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Dras. Marcela Tapia Ladino y Romina Ramos Rodríguez, Investigadoras del Instituto de Estudios Internacionales INTE Hoy conmemoramos un nuevo 8 de marzo y desde la... Las ciencias y el género: más allá de las fronteras

Dras. Marcela Tapia Ladino y Romina Ramos Rodríguez, Investigadoras del Instituto de Estudios Internacionales INTE

Hoy conmemoramos un nuevo 8 de marzo y desde la academia hemos sido testigos de cómo hemos avanzado en materia de género. Aspectos como una mayor participación de mujeres en el mercado laboral, la incidencia en la toma de decisiones en el ámbito político y en cargos de poder, así como la promulgación de una ley en el ámbito de la educación superior que regula el acoso sexual, la violencia y la discriminación, son ejemplos de estos logros. Sin embargo, somos conscientes de que existen muchas brechas, desigualdades y violencia machista difíciles de superar las que se constituyen en un camino de avances y retrocesos.

En el plano de la producción de conocimiento, desde la segunda mitad del siglo pasado, las científicas sociales buscaron herramientas analíticas para comprender la situación de las mujeres. Fue así que transitamos de los estudios de la mujer, luego de las mujeres -entendiendo que somos diversas-, para contar hoy con un cuerpo de producción teórico sólido que tiene en el centro el género como categoría y como enfoque. Así, el género se ha convertido en una instrumento analítico potente que dialoga con los distintos sistemas de desigualdad como por ejemplo,  raza, clase, etnia y orientación sexual para comprender cómo operan las inequidades en la sociedad y en los distintos fenómenos sociales.

En este recorrido, hemos pasado de la invisibilidad analítica, a la restitución del lugar de las mujeres en las ciencias sociales y las humanidades. Así como también, a la identificación del sesgo androcéntrico como factor explicativo de la ausencia de las mujeres y la comprensión de las inequidades sociales, políticas y laborales, entre otros aspectos. No obstante, uno de los fenómenos que nos preocupa por estos días es la relación entre movilidad humana y género para dar cuenta de cómo las migraciones están organizadas y, en muchos casos, determinadas por el género.

El contexto en que ocurren las migraciones internacionales y fronterizas es un escenario propicio para observar procesos de cambios sociales, puesto que en sí misma la movilidad humana es fruto de procesos de transformación. El desplazamiento geográfico de la población ha sido una de las manifestaciones históricas más importantes de la modernización de las sociedades, especialmente en el caso de la migración campo-ciudad y la creciente urbanización a mediados del siglo pasado.  En la actualidad, y hasta hace poco, la migración era una estrategia para buscar la vida más allá de las fronteras; sin embargo, en el último tiempo observamos, cada vez más con mayor preocupación, el carácter forzado de los desplazamientos y una alta vulnerabilidad del escenario migratorio.

Tarapacá ha sido testigo de esta situación con una gestión ineficiente e ineficaz de la gestión migratoria, de una fuerte criminalización del fenómeno y una aguda precariedad en las condiciones de llegada y estadía. Con todo, el escenario actual no es indiferente a la condición de género que está en directa consonancia con las definiciones sobre lo masculino y lo femenino a los que se superponen otros sistemas de desigualdad social y que tienen consecuencias diferenciadas para hombres, mujeres y niño/as.

A nivel mundial, los análisis que incorporan el género han dado cuenta cómo lo productivo y reproductivo se trasladan y reproducen en un contexto global con invisibles vínculos a nivel planetario. La evidencia demuestra que la movilidad humana es un fenómeno global donde se interconectan fenómenos en apariencia no relacionados, como las cadenas de cuidado global o la fuerte división sexual del trabajo en el mercado laboral en distintas latitudes. En la misma línea, el estudio de los escenarios migratorios -origen, tránsito y destino- en clave de género, son propicios para captar el carácter favorecedor o inhibidor de las desigualdades o la reciprocidad y su impacto en las relaciones de género. Ello porque el traspaso de fronteras no implica necesariamente un “contagio cultural”, como se creyó bajo el influjo asimilacionista en un primer momento; y por el entusiasmo feminista, más tarde. Tampoco el traslado, sin más, hacia la sociedad receptoras más igualitarias modifican por sí sola las prácticas de colectivos con estructuras de género más desiguales.

En la producción de conocimiento científico no cabe duda que las científicas feministas somos quienes más interés hemos puesto en los análisis de la movilidad geográfica, instalando en el centro el género como categoría y como enfoque de análisis. Las contribuciones desde esta mirada han sido fructíferas y han permitido relevar situaciones que los estudios clásicos sobre migración no habían dado cuenta. Diversas investigaciones indican que las mujeres, adolescentes y niñas migrantes son más vulnerables a la hora de cruzar las fronteras, tienen mayor propensión a ser víctimas de abusos y violaciones, su salud sexual y reproductiva se ve deteriorada con más facilidad y, que una vez en destino tienden a acceder a trabajos precarios, penosos y peligrosos.

De hecho, en muchos casos, una de las motivaciones para migrar es la violencia machista por lo que muchas mujeres ven en el cruce de las fronteras una alternativa para huir de ella.  Pero cuando no existe o no se aplica la normativa que protege los derechos de las personas migrantes, particularmente mujeres sujetas de protección especial, como es el caso del refugio, es posible que las víctimas de violencia u otras vulneraciones queden desprotegidas, agudizando su situación. De modo que el cruce de las fronteras no asegura un mayor bienestar, y lo que es peor, puede profundizar la vulnerabilidad especialmente cuando se abandona dicho principio de protección o éste es insuficiente. Si a ello sumamos la ausencia de redes de apoyo, la correcta aplicación de la normativa basada en derechos y una sociedad receptora poco favorable, lo que queda es la situación de calle y numerosos transeúntes con niño/as y coches de infantes por las calles y carreteras.

En suma, asistimos avances en materia de género y migración, pero también de retrocesos, especialmente en el marco de la actual pandemia. El cierre de las fronteras, la exacerbación de los nacionalismos, el aumento de la ansiedad por el temor al contagio, la proliferación de los discursos de odio y la fantasía del cierre de la fronteras como medida sanitaria, ha agudizado la situación de población migrante. Sin embargo, diversos informes advierten que las mujeres en general, y las migrantes en particular, se han llevado la peor parte de la crisis producida por el COVID-19. Por ello, creemos que, con un sentido optimista del futuro que se viene, es importante seguir produciendo conocimiento y tomar decisiones políticas en base a evidencia, especialmente con un sentido ético y social que permita transversalizar la política de género en todos los espacios del quehacer cotidiano.

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