Alexander Martín Pérez Mora/ Sociólogo © Magíster en Políticas Públicas con Inclusión Social
Durante décadas los habitantes de la región hemos escuchado de nuestras autoridades, en forma casi majadera, que el futuro desarrollo de Tarapacá está en transformarse en un zona turística. Pero pasan los años, los gobiernos y nada sucede; entonces, es legitimo preguntarse ¿por qué este cambio a la matriz económica, no acontece? Acaso, ¿no existe una voluntad política, por parte del sistema político para efectuarlo? O tal vez, ¿no hay interés de parte del sector privado por realizarlo? o a lo mejor, ¿lo que no hay?, es un acuerdo social que permita dar una legitimación a la generación de una posible industria. En fin, estas y otras interrogantes cobran mayor importancia en el actual contexto de cuestionamiento del modelo económico.
La industria turística en cualquier parte de mundo, y esta zona no es la excepción, necesita poder explotar sus patrimonios tangibles como intangibles, para poder diferenciarse y generar un valor agregado que le permita competir con otras regiones o países. Entonces, y para que se establezcan las condiciones básicas para poder desarrollar una industria, se tiene que generar un acuerdo social entre los sectores que poseen interés. Por un lado está el sector público, por otro el privado y también están aquellos que por herencia o transferencia son los legítimos administradores de los patrimonios.
Como es evidente, este acuerdo social no es tal, debido a que no hay una real conciencia sobre que existió, existe y existirá una relación subyacente y compleja entre quienes administran estos patrimonios culturales y el sector público y privado. Esta es una relación difícil, pero inevitable si es queremos transformar a Tarapacá en una región turística.
Para abordar esta relación es necesario ser conscientes que una de las principales tensiones que hay, para poder reflexionar sobre esta convivencia, es el hecho que cualquier política pública que tenga como objetivo transformar el patrimonio cultural -como insumo esencial para el turismo- va a poner deliberadamente en contacto dos ámbitos de la realidad muy diferentes: el mundo turístico (Estado y privados) y el mundo del patrimonio cultural (las comunidades pampinas, indígenas y barriales etc.), diferentes por su pasado, por su cultura como sectores, por su naturaleza. Y por último, y aquí donde radica la mayor del las tensiones, por los fines que persiguen cada uno.
Estas diferencias no sólo son a nivel de interés, sino que también lo son en una dimensión conceptual, debido a que sus actividades son estructuradas por marcos teóricos diversos: para el turismo los bienes de patrimonio tienen, principalmente, un valor de uso: son valiosos por complementar el interés de un destino. Mientras que para el otro mundo, el patrimonio tienen un valor simbólico: representan lo que la comunidad concreta ha aportado al conjunto de la cultura. Para el turismo la posibilidad de su consumo es el interés central, para el mundo del patrimonio lo principal es su existencia y, por lo tanto, la tarea básica es su conservación.
Pero aunque a simple vista sea difícil encontrar convergencia entre ambos mundos, las hay, unas de las principales, guarda relación, con las sinergias que ambos mundo pueden desarrollar. Para el turismo el patrimonio es el elemento básico para generar las bases de un desarrollo sostenible en el tiempo. Para el patrimonio el turismo puede ayudar a que los bienes o tradiciones mantengan su capacidad simbólica y así puedan ser transmitidas no solo a los miembros de la comunidad, sino que también a la sociedad en su conjunto.
Pero para hacer realidad esta convergencia y poder superar las tensiones y desconfianzas de estos dos mundos, es necesario tener una política pública de carácter regional planificada, que se sustente en tres pilares fundamentales: primero que tenga como objetivo proteger el recurso de los daños causados por su utilización turística; segundo, establecer estrategias que permitan la conservación de los elementos materiales e inmateriales que pueden ser dañados y; tercero y más importante, es que la administración de los sitios de interés turístico estén en manos de las comunidades (pampinas, barriales, indígenas), ya que son ellos, los llamados a conservar el carácter cultural y simbólico del espacio que se pretende convertir en producto turístico.
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