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Haroldo Quinteros Bugueño.-  Hace unos días tuvo lugar el estreno internacional de la película británico-norteamericana “Oppenheimer,” la que ha obtenido hasta hoy un inmenso... La película “Oppenheimer” Y el bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki.

Haroldo Quinteros Bugueño.- 

Hace unos días tuvo lugar el estreno internacional de la película británico-norteamericana “Oppenheimer,” la que ha obtenido hasta hoy un inmenso éxito de taquilla en todo el mundo. Sin duda, es una buena producción, en la que su director y autor del guion Christopher Nolan puso en acción lo mejor de la técnica cinematográfica conocida hoy, además de haber elegido un muy buen elenco actoral. Nolan recorre muy bien la vida personal del físico norteamericano jefe del proyecto “Manhattan” (la construcción de la bomba atómica), cuyo apellido da nombre a la película.

También Nolan incursiona felizmente en los problemas teóricos que entonces yacían en la desintegración del átomo, como la continuidad de tal fenómeno hasta la atmósfera terrestre, destruyendo el planeta por completo. La falencia que tiene esta buena película radica en el hecho que no cala profundo en las reales razones que dieron origen al suceso que hace 78 años conmovió -y que aún conmueve- a la Humanidad, el más horrendo de su historia. Repasemos los hechos:

El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos (EE.UU) lanzó el arma atómica contra la populosa ciudad japonesa Hiroshima, en que en sólo unos segundos murieron unas 80.000 personas. Sólo 72 horas después, el 9 de agosto, una segunda bomba fue lanzada por EE.UU sobre otra gran ciudad nipona, Nagasaki, con el mismo efecto. Pues bien, ¿era realmente necesario el uso del arma nuclear sobre una gran población civil? Demostraremos que desde el punto de vista tanto bélico como ético no hay explicación racional alguna que justifique el bombardeo atómico sobre estas dos grandes ciudades. Lo que lo explica no es sino la ambición y la inescrupulosidad en materia política.

Cuando terminaba la II Guerra Mundial en agosto de 1945, cientos de ciudades habían sido arrasadas en Europa y Asia, y más de 70 millones de seres humanos habían perdido la vida, de los cuales sólo poco más de 2 millones habían sido soldados. La destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki, con la muerte inmediata, en gran parte por evaporación, de unas 200.000 personas y por lo menos de un millón que siguieron muriendo días, semanas,  meses y años después del bombardeo, a causa de leucemia y otros cánceres más otro millón que quedaron mutiladas y ciegas hasta su muerte, vino solamente a hacer más brutal la tragedia que ya, hasta ese 6 de agosto, había sido la Segunda Guerra Mundial, provocada e iniciada por el Eje fascista que integraron Alemania, Japón e Italia, seguidas en Europa por sus aliados Hungría, Rumania, Bulgaria, Finlandia y Ucrania, este último, un estado que entonces era parte de la Unión Soviética (URSS), hoy la Federación Rusa. El ex – estado soviético Ucrania, luego de ser invadido y ocupado por Alemania, se transformó en el aliado más oriental de los alemanes, declaró la guerra al Estado soviético y su secesión de la URSS.

Lo primero que debe quedar en claro es que el “blanco inicial” del arma atómica era Alemania y no Japón, mientras aquella seguía estando en manos del nazismo. Sin embargo, el presidente norteamericano Harry Truman ordenó continuar la construcción de la bomba, aunque Alemania se había rendido a los aliados de EE.UU, la URSS, en mayo de 1945. Por lo tanto, cuando el artefacto estuvo listo en julio de ese año,  la razón de lanzarla ya había desaparecido (S.L. A Marshall, enciclopedia Collier’s, ed. 1966, vol. 23, p. 631).

