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Haroldo Dilla Alfonso, Director Instituto de Estudios Internacionales (UNAP) Gabriel Boric es un político que gusta tomar riesgos, a veces espectaculares como cuando firmó el... El desafío del 4 de septiembre: «Reformar» para Aprobar

Haroldo Dilla Alfonso, Director Instituto de Estudios Internacionales (UNAP)

Gabriel Boric es un político que gusta tomar riesgos, a veces espectaculares como cuando firmó el acuerdo por la paz social en noviembre de 2019. Y por eso no aburre. Ahora, apaleó la piñata política cuando recordó que el plebiscito de octubre de 2020 obliga a un cuerpo elegido a cargo de confeccionar la nueva constitución. Y que así será si el actual proyecto fuese rechazado. El espectro político ha reaccionado con vigor. La derecha bate palmas por lo que considera un reconocimiento de la derrota en el plebiscito. Sectores de la izquierda, con esa pasión virtuosa que colinda con el pecado, alega impertinencia pues el asunto estaría en abogar por el apruebo y no en recomponerse tras el rechazo.

La derecha manipula la realidad en su favor. El presidente no ha reconocido la derrota como un hecho, sino una posibilidad legítima en un referéndum. Y lo que trata –y que mereciera el aplauso de cualquier demócrata, no importa su acera- es cerrar el paso a cualquier componenda elitista como esas variantes que empiezan a sonar de diputados-devenidos-constituyentes, y lo que es aún peor, una comisión de expertos a la vieja usanza pinochetista. Es el límite al que el presidente puede llegar desde su investidura: proteger lo que legalidad manda en cualquier circunstancia y garantizar el curso democrático y republicano.

Por supuesto que la derecha siente que el viento sopla a sus espaldas, pues la opción rechazo tiene muchas posibilidades. La gente está harta de los espectáculos que nos ofreció una convención donde las buenas intenciones fueron contrarrestadas por la escasa experiencia política y el sectarismo de las cohortes izquierdistas, lo que la derecha supo usar y la prensa magnificó día a día, al punto de hacerlos aparecer como el resultado de la convención, cuando en realidad su resultado fue un buen texto constitucional. También está intoxicada por una virtual guerra sicológica que infunde terror sobre la base de mentiras y que ha sido desplegada desde el mismo momento en que la convención abrió sus puertas.

Y finalmente, un hecho sociológico irrebatible: la convención y la constitución que elaboró, son resultados de la coyuntura “octubrista” y de una correlación de fuerzas políticas que ya cedió su lugar a nuestra cultura política reformista post-dictadura, cuya expresión más avanzada es el bacheletismo.

Estoy convencido de que el desenlace de este match puede ser muy diferente a como lo muestran hoy las encuestas. La campaña apenas comienza, cualquier mal recuerdo de la convención se disipará y nos queda la posibilidad de mostrar y leer un texto que puede convencer a muchas personas de que ésta es la mejor constitución que se haya pensado para Chile en toda su historia.  La pregunta, sin embargo, sigue en pie: basta con esto para que gane el apruebo. Es decir, ¿puede considerarse que una serie de aspectos polémicos de la nueva propuesta constitucional serían pasados por alto por una mayoría de chilenos que fijarían su atención priorizada en sus otras virtudes? En resumen: ¿Cuál es la mejor manera de “entregar certezas” en la actual coyuntura?

Obviamente, no hay una sola respuesta a esta última pregunta. Movilizar a la gente, explicar el verdadero contenido que favorece la vida cotidiana de los chilenos y chilenas, una propaganda dinámica, son acciones que los activistas de la izquierda deben realizar con esa dedicación abnegada de que han dado muestras en todos estos años. Pero también hay que reconocer, con propuestas concretas, que la constitución merece ser modificada, sea por contenidos innecesarios, impertinentes en sí, o sencillamente porque no son lo que la cultura cívica chilena acepta.  Y por ello es necesario resaltar, con la misma audacia de Gabriel Boric, una variante que durante buen tiempo fue rechazada por la izquierda, y que hoy parece abrirse paso a fuerza de pragmatismo: Aprobar para reformar.

Nuevamente, aquí la derecha ha tomado la delantera. No hablan de conservar la constitución pinochetista –lo que hicieron a capa y espada por treinta años- y se han comprometido a un programa de cambios que, en sus enunciados generales, prácticamente replica a la constitución propuesta. Un analista de ese bando hablaba de un 10% de desacuerdos. Casi que tienta la idea de proponerles que aprueben todo y traten de reformar el 10%, pero sería ingenuo, pues todos sabemos que los candados de la derecha son otros, que si logran controlar la situación van a rechazar mucho más que el 10%, y van a querer cobrar su revancha contra octubre de 2019 y contra el acuerdo por la paz social del 15 de noviembre.

Una revancha que han estado tejiendo astutamente desde el mismo momento en que la convención abrió sus puertas, minando los itinerarios y generando una propaganda falaz y tóxica, que contribuyó a deslegitimar el trabajo convencional. Y ahora, apoyada en los resultados de las encuestas, implantan la doxa de que el rechazo ha ganado porque es nuestra respuesta natural como sociedad.

Un reto para diferentes sectores de la izquierda, si quiere ganar, es declarar su compromiso de reformar la nueva constitución. Debe hacerlo, y explicar a las mayorías de que manera va a hacerlo. Más aun, porque aun si ganara la opción apruebo será por un margen modesto que obligará a negociar. En uno de los mejores prontuarios para la paz que jamás se haya escrito, paradójicamente llamado El Arte de la Guerra, Sun Tzu sugiere que la primera condición para ganar cualquier enfrentamiento –militar o político- es acabar con la estrategia del enemigo.

Creo que el presidente Boric, desde el límite legal que le impone su investidura, ha dado un paso para desarmar la estrategia regresiva de la derecha. Toca a la izquierda, en toda su variedad social y política, garantizar el triunfo democrático, lo que no se consigue desde el confort de la trinchera, sino desde la audacia de los movimientos.

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