Edición Cero

Doctor Haroldo Quinteros,  profesor (*) Presentación realizada por el autor, durante la actividad de memoria histórica, que  consistió en el descubrimiento de una placa... Homenaje a Humberto Lizardi Flores.

Doctor Haroldo Quinteros,  profesor

(*) Presentación realizada por el autor, durante la actividad de memoria histórica, que  consistió en el descubrimiento de una placa con el nombre del profesor “Humberto Lizardi Flores”, en el acceso de la Sala R-2 de la Rectoría, de la Universidad Arturo Prat.

Debo ser una de las personas que más compartieron con Humberto Lizardi su vida. Al recordarlo, no siento que sería leal con Tito si sólo lo evocáramos como un muchacho, generoso y bueno. Es lo que generalmente se hace cuando se recuerda a alguien que ya ha partido. Claro que no. Lo evocaré  como realmente era, enfatizando como él querría que se hiciese, si luego de muerto se lo  recordara. Me refiero a su carácter generoso, a su idealismo, inspirado en la  entrega por el bien de los demás; es decir, a su adhesión sin vacilación y compromiso con la lucha social.

Efectivamente, Tito fue un combatiente social, y sé que hoy, a sus 73 años, estaría en primera línea en la lucha que emprendió en su corta vida. Lo sé, porque estuve con él a horas de su muerte. Poco antes que a Tito lo sacaran de su celda en Pisagua para poco después asesinarlo, conversamos largamente. Me dijo, creo que textualmente: “no tendrá ninguna razón mi vida ni mi muerte si la lucha en la que estoy empeñado otros no la continúan.” Dicho con claridad, en cualquiera semblanza a Tito, es de respeto a él, en primer lugar, hablar de sus ideas en el mejor sentido y significado. Por cierto, ellas fueron la principal razón de su vida, así como también la de su muerte.

Algunos años antes de su muerte en octubre de 1973, con Tito y otros amigos de entonces, estuvimos entre quienes  iniciamos la Universidad de Iquique. Fue en l966, cuando en nuestro puerto se inició la vida universitaria, primero, como centro universitario y pocos años después como la sede de la Universidad de Chile en Iquique. Tito, de 19 años, era alumno de aquella novel Alma Mater, y  tuve el honor de ser su profesor. Fue, en verdad, un brillante estudiante, poeta, gran polemista, muy activo socialmente dentro y fuera de la Universidad, organizador y dirigente estudiantil, condición que combinaba muy bien con su honestidad, carisma, generosidad con sus compañeros, e incapaz de la más leve deslealtad con nadie, ni siquiera con sus contrarios en las  ideas. En el fondo, insisto, aquellas cualidades no eran sino la expresión de su alta calidad humana, de su vocación de servidor y reformador social.

Me consta que estudió Educación con gusto y gran amor, luego de abandonar por propia voluntad la carrera de Leyes que había iniciado en 1965, nada menos que en la Universidad de Chile en Santiago. Como él decía, la Educación era la única profesión que le permitía el más profundo contacto humano con grandes grupos de personas; no sólo eso, con los mejores y más sanos, los niños y los adolescentes. Tito era, desde lo más hondo de su alma, un verdadero maestro: amable, comprensivo, excelente expositor de su ciencia, muy diestro verbalmente, excelente orientador y consejero sin par.

Como he dicho, en su espíritu, sobre toda otra consideración marchaba junto a su carácter una ansiedad irrefrenable por cambiar el mundo. Decía muy frecuentemente, parafraseando al Quijote, «estoy aquí para enderezar entuertos.» Fue esa, su permanente actitud de lucha por cambiar el mundo, la característica que más lo identificaría. Las primeras expresiones importantes de llevar a la práctica su ideario, se dieron precisamente en la universidad, en sus tiempos de estudiante.

