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Sergio González Miranada, Premio Nacional de Historia. Tarapacá ingresó en pleno a la república recién en la década de 1840 (coincidente con la llegada... Conferencia de apertura del Encuentro de Gobernadores

Sergio González Miranada, Premio Nacional de Historia.

Tarapacá ingresó en pleno a la república recién en la década de 1840 (coincidente con la llegada de un tarapaqueño al poder en Lima en 1845, Ramón Castilla Marquesado. Aunque la independencia del Perú fue en 1821 (este año es del bicentenario), todavía persistían aquí estructuras coloniales.

Hasta mediados del siglo XIX Tarapacá vivía en la decadencia económica producto del decrecimiento de la riqueza de minería de la plata de sus dos principales minas Huantajaya y Santa Rosa. La producción de vinos de Pica-Matilla era la economía que sobresalía.

Entonces Tarapacá era solo una provincia del departamento de Moquegua, con escasa población, radicada fundamentalmente en los valles bajos de la precordillera. Era la provincia más austral del Perú republicano. Ninguna demanda tarapaqueña podía llegar directamente a Lima, debía pasar antes por Tacna.

En esa misma época La Serena y Concepción realizaban el último intento frustrado para evitar el centralismo santiaguino con la revolución de septiembre de 1851.  El estado-nación estaba construyéndose.

En Tarapacá, la década de 1860, con la minería del salitre comenzó a vislumbrar una oportunidad para su población, redes familiares criollas y mestizas, especialmente a través del gremio de los mineros, porque habían comenzado a plantificarse máquinas de vapor para la lixiviación del salitre, que reemplazaban a las oficinas de Parada, que lo hacían a fuego directo.

Los tarapaqueños demandaron que se nombrara Provincia Litoral, cuya característica (sin ser Departamento) es que no dependería de Tacna y tendría un Prefecto y no solo un Sub-prefecto.

Después de la muerte de Castilla (30 de mayo de 1867 en las cercanías de Tiliviche) en medio de un alzamiento político, realizaron una revolución entre julio de 1867 y enero de 1868, incluso nombraron de facto a un Prefecto, Manuel Almonte y Vigueras, salitrero, dueño precisamente de esta oficina que se llamaba La Palma (recién en 1934 se cambió el nombre por Santiago Humberstone), Almonte la bautizó así por la batalla de La Palma 1855, cuyo triunfo llevaría a Castilla al poder por segunda vez ese año, durante ese gobierno  abolió la esclavitud y el tributo indígena.

El primer Prefecto de la Provincia Litoral de Tarapacá juró el 26 de diciembre de 1868, fue el coronel Miguel Vallerriestra. Enviado desde Lima y, por lo mismo, un representante del gobierno central en Tarapacá. Y no al revés. ¿Parece conocido no?

El boom industrial salitrero llegó por fin en 1870. Entonces Tarapacá se volvió interesante para el poder central.  En 1872 llegó al gobierno Manuel Pardo y Lavalle, banquero, civilista, y bajo el argumento de un proyecto de desarrollo nacional en 1873 aplicó un estanco al salitre. Debido a la resistencia denodada de los empresarios locales lo hicieron fracasar, entonces en 1875 promulgó la ley de expropiación, que se aplicó a través de una Asociación de Bancos Limeños.

Este auge minero atrajo población chilena a esta provincia, sobre todo trabajadores, pero también empresarios y profesionales. El censo de 1868 registró más población chilena que peruana en el puerto de Iquique.

En el censo de 1876 la provincia Litoral de Tarapacá tenía 38.225 personas, de las cuales 17.013 eran de nacionalidad peruana, seguida por la chilena con 9.664 (25%).

Después de la guerra del Pacífico. El liberalismo chileno devolvió las oficinas salitreras a sus dueños. En rigor a quienes podían demostrar que tenían los certificados o bonos que se entregaron en el proceso de expropiación. Esta medida significó una notable expansión de esta industria y la aplicación de un impuesto alto a las exportaciones, impuesto sobre las ventas y no sobre las utilidades como hoy.

Quienes critican al escaso aporte de la economía salitrera, están equivocados, el problema fue el destino de esos flujos.

Según Alejandro Bertrand, quizás el personaje que tuvo el mayor conocimiento del mercado internacional del nitrato de soda señala que, entre 1880 y 1910, el valor total del salitre llegó a doscientos diecisiete millones de libras esterlinas (valor al salir de Chile), mientras los derechos pagados al fisco chileno alcanzaron en ese período a la suma de ochenta y un millones de libras esterlinas, es decir, un 37 % del total.

