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Iván Vera-Pinto Soto. Cientista social, pedagogo y escritor.-  Si tuviésemos que hacer una semblanza sobre nuestro querido colega y amigo Guillermo Jorquera Morales, nadie podría... Guillermo Jorquera, un hijo ilustre que hizo historia

Iván Vera-Pinto Soto. Cientista social, pedagogo y escritor.- 

Si tuviésemos que hacer una semblanza sobre nuestro querido colega y amigo Guillermo Jorquera Morales, nadie podría poner en duda fue un eslabón importantísimo en la historia del Teatro Regional de Tarapacá, tanto como educador, director teatral, gestor cultural y aliado incondicional de todos y todas las artistas de nuestro territorio.

Hagamos memoria. Su historia teatral comenzó hace muchísimo tiempo, desde la infancia,  allá en los pueblos de la pampa, luego continuó en Iquique con el maestro Jaime Torres Lemus, otro de los próceres iquiqueños; posteriormente, sistematizó sus experiencias con los estudios que hizo en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile.

Fue en 1973 que decide regresar a su terruño para sembrar sus conocimientos adquiridos en el ámbito local. Precisamente, el día 2 de septiembre de 1973 apareció una nota en el diario La Estrella de Iquique, cuyo titular decía: “Abiertas las inscripciones para la carrera de teatro en la U. del Norte”. En ella se explicaba:

“La carrera de Instructor Teatral es un instrumento valiosísimo para la clase trabajadora, porque permite que ella misma se emancipe culturalmente, así lo declaró Guillermo Jorquera, profesor de teatro que impartirá clases en la nueva carrera que abre para los trabajadores la sede Iquique de la Universidad del Norte”.

En algunas conversaciones y publicaciones, Jorquera nos detalló que dicha actividad académica y cultural comenzó con una ceremonia el día 10 de septiembre, no obstante a la jornada siguiente las clases no pudieron realizarse, pues ocurrió el Golpe de Estado en el país.

Una vez normalizada medianamente las actividades públicas en la ciudad, el TIUN (Teatro de la Universidad del Norte) congrega a un conjunto de personas amantes del teatro, muchas de ellas pertenecientes a antiguas agrupaciones locales, tales como: Teatro de la UPECH y de la Agrupación Teatral Iquique, quienes auguraban la posibilidad de seguir haciendo teatro, bajo el alero de un ente universitario.

Jorquera, su director, en su texto Teatroencanto (2015), glosa:

“El elenco no fue meramente universitario, más bien de aficionados formados por profesionales de otras área; trabajadores, dueñas de casa, estudiantes, más identificable como Teatro No Profesional, más cercano a ANTACH (Asociación Nacional de Teatro Aficionado Chileno) que al Teatro Universitario formal”. (p.70)

En una entrevista que le realicé el 2016, el maestro nos argumenta que en 1973 la Sede Iquique de la Universidad del Norte, incluye en el segundo semestre una Carrera de Instrucción Teatral, destinada fundamentalmente a profesores y trabajadores de otras áreas, sin tener como requisito un título profesional. Esta opción universitaria fue el reflejo del momento político que vivía Chile. Recordemos que en aquel entonces gobernaba la Unidad Popular, teniendo como Presidente de la República a Salvador Allende, mandatario que había manifestado en su programa “Arte para Todos”, incluir a todos los trabajadores y trabajadoras en un programa de formación integral.

Consecuente con ese lineamiento, la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, fundó especialidad señalada, convirtiéndose en una herramienta de avanzada, por lo menos en el arte teatral. Es evidente que cuando el nuevo gobierno asumió poder, el proyecto educativo se vio fortalecido y generó buenas expectativas para los que querían a sumarse, según nos relató Jorquera.

En ese tiempo, la Universidad del Norte, Sede Iquique, era un Centro Universitario dependiente de la Casa Central -con asiento en Antofagasta-, y sus carreras eran aquellas que favorecían a las personas que laboran en diversas actividades. Es por ello que las clases se impartían en horarios vespertinos, primeramente en la antigua Escuela Industrial. Las clases del segundo semestre se iniciaban el lunes 10 septiembre de 1973, y en ese lapso de tiempo, se construyó un diagnóstico del quehacer teatral local. De tal modo, se promovió la esta carrera artística bajo el convencimiento de que era totalmente posible, pero por sobre todo necesaria. No obstante, las cátedras con sus alumnos matriculados nunca pudieron darse, debido a los acontecimientos funestos que ocurrieron en la sociedad. Ante esta realidad,  el nuevo cuerpo directivo universitario propuso crear una Compañía de Teatro Universitaria, pensando en la tarea de extensión cultural intra y extramuros que debía cumplir la entidad universitaria.