El fin mayor de usarla contra los alemanes era impedir que los nazis detuvieran su proyecto de exterminar sistemática y completamente al pueblo judío, y, por supuesto, terminar la guerra en Europa. El físico norteamericano Julius Robert Oppenheimer era judío, al igual que la gran mayoría de sus colaboradores científicos más cercanos. Tanto Oppenheimer como sus colaboradores se opusieron vivamente a usar la letal nueva arma contra Japón, como así todos ellos lo declararon en incontables intervenciones públicas, desde poco antes del fin de la guerra y, obviamente, después de ella.

En mayo de 1945, ocho divisiones soviéticas ocuparon Berlín, y con ello, Alemania se rindió ante la URSS. Como la bomba atómica terminó de construirse a mediados de julio de 1945, cuando la Alemania nazi-fascista, la aniquiladora del pueblo judío ya no existía, no había razones para el lanzamiento de la bomba contra Japón, el aliado oriental de la Alemania de Hitler, que ya muy debilitado, seguía en guerra con EE UU. Japón, luego de la decisiva batalla naval de Midway, estaba prácticamente derrotado, sin contar, además, con el apoyo de sus dos aliados occidentales del Eje, Alemania e Italia, que habían sido completamente vencidos.

Fue entonces cuando en reuniones secretas que sostuvo Oppenheimer y su equipo con al presidente norteamericano Harry Truman (el presidente anterior Franklin D. Roosevelt había muerto unos días antes de la derrota de Alemania), quedó meridianamente establecido que la bomba terminaría de construirse, pero sólo sería usada como un disuasivo contra Japón, importante hecho que, curiosamente, la película de Nolan omite. Hasta se comentó que Oppenheimer había sugerido que de ser lanzada en algún punto de Japón fuera vista su explosión por el emperador japonés Hirohito, desde el balcón de su palacio real. Es decir, la bomba sería, tal como Oppenheimer lo había propuesto para el caso contra Alemania, un formidable recurso psicológico contra el Eje fascista Roma-Berlín,Tokio.

A sólo días de terminada el arma atómica, ésta fue lanzada sobre dos grandes ciudades de Japón, cuando, obviamente, los japoneses ya no tenían ninguna posibilidad de ganar la guerra. Ante el horror universal que causó el lanzamiento, surgieron las explicaciones oficiales del gobierno estadounidense, por boca del presidente Harry Truman, quien ordenó personalmente el bombardeo atómico. Se trataba, dijo, de “evitar la pérdida de más vidas estadounidenses y japonesas en la guerra” (sólo de soldados, obviamente). La verdad, no obstante, es otra:

En julio de 1945, Alemania e Italia estaban completamente derrotadas. Alemania se había rendido a la Unión Soviética en mayo; en 1943, el gobierno central de Italia abandonó el Eje e inició su colaboración con sus ex – enemigos, aunque hasta la derrota de Alemania una pequeña parte del país siguió siendo ocupada por ella. En cuanto Japón, en ese tiempo la gran potencia oriental ya tenía perdida la guerra, luego de las rotundas victorias estadounidenses en el Pacífico (Midway, Mar de Coral y otras, desde 1942 hasta el fin de la guerra). Por cierto, sólo faltaba su rendición formal. En ese mes de julio, los nipones no tenían marina ni aviación, y las fuerzas que aún tenían, todas de tierra, estaban concentradas en Manchuria, región del norte de China, ocupada por los japoneses desde su invasión a China en 1937.

El gran problema para Japón no era si podía seguir en la guerra, sino si debía rendirse ante su archi-enemigo, Estados Unidos. Documentos oficiales japoneses de la época, dan cuenta que miembros importantes del gobierno de Japón preferían rendirse a los soviéticos, que ya habían invadido Manchuria y derrotado a los ejércitos nipones que la ocupaban. Desde allí los soviéticos asaltaron y ocuparon el grupo de las islas Kuriles, en el extremo norte nipón. Antes de su derrota en Manchuria, Japón contemplaba dos alternativas finales: conservar esa rica región como japonesa si conseguían detener la invasión soviética, o, en caso de ser derrotado, rendirse a los soviéticos. Si bien el mayor esfuerzo de guerra de los aliados (Estados Unidos, la URSS y, con menor peso, Inglaterra) contra Japón lo realizó EEUU, su aliada la URSS, lo había hecho contra Alemania, derrotándola por completo. Ello ameritaba un “trato entre caballeros,» que fue firmado en Yalta, en la URSS, en febrero de 1943, cuando la derrota del Eje ya era segura, luego del desastre alemán en Stalingrado y los exitosos avances estadounidenses en el Pacífico.

