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Haroldo Quinteros Bugueño / Profesor Hoy 4 de octubre, Violeta Parra, la máxima exponente de nuestro folklore, cumple 100 años de vida. Digo “cumple” a... Hoy, Violeta Parra cumple 100 años. 4 de octubre, 1917-2017

Haroldo Quinteros Bugueño / Profesor

Hoy 4 de octubre, Violeta Parra, la máxima exponente de nuestro folklore, cumple 100 años de vida. Digo “cumple” a propósito, porque una personalidad como ella jamás podría morir. Agencias culturales de gobierno y sociales, la televisión y las radios la recordarán este día, ya no como una ausente, o del modo ostensiblemente lacónico y pasajero como ha sido en sus aniversarios anteriores, tanto de su nacimiento, como de su muerte, ocurrida en 1967, muerte elegida por ella misma como su último grito de dolor y protesta ante el olvido que ella vivió como artista toda su vida, y por los sufrimientos de los más pobres de Chile que ella hizo propios, desde los leñeros chilotes hasta los mapuches; desde los obreros urbanos, agrarios y mineros del salitre y el carbón hasta los pobladores de los suburbios citadinos.

Esta vez, quiero enfatizar un hecho que, aunque evidente, es de escasa atención pública. En su recuerdo, en años pasados sólo se oían, por aquí y por allá, «La Jardinera», «Gracias a la Vida,” “Volver a los diecisiete,” y algunas otras glorias de su arte, pero jamás sus volcánicas canciones de contenido social, sin las cuales es absolutamente imposible la comprensión del arte de Violeta Parra en su completa y real dimensión. Me refiero a las canciones nada fotogénicas para el status quo “folklórico” reinante, con sus floridos paisajes, y los huasos y chinas de salón de los delicaditos “ballets folklóricos.” Sé que una vez más, aun cumpliéndose un siglo desde que Violeta naciera, no se oirán esas canciones, como se debiera; y eso es así, por su tono de protesta, de lucidez y verdad; es decir, porque son arte revolucionario, el arte que toma partido por una sociedad justa para todos, democrática y verdaderamente libre. Veamos algunos versos de esas canciones:

“YO CANTO LA DIFERENCIA”
Yo canto a la chillaneja si tengo que decir algo,
Y no tomo la guitarra por conseguir un aplauso.
Yo canto la diferencia que hay de lo cierto y lo falso,
De lo contrario no canto…
Ahí pasa el señor vicario con su palabra bendita,
Podría Su Santidad, oírme una palabrita.
Los niños están con hambre, les dan una medallita,
O bien una banderita.

“SEGÚN EL FAVOR DEL VIENTO”:
«No es vida la del chilote, no tiene letra ni pleito, 
tamango llevan sus pies, milcao y ají su cuerpo,
pellín para calentarse del frío de los gobiernos
llorando estoy, que le quebrantan los huesos,
me voy, me voy…
Despierte el hombre despierte,
Despierte por un momento, 
Despierte toda la patria antes que se abran los cielos,
Y venga el trueno furioso
Con el clarín de San Pedro llorando estoy,
Y barra los ministerios, me voy, me voy.»

«MIREN CÓMO SONRÍEN”
«Miren cómo sonríen los presidentes,
cuando le hacen promesas al inocente.
Miren cómo le ofrecen al sindicato
este mundo y el otro los candidatos.
Miren cómo redoblan los juramentos,
pero después del voto doble tormento.»

Violeta fue la niña que, como los más pobres de Chile, vivió en carne propia las desigualdades sociales y miserias que Chile viene viviendo desde que existe. Vivió los años de la crisis del 29. Fue entonces la niña mendiga que para ayudar a sus padres y sus hermanos recorría las calles, cantinas y chincheles de Chillán cantando acompañándose de su guitarra. Fue también la misma niña que desde pequeña, en los campos y selvas del sur chileno, escudriñaba hasta lo más recóndito del arte y el saber popular. Caló como nadie en el alma y las pobrezas del pueblo, y alzando la voz en su defensa, aventó en su arte, sin temor ni ambages, las injusticias y abusos que se cometen en nuestro país contra los más pobres. Este atrevimiento no podía ser perdonado por el sistema, que la ignoró y la confinó a la soledad, la pobreza y el abandono, que finalmente la llevaron al suicidio.

Durante la dictadura de Pinochet, era natural que se prohibieran sus canciones. Muy pocos se atrevían a oírla en casa, y si ello se hacía, debía ser con bajo volumen y a escondidas. Esta visión de lo que fue Chile en ese tiempo, me recuerda una de las más emotivas experiencias personales de mi vida. En enero de 1983, viajaba por España, en Andalucía. Una tarde, en un tren, me sacudió de mi letargo viajero un grupo de soldados andaluces, todos jóvenes conscriptos en servicio militar, que volvían a sus hogares un fin de semana. Vestían uniforme, llevaban una guitarra, y con ella cantaban canciones de su patria. De pronto, empezaron a entonar “Gracias a la Vida.” No pude contenerme y me acerqué a ellos, sumándome al coro. Por supuesto, les dije que era chileno, igual que la autora de aquella canción, y el líder del grupo, quien era el guitarrista, me pidió que siguiéramos con Violeta, y así cantamos, entre otras, “Volver a los Diecisiete,” y luego, «Qué dirá el Santo Padre», la canción que llora por el asesinato del patriota español Julián Grimau durante la dictadura franquista. Con estupor, advertí que aquellos jóvenes también la conocían. Mi reflexión fue obvia: mientras soldados de un lejano país que no era Chile cantaban a Violeta, en su patria, a la que ella amó tanto, los soldados la prohibían.

«La dulce vecina de la verde selva,» la artista que no se vestía de payaso, la que no se compraba ni se vendía, como la definió su hermano Nicanor, aún sigue cantando las verdades que definen básicamente nuestra sociedad. En realidad, sigue cantando, y, créanme, mejor que nunca:

AL CENTRO DE LA INJUSTICIA:

«Chile limita al norte con el Perú y con el Cabo de Hornos limita al sur.
Se eleva en el oriente la Cordillera y en el oeste luce la costanera.
Al medio están los valles con sus verdores donde se multiplican los pobladores.
Cada familia tiene muchos chiquillos; con su miseria viven en conventillos.
Claro que algunos viven acomodados, pero eso con la sangre del degollado…
El minero produce buenos dineros, pero para el bolsillo del extranjero…
Exuberante industria donde laboran por unos cuantos reales muchas señoras.
Y así tienen que hacerlo porque al marido la paga no le alcanza pa’l mes corrido.
Linda se ve la Patria, señor turista, pero no le han mostrado las callampitas…
Al medio de Alameda de las Delicias, CHILE LIMITA AL CENTRO DE LA INJUSTICIA.»

¡Feliz cumpleaños, nuestra eterna Violeta, y sigue cantando, y sin parar!

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