Haroldo Quinteros Bugueño/ profesor
Recordar en serio y de verdad el 21 de mayo es mucho más que las notas chauvinistas y a menudo xenófobas que en buena parte envuelven esta fecha, sin mayor análisis histórico y/o sociológico. El 21 de Mayo es la efeméride nacional que, por cierto, más que ninguna otra, encierra el mayor recuerdo que se tiene de la Guerra del Pacífico (o Guerra del Salitre, como con más exactitud se la conoce), iniciada en 1879; por lo tanto, el mayor símbolo de la victoria alcanzada por Chile en el conflicto armado más sangriento que vivió América Latina en el siglo antepasado.
No obstante, los hechos demuestran que sus frutos no lo fueron en la medida que correspondía para el bienestar y felicidad del pueblo chileno, lo que, por supuesto, daría sentido al sacrificio de Prat, los suyos y de todos los compatriotas que murieron en esa guerra. Este sinsentido tuvo su inicio sólo unos años después de la guerra, en 1891. Miremos, entonces, la historia de modo objetivo, de frente, ciñéndonos sólo a los hechos:
Empecemos por don Bernardo O’Higgins. La historiografía oficial poco o nada dice de su anhelo de hacer de América Latina una confederación de países férreamente unidos, conviviendo en paz y de modo cooperativo. El visionario Libertador veía a nuestros pueblos, además de desunidos, seguras presas de los imperios económicos extranjeros del siglo XIX. Es por esta razón que como genuino independentista y latinoamericanista, si hubiese estado entonces a la cabeza del país, no cabe la menor duda que habría intentado una solución pacífica a la Guerra del Salitre, y de haberse ganado, como sucedió, no habría permitido jamás la entrega de la riqueza conquistada a la voracidad del capital foráneo, como también sucedió.
Pues bien, la misma oligarquía criolla que lo depuso en 1823, exactamente 68 años después, se asoció con el imperialismo inglés para arrebatar al Estado de Chile la riqueza salitrera conquistada en la guerra. El primer presidente progresista y nacionalista de Chile José Manuel Balmaceda, en la línea de O’Higgins y de todos los Padres de la Patria, durante su mandato constitucional (1896-1891) optó por preservar para el Estado de Chile la mayor parte de la explotación y comercialización del salitre. Fue por esta decisión que en agosto de 1891, el Parlamento de mayoría oligarca, le declaró la guerra, acto absolutamente ilegal y anti-constitucional.
El levantamiento armado se inició con la batalla de Concón y terminó con la de Placilla, con la victoria de los conjurados. Así, la vieja oligarquía agraria ahora se transformaba en minera. Por lo tanto, lo sucedido en 1891 era, simplemente, el enfrentamiento entre capital privado y Estado, lo mismo que vivió Chile en 1973, entre el Presidente Allende y la oposición de derecha, en estrecha connivencia con el imperialismo estadounidense.
En 1891, la connivencia oligarca criolla fue con el imperialismo hegemónico en el mundo de entonces, el inglés, financista y proveedor de armas para las tropas anti-gubernamentales, cuya cabeza y centro fue la Marina. Nótese que las fuerzas militares de la conspiración no eran encabezadas ni dirigidas en combate por algún militar chileno, sino por el coronel prusiano Emil Körner y varios oficiales alemanes más, todos contratados en Berlín por los líderes civiles del levantamiento. La testera general de la conjura la dirigía un inglés, John North, quien actuó directamente bajo instrucciones del gobierno británico. El proyecto de Balmaceda representaba todo lo contrario: riqueza minera nacionalizada en un 90%, fomento industrial propio, banca estatizada y obras sociales.
Cabe recordar aquí que el Ejército de Chile fue leal al Presidente, como así lo ordenaba la Ley, y fue derrotado por la Marina, apoyada en tierra por un ejército mercenario comandado por los alemanes mencionados. La Marina… la misma que decía enorgullecerse con la gesta de Prat, así traicionaba la memoria del héroe. Con el triunfo de North, Körner, el Parlamento y su brazo armado, el Estado de Chile perdía la posesión de una de las mayores riquezas del mundo de esos tiempos, el salitre.
En tres años de Guerra del Pacífico las bajas chilenas fueron de poco más de 5.000 soldados. Esa suma se elevó al doble en sólo la semana que duró la insurrección contra el gobierno legítimamente constituido de Balmaceda. El Presidente depuesto, asilado en la legación argentina, se suicidó un mes después de la derrota de Placilla, queriendo aplacar con su sangre el odio que desataron los triunfantes golpistas. No lo consiguió. Poco antes y después de su muerte fueron fusilados la mayor parte de los oficiales sobrevivientes del Ejército, y muchos civiles constitucionalistas fueron torturados y asesinados en las cárceles públicas.
Las casas de las personalidades presidencialistas fueron destruidas, incendiadas, expropiadas u objeto de pillaje; se expulsaron de la administración pública a los militantes del Partido Liberal, el de Balmaceda, y la Universidad de Chile fue intervenida y exonerados de ella los académicos y estudiantes sospechosos de simpatía con el mandatario ya muerto. Las misiones diplomáticas asilaron a los pocos personeros del gobierno que consiguieron llegar a ellas, entre ellos, el Ministro de Cultura de Balmaceda, el poeta Eusebio Lillo, autor de la letra de nuestro himno patrio.
«Vuestros nombres valiente soldados
Que habéis sido de Chile el sostén…»
Años después, en 1907, miles de obreros de las explotaciones salitreras, muchos de ellos veteranos de la guerra, fueron asesinados en Iquique en una masacre realizada por militares, por sólo pedir mejores condiciones de trabajo y de vida. Obviamente, Lillo no se refería a ellos en la letra de nuestro himno nacional, como tampoco a los que derribaron a Balmaceda.
Prat era un hombre de letras, fino, culto y respetuoso de las instituciones democráticas alcanzadas por Chile hasta esos años de nuestra historia. Poco antes de la guerra, se había graduado de abogado, y como lo revelan varias de las cartas que envió a su esposa Carmela durante la guerra, su proyecto de vida era abandonar las armas para ejercer la abogacía. Dos hechos hablan del espíritu de Prat: Primero, su tesis de titulación se refería al sistema electoral chileno del cual, incluso, insinúa su perfeccionamiento.
Segundo, el día de su examen de grado, antes de entrar al aula en que lo esperaban sus examinadores, se desprendió del cinturón que sostenía su espada envainada, y lo colgó en el vestíbulo. ¡Qué muestra más grande de respeto hacia el saber, la cultura y el poder civil, al cual se debe todo militar digno!
En esta fecha, entender bien el origen, circunstancias históricas y el sentido de la Guerra que llevó a tres países hermanos a desangrarse, además del propio ideal de Prat que lo llevó al sacrificio de su vida, es la mejor forma de homenajearlo.