Dentro de ese escenario y por razones obvias, no fue posible darle una orientación ideológica o política a la entidad artística, la que fue bautizada como Teatro Iquique de la Universidad del Norte (TIUN); de tal suerte que su característica primaria fue la de difundir el teatro infantil, juvenil, y teatro clásico universal. Por lo demás, ese era el único camino que el movimiento teatral podía seguir cuando el país vivía en una crisis institucional.

Pese a lo anterior, se eligió como temática central el teatro chileno, con la premisa de conocer al hombre y su entorno. Poco a poco, a través del teatro popular nacional el TIUN fue acercándose al teatro social, emulando de alguna manera la evolución del movimiento teatral en la capital y en otras provincias.

Cabe recordar que un primer espacio escénico (1974-1980) fue la Casa de la Cultura de la Universidad del Norte, la cual albergaba al Museo Regional, ubicado en calle Baquedano 928. En la parte posterior funcionaba la sede universitaria con varias carreras. Guillermo Ward en sus “Crónicas Teatrales” (2005), detalla:

“Las salas que el museo tenía de oficinas se ocupaban como camarines en la noche y el espacio de exposiciones como escenario. En un altillo de la escalera que daba al segundo piso se había insertado el cuarto de sonido e iluminación. El hall central donde se ubicaban vitrinas de exposiciones, los fines de semana se transformaba en la “platea”. (Pp.67-68)

En la misma publicación, Jorquera cuenta:

“Antes de iniciar mi ciclo de dirección con el Teatro Adulto, con los jóvenes logré poner en escena: La Princesa Panchita de Jaime Silva, y Don Anacleto avaro de Isidora Aguirre. Posteriormente estrenamos Recuerdos del 45, de Jaime Bustamante e Historia de un hombre solo, de Hugo Cáceres, todo esto antes que la Academia Juvenil del TIUN se sumara a los adultos para conformar un solo gran elenco, en el año 1976” (p.62).

Asimismo, nos narra de su primer estreno oficial como TIUN con la obra Bocaccio perteneciente al repertorio del clásico universal, un cuento de ese autor denominado “Cornudo, apaleado y contento”, teatralizado por Alejandro Casona.

Debido al crecimiento que experimenta dicha Sede Universitaria se ve obligada a trasladarse a nuevas dependencias apostadas en la antigua estación del Ferrocarril Salitrero, en la calle Sotomayor con Vivar. En ese sitio, precisamente en un garaje, se levantó un pequeño galpón teatral, teniendo como techo una improvisada lona que lo protegía del sol y la humedad.

Con el cierre de la Sede Iquique de la Universidad del Norte (1982), la compañía teatral pasó a depender de la CORMUDESI. Así, mutó su nombre a Teatro del Norte (TENOR), manteniendo su raíz, y el comodato del mismo espacio escénico. Para 1987 dicho organismo comunal debió dejar dichas instalaciones y el Teatro del Norte debió deambular de un lado para otro, por falta de una infraestructura escénica.

El mismo director, afirmó: “El TENOR tiene 17 años de existencia, pero en el aire, sin casa, ni siquiera para ensayar. Si no fuera por la buena voluntad de sus integrantes este teatro ya habría desaparecido” (Ward, 1999:46).

Con todo, comparte el escenario del Teatro Municipal con otras actividades artísticas que se desarrollan en este espacio patrimonial.

Con el auspicio de la Universidad del Norte el trabajo se orientó a poner en valor el teatro chileno de denuncia, en ese enfoque se montaron obras como: “El abanderado”, “Tres noches de un sábado”, “Te llamabas Rosicler”, “Pedro Juan y Diego”. Y en la etapa de la Corporación se representaron: “Los matarifes”, “¿Dónde estará la Jeannette?”, “Lautaro”, “Tres María y una Rosa” y “Las del otro lado del río”. Empero, la pieza “Tres María y una Rosa” fue censurada por el alcalde de Tocopilla pues -de acuerdo a su opinión- “la historia incitaba a la lucha de clases”.

Enfrentado a esta disyuntiva, Jorquera, en el mismo escrito, revela: “Así empezó a caminar por los senderos del teatro social, crítico, costumbrista, urbano, pero siempre a través del mundo popular, reconocido por el grupo como teatro de verdad, porque las historias contadas giraban en torno a la gente de pueblo, gente común y corriente en la cual el público captado y por cautivar pudiera verse e identificarse fácilmente”. (67). Aunque reconoce que muchas veces para mantener el patrocinio del gobierno de esa época tuvo el equipo que adaptar varias veces los argumentos dramatúrgicos.

Una de las obras que Guillermo siempre recordaba con satisfacción fue “La remolienda”, de Alejandro Sieveking, su ópera prima.