La Universidad local de entonces, gratuita y popular,  apenas se insinuaba como tal, en un mundo en que había mucho que hacer. Lo primero que hizo Tito, una vez elegido por sus compañeros como Presidente del Centro de Alumnos, en las primeras elecciones de la FECH-Iquique (la FEUNAP de hoy) en 1967, fue redactar y leer una declaración suya en el acto de su asunción a la presidencia de la FECH iquiqueña. En esa declaración entregaba a todos un programa muy acotado de acción y una definición de lo que debía ser una universidad para nuestra ciudad, así como para países como el nuestro, dependientes, desiguales socialmente y en desarrollo. La Universidad, declaró Tito mil veces, debe estar al servicio de la sociedad, tal como lo declarara su fundador Andrés Bello en 1843. La Universidad, si es verdadera, decía, debe identificarse claramente por el cambio social, particularmente en favor de los pobres.

Publicó en hojas mimeografeadas aquel discurso y los repartió entre sus condiscípulos, así a la antigua, de mano en mano y en la puerta de la sede universitaria. Escribió muchos  opúsculos sobre temas sociales y propios de una universidad; así como también muchos otros referidos a temas   literarios y políticos, que publicó en el diario mural de la Universidad. Fue Tito quien organizó y dio vida al primer diario mural estudiantil, que llamó “La Tempestad” (piensen en el calado que tiene ese nombre) así como una revista universitaria, ADESTAC, (Administrativos, estudiantes y Académicos, en ese orden partiendo de los más olvidados, el personal de apoyo de la universidad).

En ella, Tito, en total sintonía con los nuevos tiempos, reclamaba el derecho a la tri-estamentalidad en la gestión de las universidades cuando ya el estudiantado universitario en todo el mundo apenas empezaba a desplegar esa lucha. Fue aquí, entonces, en Iquique, cuando gracias a Tito, se proclamó ese principio antes que en muchas instituciones universitarias de Chile.  A la vez,  a pesar de una porfiada asma que con cierta frecuencia lo agobiaba, organizó y participó en cursos de extensión universitaria en los planes de “Acción Social” programados y ejecutados por la Universidad, en poblaciones y en el Hospital Regional de entonces.

Sus ideas tomaron forma definitiva cuando se declaró públicamente un creyente cristiano observante (era miembro de la Iglesia Metodista) y a la vez militante marxista; adscribiendo su pensamiento y acción a la Filosofía sobre Creacionismo y Evolución de Teilhard de Chardin y a la novel propuesta teológica latinoamericana de la “Teología de la Liberación.” Hablo de l967, en que los movimientos socialistas cristianos tenían una minúscula difusión en revistas jesuitas o en círculos de curas católicos y pastores protestantes obreros y revolucionarios.

En muchas de nuestras conversaciones, a solas o con otros amigos, repetía que los conceptos explotación, alienación, y lucha por la igualdad y la justicia social proclamados en la filosofía y doctrina política de Marx ya habían sido antedichos en el Evangelio. En un foro que le recuerdo en la universidad, trajo a colación la figura evangélica del apóstol Santiago, con pasajes del antiguo Testamento como éste, que citó en uno de sus opúsculos: “Oh, ricos, llorad… sabed que el jornal que no pagasteis a vuestros trabajadores está clamando contra vosotros y el clamor de ellos ha penetrado los oídos del Señor.”

Poco tiempo antes del golpe de 1973, su convicción que la vía revolucionaria era el único método para alcanzar la sociedad nueva, en consonancia con sus convicciones teleológicas cristianas, lo condujo a las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR, organización de la cual fue su primer dirigente regional. Fue esa decisión de aceptar ese cargo, lo que selló su condena a muerte y fusilamiento en Pisagua. La decisión de Tito puede discutirse, pero lo que es incontestable es que tenía razón en que al fin y al cabo no puede aspirarse al cambio social sin la segura respuesta armada de la clase dominante, cuestión probada por la experiencia histórica a escala planetaria. Así lo pensaba Tito, y quien lo conoció, lo sabe muy bien.

Hoy, cuando el decoro y la falta de consecuencia en política parecen filtrarse por todas partes; cuando las claudicaciones a los principios, el oportunismo, las volteretas, la corrupción y las ambiciones por el poder son noticia diaria, digamos que la consecuencia, las honestas  convicciones en servir a los demás,  y la generosidad sin límites de Tito, constituyen su mayor legado moral, especialmente para la juventud. Por cierto, ese legado sólo tendrá valor si las nuevas generaciones de hoy, lo transforman en práctica. Es la única forma de mantener vivo su recuerdo y su ejemplo.

Los comentarios están cerrados.