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Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor.-  1 Introducción: Un día  6 de agosto, hace 76 años, la Humanidad vivió, probablemente,  uno de los días más aciagos... 6 de agosto de 1945: Las verdaderas razones del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki.

Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor.- 

1 Introducción:

Un día  6 de agosto, hace 76 años, la Humanidad vivió, probablemente,  uno de los días más aciagos de su historia. Estados Unidos (EE UU)  lanzó el arma atómica contra la populosa ciudad japonesa Hiroshima, en la que en sólo unos segundos murieron unas 100.000 personas. Sólo tres días después se produjo un segundo bombardeo nuclear en otra gran ciudad,  Nagasaki.  Según cifras muy conservadoras, como las de Hiroshima,  murieron allí otras 70.000 personas. ¿Era necesario, aun en tiempos de guerra total, realizar estos bombardeos? A la luz de los hechos históricos, demostraremos que no.

Cuando terminaba la II Guerra Mundial en agosto de 1945, cientos de ciudades habían sido arrasadas en Europa y Asia, y unos 100 millones de seres humanos habían perdido la vida, de los cuales sólo alrededor de 2 millones habían sido soldados. La destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki, con la muerte inmediata – en su mayoría por evaporación- de  millares de seres humanos, además de un millón que siguieron muriendo meses y años después del bombardeo, más otro tanto o más que quedaron mutilados y ciegos hasta su muerte, ha sido unánimemente considerado como el más brutal y horrendo episodio de la historia de la Humanidad ejecutado en un lapso breve.

2 Razones de la construcción de la bomba atómica:

La construcción de la bomba atómica tenía el objetivo político-militar de ser lanzada una sola vez en un lugar no poblado sobre Alemania, con el exclusivo fin de impedir que la Alemania de Hitler recabara por completo su criminal plan de exterminar a la totalidad del pueblo judío. Así lo declaró el jefe del equipo de científicos que la construyó, el ciudadano estadounidense de origen judío Julius Robert Oppenheimer en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Además, el más importante físico conocido en esa época, el judío alemán exiliado en EE UU Albert Einstein, había enviado en 1941 una carta al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt solicitándole ordenar la construcción de la bomba, con el fin de obtenerla antes que la Alemania nazi, que desde fines de los años 30 ya trabaja en su construcción. En ninguna parte de su mensaje, Einstein hízo alusión a su lanzamiento, sino sólo como un instrumento militar de carácter disuasivo.

En mayo de 1945, ocho divisiones ruso-soviéticas ocuparon Berlín, y con ello, Alemania se rindió ante la Unión Soviética (URSS). Por lo tanto, a partir de entonces, salvados los judíos que sobrevivieron al holocausto, el objetivo de construir y lanzar la bomba atómica sobre Alemania era absolutamente nulo. EE UU, sin embargo,  continuó su construcción,  proceso que terminó en julio de 1945. La razón aceptada por Oppenheimer y su equipo fue la siguiente:

Luego de la derrota de Alemania, la guerra no había terminado, puesto que EE UU y Japón aún luchaban en el Pacífico sur. Ante esta circunstancia, el presidente norteamericano Harry Truman y su equipo asesor convocaron a Oppenheimer a una  reunión con el fin de solicitarle la continuidad de la construcción del arma atómica, de modo de ser usada en la guerra. Oppenheimer, según sus propias revelaciones,  convino, pero al igual como lo había hecho Einstein,  la bomba serviría sólo como un arma disuasiva; es decir, como un formidable recurso psicológico que apresurara la rendición de Japón, y en el caso supremo de lanzarse, sólo lo sería sobre objetivos militares.

En julio de 1945, las tres potencias del pacto denominado “El Eje,” Alemania, Italia y Japón, estaban derrotadas; dos se habían rendido y sólo faltaba la capitulación formal de Japón. Entre el 16 de julio y 2 de agosto del mismo año, las potencias vencedoras EE UU, la URSS, Inglaterra (a las que se agregó China, por razones más bien simbólicas) se reunieron en Postdam, Alemania,  con el fin de  fijar las condiciones finales sobre el término de la guerra y la rendición de Japón. Desde 1943 hasta 1945, EE UU había derrotado a los nipones en varias campañas consecutivas en el Pacífico (Las Marianas, Las Filipinas y Midway) y sólo faltaba acabar con los japoneses en algunas pequeñas regiones insulares del Pacífico y en el norte de China, en la región del “Manchú- Kuo” (Manchuria).

Está totalmente acreditado – como de ello dan cuenta documentos oficiales japoneses de la época hoy desclasificados – que ya considerándose derrotados, los japoneses habían decidido evitar rendirse ante su archi-enemigo, EE UU, y por ello, la única alternativa era hacerlo ante la URSS, aunque fuese el mayor aliado de los estadounidenses. Los ejércitos soviéticos invadieron Manchuria dos días después del bombardeo atómico a Hiroshima, tres meses después de la rendición de Alemania el 8 de mayo, como tal era exactamente el lapso estipulado en el “Tratado de Yalta” de febrero de 1943. Los rusos rápidamente acabaron en Manchuria con lo último que quedaba de Japón en la guerra, e iniciaron la invasión del territorio insular norte japonés, ocupando el grupo de las islas Sajalin y Kuriles, que Rusia ocupa hasta hoy. Nótese que la invasión soviética se produjo cuando los japoneses aún no se rendían, aunque ya habían sufrido el bombardeo atómico de Hiroshima.