El fisco percibió entre 1891 y 1912 un monto de 84 millones de libras esterlinas del salitre y yodo, prácticamente la mitad de los ingresos fiscales en ese período. De esos considerables ingresos salitreros ¿qué aportes se distribuyeron en las provincias del norte grande? A pesar del auge económico en la región siempre rondaba el fantasma de la crisis. Sensación que nunca hemos dejado de percibir.

Hoy vivimos el auge de la minería del cobre. Podemos hacer la misma pregunta.

Durante el boom salitrero se construyeron tres ferrocarriles. Uno de ellos tenía la opción de proyectarse hacia Bolivia. Lamentablemente, los derechos exclusivos de la empresa ferroviaria peruana Montero Hnos., se transformó en un monopolio que fue reconocido por la ley chilena, pasando después a la compañía ferroviaria de propiedad del rey del salitre John Thomas North.

Personaje que se asocia justa o injustamente a la guerra civil que derrocó al presidente José Manuel Balmaceda. Un presidente que tuvo un proyecto nacional de desarrollo. No es casual que el principal partido político de la última década del siglo XIX y las dos primeras del XX en Tarapacá fuera el Liberal Democrático o Balmacedista.

El sueño tarapaqueño de integración física -a través de un FFCC- con Oruro (Bolivia), como un proyecto de desarrollo alternativo a la economía minera tuvo un amargo despertar, cuando el Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia (FCAB)  en 1892 llegó a Oruro. Ese ferrocarril se inició a partir del construido por La Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, en el cantón Central o Bolivia. ¿Qué sucedió?

En 1880, el ingeniero chileno Aurelio Lastarria propuso un ferrocarril entre Iquique y La Paz al Ministerio de Obras Públicas. Lo impidió el monopolio de ferroviario.

En un documento fechado el 22 de junio de 1902 y titulado “Petición de los vecinos de Iquique al Supremo Gobierno sobre el ferrocarril a Bolivia”. Allí se demanda un ferrocarril que partiendo desde Iquique se dirija al oriente-norte hasta el Lago Poopó… Sin embargo, nada.

Después, en el Tratado de 1904 de Paz y Amistad entre Bolivia y Chile, se le ofreció a La Paz precisamente un ferrocarril que se terminó de construir en 1913. Ese es el ferrocarril Arica La Paz, nuevamente Tarapacá quedó excluida.

La reacción de los tarapaqueños ante el acuerdo internacional de integración física entre Bolivia y Chile fue de generosa comprensión, pero no de resignación.

Las iniciativas tarapaqueñas por llegar a Bolivia fueron varias, además de la del ingeniero Lastarria, las de E. Squire en 1903, E. Schöerter en 1904 y R. Fuenzalida en 1905. Especialmente este último proyecto tuvo buena acogida política en el intendente provincial, Agustín Gana, por su proyección a Oruro.

En 1915, Tarapacá gozaba del auge del nitrato refinado para fines bélicos por la Primera Guerra Mundial, había optimismo, quizás por ello ganó la senaduría por Tarapacá Arturo Alessandri Palma, y en 1920 lo llevarían a la presidencia, con el seudónimo de León de Tarapacá. Fue una ilusión, porque en 1920 llegó la primera gran crisis salitrera. Y con ella el desarraigo, las ollas del pobre. Qué ironía después de ser la región de donde provenía el venero que financiaba las arcas fiscales del país.

En 1928 estaba en el Gobierno el presidente Carlos Ibáñez del Campo, quien conocía perfectamente a la sociedad tarapaqueña. La asamblea municipal, liderada por el alcalde Enrique Brenner, le encargó al general en retiro y escritor Carlos Harms Espejo que “publicara un folleto con las principales razones que aconsejaran una construcción ferroviaria” para alcanzar a Bolivia y sus recursos agrícolas y mineros (Comité Iquique, 1934: 8). Este trabajo se transformaría en un libro editado en Santiago por la imprenta La Ilustración en 1930 y titulado “Los grandes problemas de la zona norte de Chile”. Sin embargo, nunca se construyó FFCC alguno.

El caso de los ferrocarriles es solo un ejemplo de muchos proyectos frustrados en Tarapacá, como los de la irrigación de la pampa del Tamarugal, una idea anhelada desde la colonia y hasta nuestros días.