El artículo Nº 8 del Tratado de Yalta, estipulaba que después de vencer a sus adversarios, tanto estadounidenses como soviéticos debían acudir en auxilio de su aliado. Es decir, luego que los soviéticos vencieran a los alemanes, debían acudir al Este en apoyo de EEUU contra los nipones, y así dar fin a la guerra. La URSS cumplió rigurosamente su parte en el compromiso. El plan “B” de Japón (rendirse a la URSS) salvaría, por lo menos, el honor nacional, aunque sabían que la derrota significaba la división del país, tal como había ocurrido con Alemania meses antes.

La URSS, que ya había aceptado la división de Alemania, aunque ésta se rindió sólo ante ella, había demostrado una evidente lealtad política al cumplir con los acuerdos de Yalta, lo que obviamente también esperaba de los norteamericanos en Japón, a menos que éstos derrotaran a los nipones sin el concurso soviético. En suma, derrotado Japón, rusos y norteamericanos, como lo hicieron con Alemania, se repartirían Japón luego de su derrota, aunque los nipones se rindieran sólo ante EE UU, así como los alemanes se habían rendido solo ante la URSS.

Hasta aquí, las cosas no podían ser más claras. El destino del Japón vencido estaba sellado, i.e., ser un país dividido como lo fue Alemania. Por supuesto, así habría ocurrido si el Tratado de Yalta hubiese sido realmente un pacto “entre caballeros.»

Las cosas no ocurrieron como la URSS esperaba. Por el contrario, tuvieron un trágico epílogo. EEUU, ya en posesión del arma atómica, decidió no cumplir con su compromiso en Yalta. Su decisión fue ocupar Japón entero, la superpotencia industrial asiática, y para ello, le serviría la bomba atómica. Como era obvio, la destrucción de Hiroshima y Nagasaki obligó finalmente a los japoneses a una rendición unilateral ante EE UU. El 6 de agosto, un bombardero estadounidense lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica. Esto ocurrió, aunque la URSS había cumplido con el Tratado de Yalta en sus dos partes fundamentales: la repartición de Alemania y la invasión contra Japón en la región de Manchuria, el último bastión militar japonés.

¿Por qué EE UU bombardeó Nagasaki con el arma nuclear?  Después del espantoso bombardeo atómico de Hiroshima, ocurrió un hecho que EE UU no esperaba: Japón decidió retrasar los más posible su rendición, pensando tan apenada como equivocadamente que los norteamericanos cumplirían con el Tratado de Yalta; es decir que Japón se dividiría, como Alemania. Tal supuesto significaba, por lo menos, la posibilidad para los nipones de conseguir una rendición honorable, si no ante un país que no fuera EE UU, por lo menos, simultáneamente ante la URSS y EE UU. Trágica fue esa vacilación. Después de Hiroshima, Truman ordenó lanzar la segunda bomba atómica sobre Nagasaki, otra gran ciudad, con el fin de forzar la rendición de Japón exclusivamente ante EE UU.

La URSS, como todo el mundo, sorprendida por el bombardeo atómico a esas dos urbes niponas, coligiendo de inmediato que Estados Unidos buscaba hacerse de Japón entero, reclamó formalmente el cumplimiento de los acuerdos estipulados en el Tratado de Yalta, aduciendo haber cumplido su compromiso de aceptar la división de Alemania, y haber dado el golpe de gracia a los japoneses en Manchuria.  Pero no podía insistir más. EE UU, era ahora el «matón del barrio,” en tanto único posesor de la bomba atómica, y bien es sabido que el ala más conservadora de la política norteamericana, encabezada por el senador Joseph Mac Carthy, llegó secretamente a proponer lanzarla contra la URSS, para así “acabar con el comunismo,” antes que los rusos consiguieran fabricar su propia bomba.

