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Prof. Haroldo Quinteros. 21 de mayo de 2023.- Recordar en serio y de verdad el 21 de mayo es mucho más que las notas... Prat, la Guerra del Pacífico y Balmaceda.

Prof. Haroldo Quinteros. 21 de mayo de 2023.-

Recordar en serio y de verdad el 21 de mayo es mucho más que las notas chauvinistas y a menudo xenófobas que en buena parte envuelven esta fecha, sin mayor análisis histórico y sociológico. El 21 de Mayo es la efeméride nacional que, por cierto, más que ninguna otra, encierra el mayor recuerdo que se tiene de la Guerra del Pacífico (o Guerra del Salitre, como con más exactitud se la conoce), iniciada en 1879; por lo tanto, el mayor símbolo de la victoria alcanzada por Chile en uno de los conflictos bélicos más sangrientos que vivió América Latina en el siglo antepasado.

No obstante, los hechos demuestran que sus frutos no lo fueron en la medida que se correspondía con el sacrificio de los miles de chilenos que en esa guerra murieron, muchos de ellos niños. La verdad es que esa guerra no trajo el bienestar y felicidad al pueblo chileno, lo que su contrario, por supuesto, estaba en la conciencia de Prat y los suyos. Este sinsentido tuvo su inicio sólo unos años después de la guerra, en 1891. Miremos, entonces, la historia de modo objetivo, de frente, ciñéndonos sólo a los hechos:

Empecemos por don Bernardo O’Higgins. La historiografía oficial poco o nada dice de su anhelo de hacer de América Latina una confederación de países férreamente unidos, conviviendo en paz y de modo cooperativo. El visionario Libertador veía a nuestros pueblos, además de desunidos, seguras presas de los imperios económicos extranjeros del siglo XIX. Es por esta razón que si hubiese estado entonces a la cabeza del país un gobernante genuinamente independentista y latinoamericanista como lo fue O’Higgins y todos los demás patriotas de la Independencia, no cabe la menor duda que habría intentado una solución pacífica a la Guerra del Salitre. Si eso no hubiese sido posible, de haberse ganado, como sucedió, no habría permitido jamás la entrega de la riqueza conquistada a la voracidad del capital foráneo, como también sucedió.

Pues bien, la misma oligarquía criolla que depuso a O’Higgins en 1823, exactamente 68 años después, se asoció con el imperialismo inglés para arrebatar al Estado de Chile la riqueza salitrera conquistada en la guerra. El primer presidente progresista y nacionalista de Chile José Manuel Balmaceda, en la línea de O’Higgins y de todos los Padres de la Patria, durante su mandato constitucional (1896-1891) optó por preservar para el Estado de Chile la explotación y comercialización del salitre. Fue por esta decisión que en agosto de 1891, el Parlamento de mayoría oligarca, en probada connivencia y colaboración con el imperialismo inglés, le declaró la guerra, acto absolutamente anti-constitucional. El levantamiento armado se inició con la batalla de Concón y terminó con la de Placilla, con la victoria de los conjurados. Así, la vieja oligarquía agraria ahora se transformaba predominantemente en minera.

El centro militar de la conjura fue la Marina, no el Ejército, que se mantuvo leal al Presidente constitucional del país. Así fue, la Marina… la misma que hoy dice enorgullecerse con la gesta de Prat.

Prat fue un militar y abogado constitucionalista y profundamente respetuoso del poder civil, como lo demuestra en su tesis de grado. En ella sugiere ampliar la cobertura electoral, de modo que las elecciones  reflejen de verdad la voluntad ciudadana.

Con el triunfo militar del Parlamento y su brazo armado la Marina, Chile perdía la posesión de una de las mayores riquezas del mundo en esos tiempos, el salitre. ¡Qué vergüenza!  Las fuerzas militares de tierra de la conspiración, además de recibir apoyo financiero desde el imperio inglés, no estuvieron siquiera dirigidas por algún militar chileno, sino por el coronel prusiano Emil Körner y varios mercenarios alemanes más, todos contratados en Berlín por los conjurados. Además, en la testera general del levantamiento estaba un agente del imperio  inglés, John North, quien actuó directamente bajo instrucciones del gobierno británico.

En tres años de guerra las bajas chilenas fueron de unos 5.000 soldados. Esa suma se elevó al doble en sólo la semana que duró la insurrección contra el gobierno constitucional de Balmaceda. El Presidente depuesto, asilado en la legación argentina, se suicidó un mes después de la derrota de Placilla, queriendo aplacar con su sangre el odio que desataron los triunfantes golpistas. No lo consiguió. Poco antes y después de su muerte,  el nuevo gobierno ordenó el fusilamiento de la mayor parte de los oficiales sobrevivientes del Ejército, y muchos civiles constitucionalistas y personalidades políticas del gobierno de Balmaceda fueron asesinados, sus casas saqueadas, destruidas e incendiadas. Se expulsaron de la administración pública a los militantes del Partido Liberal, el de Balmaceda, y la Universidad de Chile fue intervenida y exonerados de ella los académicos y estudiantes sospechosos de simpatía con el mandatario ya muerto. Las misiones diplomáticas asilaron a los pocos personeros del gobierno que consiguieron llegar a ellas, entre ellos, el Ministro de Cultura de Balmaceda, el poeta Eusebio Lillo, autor de la letra de nuestro himno patrio.

«Vuestros nombres valientes soldados

Que habéis sido de Chile el sostén…»

Obviamente, Lillo no se refería a los conjurados de la Marina, los que con apoyo inglés y alemán vencieron al Ejército de Chile, que se mantuvo fiel a Balmaceda. Años después, en 1907, miles de obreros de las explotaciones salitreras, muchos de ellos veteranos de la guerra, fueron asesinados en Iquique en una horrenda masacre realizada por militares, por sólo pedir condiciones más humanas de trabajo y de vida.

Prat era un hombre de letras, fino, amante de la música clásica y de la ópera italiana, culto y respetuoso de las instituciones democráticas alcanzadas por Chile hasta esos años de nuestra historia. Poco antes de la guerra, se había graduado de abogado, y como lo revelan varias de las cartas que envió a su esposa Carmela durante la guerra, su proyecto de vida era abandonar las armas para ejercer la abogacía. Sus convicciones democráticas y su respeto por el poder civil  revela lo ocurrido el día de su examen de grado.  Había ido allí vestido de oficial de la Marina de Chile. Antes de entrar al aula en que lo esperaban sus examinadores, se desprendió del cinturón que sostenía su espada envainada, y lo colgó en el vestíbulo. Entró a la sala e hizo una profunda reverencia a sus examinadores; luego dio su examen, el que aprobó en excelente forma.

Todo este actuar de Prat refleja su calidad humana, su amor hacia el saber y la cultura, su sentido del deber y su respeto a la democracia y al poder civil. ¡Cómo comparar a Prat a traidores como el golpista Merino, a quien sus congéneres fascistas de la Marina hasta la erigieron una estatua! Cómo comparar a Prat como los torturadores de la Marina que hasta mataron en torturas a civiles en la nave que hoy lleva el sagrado nombre de la corbeta de Prat, o de los cuatro criminales de la Marina que sólo hace unas horas mataron a patadas a un pobre anciano migrante inválido e indefenso.

Vaya hoy nuestro más sentido y profundo homenaje a Prat y los suyos.

Una respuesta a “Prat, la Guerra del Pacífico y Balmaceda.”

  1. Guillermo Stoltzmann Concha dice:

    Gran ensayo. Comparto absolutamente su mirada, ya que soy un estudioso de la política de Chile del siglo XIX. Un aplauso para usted