3 La razón del bombardeo atómico:

El mayor esfuerzo de guerra de los aliados EE UU, la URSS y con menor peso Inglaterra, lo realizó EEUU contra Japón, y su mayor aliada, la Unión Soviética, lo hizo contra Alemania. El “trato entre caballeros» suscrito en Yalta, ciudad de la URSS en 1943, partía de la hipótesis, de la segura derrota del Eje, luego, primero, de la decisiva victoria soviética en Stalingrado, y el consecuente fracaso de la invasión Alemania contra la URSS y, segundo,  los progresos bélicos norteamericanos contra Japón y la inminente total ocupación de una débil Italia por tropas anglo-norteamericanas. Básicamente, el Tratado de Yalta consistía en la repartición de los territorios de Alemania y Japón, luego que estas dos potencias fuesen derrotadas. La victoria rusa sobre Alemania se había producido el 2 de mayo de 1945, y el 8 del mismo mes los alemanes se rindieron oficialmente ante los soviéticos,  quienes,  cumpliendo su compromiso, aceptaron la división de Alemania.

Según el artículo Nº 8 del Tratado de Yalta, la división de Japón entre EEUU y la URSS debía producirse luego que ésta, después de vencer a los alemanes, acudiera al Este en apoyo de EEUU para así terminar definitivamente la guerra, lo que hicieron exitosamente.  De modo que aunque Japón había sido derrotado mayormente por EE UU, también lo había sido por la URSS, luego de su derrota ante ella en Manchuria, cual fue la causa de su decisión de rendirse ante los soviéticos para salvar el honor nacional, aunque sabían que la derrota significaría la división del país, tal como había ocurrido con Alemania meses antes.

Las cosas tuvieron un trágico epílogo. EEUU, ya en posesión del arma atómica, no cumplió con su compromiso en Yalta, aunque los rusos habían cumplido con él a cabalidad en sus dos partes fundamentales: aceptar la repartición de Alemania y atacar a los japoneses en Manchuria y en el mar del norte nipón. La división de Japón no se produjo, de manera que la transgresión norteamericana al Tratado de Yalta consistió en hacerse dueño único del suculento botín que era Japón, la primera potencia militar e industrial asiática. Para ello le serviría el recurso militar que los rusos ni nadie en el mundo poseía en agosto de 1945, la bomba atómica.

Resumen y conclusión:

El 6 de agosto de 1945, EE UU había lanzado sobre Hiroshima la primera bomba atómica. Japón no se le rindió inmediatamente pensando que EE UU cumpliría con el Tratado de Yalta, puesto que también había sido vencido por la URSS. Rindiéndose oficialmente ante los rusos conseguiría una rendición honorable.  Fatal fue esa decisión. Los norteamericanos, con el único objetivo de forzar la rendición de Japón ante ellos, lanzaron una segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki, otra gran ciudad japonesa.  Aun así, Japón no se rendía, cuestión que tuvo su base en el hecho que un grupo importante de generales ultra-nacionalistas nipones intentaron un golpe de estado para seguir la guerra, aunque EE UU lanzara una tercera y cuarta bomba. La asonada golpista fracasó y sus cabecillas se suicidaron. Por fin, Japón, totalmente vencido en todos los frentes, se rindió 6 días después del bombardeo atómico en Nagasaki ante EE UU y firmó el acta oficial de rendición el 2 de septiembre de 1945.

Luego de ello, la URSS se limitó sólo a insistir en el acuerdo a estipulado “entre caballeros” en Yalta, con el argumento que ella lo había cumplido cabalmente. El reclamo fue inútil, dada, lógicamente, su inferioridad militar. EE UU, único posesor del arma atómica, era ahora el «matón del barrio,» además de enemigo ideológico y político de la URSS.

Por años, Oppenheimer, el constructor de la bomba se sumó a la condena mundial del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Ante el mundo entero, reveló el origen político que tuvo la bomba, y su protesta por poco lo llevó a la muerte, transformándose en la víctima más ilustre de la naciente Guerra Fría entre EE UU y la URSS. Fue acusado en su país de agente encubierto de los soviéticos, como lo fueron entre muchas personas, otros judíos como los esposos Julius y Ethel Rosenberg, ambos ejecutados en la silla eléctrica en 1953. Todo ello ocurría en medio de la tristemente célebre  persecución política al interior de EEU en la época del “macarthismo,” término derivado del nombre del  senador de extrema derecha Joseph Mc Carthy, el conocido  cazador de brujas norteamericano en los inicios de la Guerra Fría.

En fin, el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki no tuvieron nunca justificación militar, y, obviamente, menos aun de justificación ética. Si alguna vez en la historia de la Humanidad el pragmatismo por razones políticas llegó a su extremo más horroroso, fue precisamente éste.

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