“El impacto que causó este montaje en el público iquiqueño fue realmente notable. Todos la comentaban, los personajes se hicieron queribles e inolvidables, el elenco quedó como “embruja´o”, se sentían una familia constructora de una fantasía muy ajena al paisaje nortino, fue representada en todos los barrios de Iquique y salió en gira universitaria, es decir a las Sedes de la Universidad del Norte; Arica y Antofagasta”. (p.69)

Tiempo después, el TENOR realizó numerosas giras a nivel nacional e internacional, destacando su participación en el Festival de los Temporales Teatrales de Puerto Montt y Blumenau, Brasil. En estos y otros escenarios sus interpretaciones alcanzaron notoriedad por sus contenidos sociales, sus raíces nacionales y por la pasión interpretativa de sus protagonistas que dieron vida a sencillas y profundas obras como “La Nona” de Roberto Cossa; “Ardiente paciencia” de Antonio Skármeta; “Las del otro lado del río” de Andrés Pérez; “Kuyaskay” de Iris di Caro y tantas otras que brillaron con luces propias.

Inequívocamente, podemos advertir que para las pocas agrupaciones teatrales existentes en ese período, llámense TENOR y Teatro Universitario Expresión, fue muy complejo mantener una cartelera regular y un elenco estable, por tres razones elementales: primero, por el ambiente de censura y “apagón cultural” que existía en el país; segundo, por la falta de espacios y recursos económicos para sostener sus “puestas en escenas” y, tercero, por la misma autocensura que se imponían los cultores para seleccionar y montar sus obras.

Es un hecho que la permanencia y el desarrollo de estas organizaciones se alcanzó en gran medida por el compromiso de sus integrantes, el respaldo del público y la pasión manifestada de sus líderes que, a mi juicio, variable que no se ha aquilatado en su justa medida.

Lo cierto es que pese a todas las limitantes políticas, financieras y de infraestructura, el TENOR logró sobreponerse a todo con trabajo y talento. Del mismo modo, alcanzó a tener un público que lo siguió fielmente en todos los escenarios. Asimismo, debemos dar cuenta que logró construir dignas y profesionales producciones artísticas, siendo escuela de muchos artistas que continuaron su senda en la ciudad y en otras latitudes.

Sin temor a equivocarme, la labor tesonera de Jorquera, junto a su elenco, contribuyó a unir ese eslabón teatral que nació con Luis Emilio Recabarren y que el 11 de septiembre de 1973 se había truncado. De esta forma, con todas las dificultades existentes, se empezó a tejer un vínculo con la riqueza patrimonial intangible, la que orgullosamente ostentamos los teatristas locales: el haber nacido en la cuna del teatro chileno, básicamente la del teatro obrero y de variedades.

Jorquera en su texto-memoria hace una sabia y definitiva reflexión:

“Luego de releer la dramaturgia trabajada, redescubrirla en los textos, empecé a preguntarme cómo fue posible que pudiéramos traspasar esa letra muerta a un escenario para darle vida. Encontré que era una tarea titánica no solamente para recrear los espacios de acción, sino para transformar en personajes de sangre caliente, capaces de vivir una vida ajena a la suya, enfrentar y resolver conflictos con sensaciones y emociones que traspasaran con éxitos a todos los públicos. Y más aún, dejar huellas inolvidables de esos personajes creados a partir de la lectura de un texto de un, a veces, “tiránico” autor, que nos autorizó su recreación. No me demoré mucho en darme cuenta que esto fue posible gracias al trabajo de todos: al equipo, a los técnicos, iluminadores, sonidistas, diseñadores, dramaturgos, músicos, a las actrices, los actores, en fin toda aquella gente que se confabuló para caminar juntos estos caminos del teatro, que confiaron, y que me entregaron sin condiciones todo su apoyo y credibilidad. (231)

Tengo la certeza que el extraordinario aporte que hizo Guillermo Jorquera al desarrollo cultural, algún día cercano se reivindicará y se situará en el pedestal que le corresponde: Hijo Ilustre de Iquique. Pues, su legado cultural, al igual que otras figuras emblemáticas como Guillermo Zegarra, Jaime Torres e Iris Di Caro, deben constituir un orgullo para las actuales y futuras generaciones. Es por ello, que desde estas líneas interpelo a las autoridades comunales y regionales para que se instituya un Premio Regional que mantenga su memoria viva, y evite que su impronta se desvanezca en el olvido, como lamentablemente suele ocurrir muchas veces. Con toda sinceridad, hablo desde la emoción, con el propósito de despertar consciencia y para que su enseñanza sea resignificada en todas aquellas acciones que procuran darle cuerpo y alma a nuestra identidad cultural.

 

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