida. Se generó una unidad férrea y vital entre todos los sectores de poder. Lo económico, lo político, lo social, lo gremial, se sentía al borde de la extinción y eso eliminaba todos los límites y escrúpulos en la lucha que se iniciaba.

El pueblo se encerró a trabajar con la voluntad que da la esperanza de estar acercándose a hacer realidad un sueño largamente postergado.

Los conservadores, superando la desesperación y el pánico, se sentaron en sus palcos parlamentarios y se prepararon para la guerra.

Nosotros nos fuimos tranquilos y felices a casa creyendo que vivíamos en una sociedad democrática. Pero la democracia no es solo votar.

Se mintió, se tergiversó, se desprestigió el trabajo que desarrollaban los convencionales constituyentes, mientras estos, entusiasmados trabajaban sábados y domingos para cumplir los plazos establecidos. Fue tan poderosa la campaña contra la nueva constitución que antes de que se conociera su borrador ya estaba semi rechazada.

La nueva constitución no era una joya legal, puesto que no había sido elaborada por constitucionalistas, pero representaba en sí todo lo que se quería que representara, es decir, reflejaba plenamente el sentir y las necesidades del pueblo chileno. Era plenamente democrática. El pueblo también había mostrado lo que no quería y había dado un serio golpe político al eliminar el Senado reemplazándolo por una cámara de regiones, con atribuciones distintas al actual Senado.

Los conservadores tienen claro que el Senado es la herramienta que les da el poder de controlar las inquietudes de la Cámara y los proyectos del Ejecutivo. El Senado ha sido siempre, desde el comienzo de nuestra historia, el nido de la oligarquía nacional donde cohabitan los verdaderos poderes que deciden nuestra vida económica, social y política. Suprimirlo era una puñalada al corazón de los rancios poderes fácticos que nos han dominado desde siempre.

El ejercicio democrático había sido un éxito y mostraba una vez más por qué nuestra derecha política le teme tanto a la democracia. La nueva Constitución elaborada por convencionales elegidos sin la participación de los partidos políticos, reflejaba en términos simples lo que el pueblo aspiraba a tener como reglas de convivencia en su futuro. Ese texto de la Constitución había que ratificarlo o rechazarlo en un plebiscito nacional que en su estructura no era de la misma calidad que el plebiscito que aprobó hacer una nueva constitución. Ahora había que entrar a considerar el art. 8 del Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, el cual establecía que este plebiscito sería con voto obligatorio.

El plebiscito anterior que había decidido la necesidad de una nueva constitución y la elección de los convencionales se hizo con el sistema de voto voluntario, es decir, votaron voluntariamente las personas que están interesadas en construir su modo de vida mediante el uso de un sistema democrático y el universo máximo de votantes alcanzó a 7.573.914.

En el plebiscito de salida con voto obligatorio lo hicieron 13.021.063 ciudadanos, es decir, se agregó una masa de 5.447.149 votantes. Esto significó que se obligó a participar bajo amenaza de multas, a casi 5,5 millones de personas inscritas en los padrones electorales, que hace 10 años que no votaban porque desprecian la política y a los políticos y porque no les interesaba lo más mínimo participar en los eventos electorales. Ellos también deberían decidir ahora en el apruebo o rechazo de la nueva constitución. Y ellos decidieron.

El resultado todos lo conocemos. A algunos se nos derrumbó el mundo, otros 5,5 millones durmieron tranquilos y al otro día ya no recordaban lo que habían hecho.

Los conservadores se inflaron con el triunfo del rechazo a la nueva Constitución y lo consideraron como propio.

Toda la “clase” política tradicional lucha por sobrevivir, porque sabe en lo más íntimo, que el verdadero objetivo a superar por el estallido social eran ellos y si bien no se explican porque aún existen, tienen claro que su única opción ahora es permitir que el sistema sobreviva y cerrar todas las puertas a otros caminos.

A los conservadores, el estallido social de octubre les enseñó que estuvieron cerca de perderlo todo y que no tuvieron el poder necesario y suficiente para enfrentar a una fuerza social mayoritaria, hastiada de sus condiciones de vida. La solución que se aplicó es la habitual en estos casos: “Algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.

Nuestra historia siguió adelante con lo que se cree es la continuidad de un proceso constituyente, que en sus inicios fue la expresión soberana de las necesidades más sentidas por el pueblo de Chile y que hoy ha sido transformado en las reglas y normas más convenientes para la sobrevivencia y consolidación de la forma de vida creada por el poder de la oligarquía nacional.