En 1930 la segunda gran crisis salitrera sumió a Tarapacá en la pobreza y debió recibir las raciones de alimentos ahora del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. El desarraigo de los pampinos fue lo más doloroso, verlos partir en barcos y trenes hacia el sur de Chile, Perú y, sobre todo, Bolivia.

La escuela Santa María que había quedado desbastada por los sucesos de diciembre de 1907 fue reconstruida para estimular el empleo, entre otras obras públicas.

Se vinieron décadas de decadencia y olvido. Recién en el censo de 1950 se recuperó la población que tenía Iquique en 1907.

Resulta irónico que, en la década de 1960, con la llegada de la industria pesquera, el poeta-militar Santiago Polanco Nuño, escribiera un nuevo himno a Iquique, que parte diciendo:

Si supimos vencer el olvido. soportando un ocaso tenaz. evitemos que en estos instantes. el progreso nos pueda cegar…

No es una ironía. Polanco Nuño siendo edecán del presidente Ibáñez recibió en Santiago a las tristes delegaciones de trabajadores salitreros que pedían beneficios para la COSACH. Era y sigue siendo un llamado de alerta de que en momentos de auge seamos previsores para evitar tiempos aciagos.

Mientras el sueño de integración económica con Bolivia seguía persistiendo en la mentalidad tarapaqueña. Perdida la esperanza en los FFCC, entonces los tarapaqueños lucharon por un camino internacional a Oruro. Región hermana que sufría -al igual que Tarapacá- el centralismo en su país.

En 1958 fue Oruro el que dio un golpe de voluntad política regional: camiones cargados de frutas, camionetas engalanadas con las máscaras de la diablada orureña (ese mismo año nace la diablada de La Tirana), motonetas y bicicletas, cruzaron el altiplano y los andes, para llegar en un día emblemático a Iquique: el 21 de mayo.

Los tarapaqueños no se quedaron atrás, hicieron lo mismo en pleno invierno, fue una hazaña porque no había camino carretero, pero en un 6 de agosto (día de Bolivia) de ese mismo año entraron a la ciudad de Oruro, que les esperaba con banderas y lienzos de bienvenida.

Fueron varias las caravanas de la amistad o de la integración hasta 1962.

En 1962 se rompieron las relaciones diplomáticas bilaterales por las aguas del Lauca (historia conocida). Solo reestablecidas brevemente entre 1975 y 1978. Desde 1904 hasta hoy, hemos estado el mismo tiempo con relaciones diplomáticas y sin ellas.

El camino entre Tarapacá y Oruro recién se terminó de construir (por el lado chileno) a fines del siglo XX. Bolivia aún no concluye en suyo entre Oruro y Pisiga.

Entonces llegó el discurso integracionista (frustrado también hasta ahora) de los “corredores bioceánicos”, coincidente con el desarrollo de la Zona Franca y su influencia transfronteriza.

En el siglo XXI estamos viviendo nuevamente un auge minero. Y, al igual que en 1902, sentimos el mismo el temor de nuestros antepasados de que vuelva la crisis, y pensamos en otros proyectos alternativos, pero seguimos en un ambiente centralizado, donde hasta ahora todas las decisiones, incluyendo los proyectos políticos o estrategias de desarrollo han sido digitadas desde el centro. Por ello, ustedes representan para todas las regiones del país una esperanza.

Por ejemplo, estamos aquí en un Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco en 2005; sin embargo, vemos que el desierto es intervenido sin control por otras empresas, algunas utilizándolo como contenedor de basurales ilegales, y no solo perdemos nuestro patrimonio, sino también proyectos turísticos de desarrollo regional. A un par de kilómetros de aquí están las ruinas de la oficina Buen Retiro, que fue la base de la famosa compañía Colorado del Rey del Salitre. A un costado de Pozo Almonte. Sumida en el olvido.

Esperamos con altas expectativas la descentralización en Chile, que los gobernadores tengan más atribuciones y competencias, para que tomen decisiones clave para el desarrollo regional endógeno, por ejemplo, que las regiones mineras, cuyos recursos no son renovables, reciban los tributos que compensen esa pérdida. Debemos cambiar la mirada del país, hay que observarlo desde los márgenes. Es necesario un cambio estructural en Chile para que el centralismo ya no sea parte del carácter y la identidad del ser chileno.

Confiamos en ustedes.

¡¡Muchas gracias!!

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