Posesor del monopolio nuclear, EE UU se dio el lujo de humillar a la URSS, aunque tuvo su directa ayuda en Manchuria. El gobierno norteamericano declaró que el imperio nipón sería ocupado, pero… además de EEUU, por Inglaterra, Australia y Nueva Zelandia. Por supuesto, la contribución militar en la guerra de estos aliados suyos en su favor fue incomparablemente menor que el de su real aliada, la URSS.

CONCLUSIÓN

No fue difícil para EEUU hacerse de Japón entero. Tenía en sus manos el arma más destructiva concebida por la inteligencia del hombre con el fin de matar a sus semejantes. Por años, Oppenheimer, el constructor de la bomba, horrorizado, condenó ante el mundo el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, con un vigor que Nolan registra en su película. Por sus protestas Oppenheimer fue calificado por el propio Truman como un “llorón,” como lo señala Nolan en la película, además de dar cuenta del hecho que el sabio por poco no fue a dar a la cárcel, acusado de “comunista” y hasta de ”agente secreto de la URSS.”

La histeria anti-soviética del “macarthismo,” término derivado del nombre del célebre “cazador de brujas” anti-comunista, llegó al extremo de encarcelar a miles de norteamericanos, y hasta de ejecutar en la silla eléctrica a los esposos Rosenberg, acto tan ilegal como criminal, puesto que este matrimonio fue ejecutado con arreglo a la Ley estadounidense anti – espionaje de 1917, que señala a la letra que la pena de muerte a un espía sólo puede aplicarse en tiempos de guerra, y EEUU no estaba en guerra con la URSS.

Esta es la verdad histórica, y la única y trágica razón del holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki.  Con sus bases militares en Japón, EEUU podría impedir que los comunistas chinos finalmente ganaran la guerra civil que venía arrastrándose desde los inicios de los años 30, así como impedir también el triunfo de los comunistas en Corea y en Indochina (Vietnam), ocupada como colonia por Francia hasta 1954. De todo ello, apenas consiguió la división de Corea en 1953, y de Vietnam en 1954.

En 1958, el Ayuntamiento de Hiroshima exigió al ex – presidente Truman pedir perdón por el bombardeo atómico sobre dos grandes ciudades repletas de civiles, demanda a la que Truman se negó, arguyendo la vieja excusa de haber evitado miles de muertes de soldados de ambos bandos. Sin embargo, el holocausto atómico capturó la conciencia de gran parte del pueblo norteamericano y de importantes políticos. Entre muchos de ellos está Dwight Eisenhower, el general norteamericano que dirigió la guerra contra Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial en el frente occidental, y más tarde sucesor de Truman en la presidencia de EE UU.

En 1963, en sus “Memorias”, Eisenhower expresa a la letra que jamás fue necesario el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki. En ese mismo año, el presidente John F. Kennedy otorgó a Oppenheimer la medalla Enrico Fermi, como desagravio por la persecución de la que el sabio fue víctima en la época del macartismo.

En resumen, el holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki no tuvo ni tendrá nunca la más mínima justificación militar o política. Mucho menos, moral.

3 respuestas a “La película “Oppenheimer” Y el bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki.”

  1. Daniel Toledo B dice:

    Gracias, les agradeceré me proporcionen los datos del Profesor Quintero.

  2. Daniel Toledo B dice:

    Hola, quisiera comunicarme con el profesor Haroldo Quintero. Fuimos compañeros el el Pedagógico, en los 60. Ahora vivo en Mexico. Me gustará comentar sus artículos y conversar con el .