La opción revolucionaria abortó y los conservadores volvieron a tomar el control de nuestra vida política. La clase política concluyó que, si no se daba curso al mandato soberano de una nueva constitución, la realidad política volvería a ser inmanejable. Pero en esta nueva constitución no se podía permitir que pasara lo mismo que en la primera y que esta nuevamente fuera dominada por fuerzas populares, de manera que bajo el paraguas de que aún estaba vigente el mandato soberano, se llamó a una reunión de toda la manga política tradicional y profesional, de todos los colores, para continuar el camino de elaborar una nueva constitución. Asistieron todos salvo la ultraderecha republicana que insistía en validar la constitución del 80.

Desde luego se olvidó convenientemente que también estaba vigente la voluntad del soberano de que la constitución mandatada fuera elaborada por constituyentes elegidos sin patrocinio político.

Se constituyó un comité de “Expertos” para elaborar un marco constitucional de 12 puntos que no podría ser transgredido por los convencionales elegidos y así se evitaría que se repitiera lo de la anterior constitución. Con esto la derecha política se protegía de lo que creía era el poder de la izquierda.

Este marco se hizo respetando algunos puntos de la constitución rechazada pero principalmente, puso un cerco a la centro izquierda e izquierda para evitar que si volvía a tener mayoría, pudiera volver a plantear transformaciones demasiado duras. Pero como sabemos la ultraderecha ajena al acuerdo, que no quiso participar en la elaboración del marco constitucional porque no quería una nueva constitución y que por lo tanto no debió haber participado en la elección de convencionales, participó y eligió la mayoría de los convencionales.

¿Por qué el pueblo votó por ellos? Es un misterio que rondará la política, pero el efecto inmediato que tuvo fue que una vez que el conjunto de las fuerzas políticas mercenarias del sector empresarial ven que tienen mayoría para hacer y deshacer la Constitución, se olvidan de las reglas y del marco de los expertos acordado entre todas las fuerzas políticas y muestran su verdadera cara por primera vez en este proceso. Creo que esto alerta una vez más sobre lo señalado en su oportunidad por Radomiro Tomic; la fragilidad que tienen los acuerdos logrados con las fuerzas de derecha.

Esta segunda etapa del proceso constituyente no refleja las necesidades de la sociedad chilena, sino que es fiel expresión de como los políticos y empresarios quieren ver a nuestro país. Esta es la cultura política que generó esta supuesta nueva Constitución que nos llevará más atrás de la que estamos viviendo y que tuvo su primer aviso serio en octubre de 2019.

La Constitución elaborada tendrá un plebiscito de salida que al parecer se inclinará por el rechazo, pero eso a la derecha tradicional le da lo mismo, incluso me atrevería a decir que, si bien gana con ambos resultados, gana más con el rechazo, porque eso empañará la figura de los republicanos y de Kast. Nuestra derecha tradicional estará feliz con la Constitución actual y con sacar a Kast del camino.

El proceso constituyente comenzó como una opción de salida al profundo descrédito de los políticos, de la política y de la institucionalidad resguardada por ellos, sin embargo, ahora se nos pide olvidar la motivación principal del estallido social y votar una constitución hecha por los partidos políticos tradicionales para la sobrevivencia de la política tradicional, en la que lo más importante es la consolidación del sistema social, económico y político, que asegura sus privilegios e intereses particulares.

Vivimos un modelo económico social que considera que la vida es una competencia donde solo hay algunos ganadores, donde solo tiene razón de existir lo que se puede comprar o vender, donde la respuesta a los derechos humanos a la educación, a la salud y a una pensión digna, son una oportunidad de negocios. Ese modelo hace imposible la vida democrática de una sociedad. Las pruebas están a la vista. Nuestro sistema de educación está hecho para generar mano de obra y como subproducto, una generación de padres que educa a sus hijos sin los valores necesarios para una convivencia social armónica.

Hay un sistema de salud que es discriminatorio al ofrecer un cuidado integral de la salud en función de la capacidad de pago del enfermo, tenemos un sistema de pensiones que es un fondo donde todos los trabajadores de la nación depositan sus ahorros obligatorios, que son usados para que las grandes empresas financieras los administren en función de sus intereses comerciales. Hacia donde miremos vemos el mismo principio: Todos trabajamos para enriquecer a un grupo de empresas y empresarios dominantes de la economía que viven en Santiago VIP. Si eso no es motivo para seguir pensando y buscando una nueva Constitución ¿?

Una respuesta a “Todo de nuevo”

  1. Haroldo Quinteros dice:

    Ánimo Daniel. NO es igual para la derecha una u otra opción. Si gana la opción A Favor, tendremos la constitución que tenemos, la de la dictadura, indefinidamente, puesto que así lo quiso el pueblo, aunque se equivoque. Lo que menos conviene a la derecha es que gane la opción En Contra, porque no significa quedarnos con la misma de hoy -porque el pueblo no lo quiere- sino ella conlleva la posibilidad de reanudar la lucha que comenzó el 18 de octubre de 2019,Por supuesto, esta vez no debemos ceder en que la redacte una asamblea contituyente.