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Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, Pedagogo y Escritor No cabe duda que el Teatro Municipal de Iquique fue uno de los más representativos íconos urbanos... El Teatro Municipal de Iquique

ivan-vera-pinto-comentario-brIván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, Pedagogo y Escritor

No cabe duda que el Teatro Municipal de Iquique[1] fue uno de los más representativos íconos urbanos y social de Iquique; un símbolo de la burguesía republicana de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX. Este escenario neoclásico, al igual que una serie de huellas de modernización que experimentó en los ámbitos de la vida pública y privada la ciudad de Iquique por ese tiempo, fue un fiel reflejo de esas ansias de remedo que la burguesía hizo de las ciudades europeas, una forma de representación social que incluyó la edificación de casas fastuosas o palacetes (como todas aquellas levantadas bajo el estilo Georgiano en la calle Manuel Baquedano), celebraciones pomposas, adopciones de costumbres y prácticas refinadas en materia de consumo cultural. El enriquecimiento rápido de la burguesía transformó profundamente su percepción del mundo y exacerbó su ánimo hacia todo lo que significaba suntuoso y portentoso. Sencillamente, esta burguesía enriquecida quería exhibirse a la altura de la clase más conspicua del viejo continente.

Manuel Peña en Chile Memorial de tierra larga (2008), entrega una crónica pormenorizada del ambiente y los espectáculos que se presentaron a comienzo del siglo XX en el Teatro Municipal. Nos dice que  casi al finalizar el siglo XIX se habló de construir un teatro fastuoso,  una suerte de réplica del salón europeo “donde cantaba Adelina Patti, un teatro cuyo escenario fuera tal, que en él pudiesen caber colosales escenografías y complicadas maquinarias de madera, con amplios vestíbulos decorados con cornucopias barrocas, palcos dorados al pan de oro y elegantes cuartos de artistas, semejantes a las de Manaos, donde los magnates del caucho aplaudían a Caruso.” (24-25).

 Un hecho anecdótico ocurrido antes de la fundación del Teatro Municipal, registrado por la prensa nos señala que el 16 de noviembre de 1886, en pleno gobierno del presidente Domingo Santa María, la famosa diva francesa Sarah Bernhardt[2] se presentó con las obras Fedora, de Sardou y La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas, en un desprovisto teatro galpón ubicado en la calle Bolívar de esta ciudad, denominado Teatro Corral o Teatro Coliseo. En esa oportunidad habría realizado un comentario decidor en relación a la carencia que sufría la ciudad una sala digna para los espectáculos internacionales: “¡Esta hermosa ciudad se merece una teatro superior!” Tal vez su asertiva crítica que llegó a oído del Intendente Anfión Muñoz, haya contribuido a la posterior aceptación de la propuesta que hicieron los hermanos Soler a las autoridades comunales del plano del Teatro Municipal, levantado por los señores Bliederhanser.

Al fin, el 21 de diciembre 1889 fue inaugurado el recinto con la ópera IlTrovatore de Giuseppe Verdi, interpretada por la Compañía Lírica Italiana de SignoreGrandi.Tan pronto concurrieron las mejores compañías de teatro, ópera, opereta y zarzuelas nacionales e internacionales. Esto constituye un punto de inflexión en la escena nacional y regional, ya que comienza la difusión de una nueva forma de consumo cultural en este mercado emergente en un país que se orienta a un tipo de liberalismo de raigambre europea. Al mismo tiempo, y de manera proporcional, se hace manifiesto la presencia de un arte escénico esencialmente europeizante en el ámbito de los escenarios patrimoniales, en correlato a la paulatina incorporación del país al proceso de modernidad, alejándose de esta manera de la influencia cultural española y dando paso a las nuevas ideas y tendencias resultantes del mundo francés e inglés.

Alberto Prado, en su Tesis doctoral: Los teatros del desierto. Producción del espacio durante el ciclo del salitre. Chile 1830-1979(2012), sostiene: “El edificio del Teatro Municipal representa además, una arquitectura de externalidades, con una materialidad que imitaba un repertorio de formas clásicas, con una proporcionalidad geométrica que intenta alcanzar un patrón clásico, y de una carga simbólica que da cuenta de las necesidades de una sociedad que se alzaba en las apariencias de una vida de escena y decorados”.(427) Por supuesto, que su diseño arquitectónico europeo, ostentoso y refinado no hacía más que marcar mayormente las diferencias sociales que existían en la comunidad. La masa popular: trabajadores, dueñas de casas, empleados y pobladores lo percibían como un monumento al que por razones sociales y económicas les era imposible acceder.

La prensa escrita de manera profusa da cuenta que por este palacio pasaron numerosos artistas muy cotizados en la escena internacional, entre los cuales destacan: Antonio Vico, Delia Guardia y La Frégoli. Del mismo modo, en la revisión de los periódicos, podemos apreciar que hubo la tendencia a difundir obras de carácter patriótico, costumbrista, romántico y grandes producciones de artistas europeos, financiados por los capitales salitreros.

Una de las expresiones más preciada por el público burgués fue la ópera; tal vez la demanda por este producto cultural obedezca a otras razones que no son las estéticas estrictamente, sino que ella representaba el arquetipo de la sociedad europea moderna y civilizada. Poblete y Saavedra en Los teatros en el Chile íntimo del siglo XX. Una aproximación sociológica desde una historia local (2015), reflexionan: “… los teatros de la aristocracia y su obsesión por la ópera fueron símbolos de la representación y expresión de una identidad que perseguía y veneraba lo potencialmente europeo, para con ello lograr una diferenciación de lo criollo-popular no sólo en la escena, sino que también en las butacas. En general, a través de los teatros se buscó instaurar un tipo de comportamiento del público que, sin embargo, sería subvertido por prácticas cotidianas alejadas del anhelo de la élite.”(5)

 Fue habitual ver desfilar por ese local a las familias patricias del salitre, era un símbolo de refinamiento europeo y de prestigio social. El mundo burgués de aquella época era una réplica de la sociedad europea, por ello se levantaron Sociedades de Socorros Mutuos que cobijaban a las colonias europeas y casas comerciales regentadas por ciudadanos europeos. La ópera era el evento artístico más selecto, pero a su vez un real acontecimiento social. La elegancia y la europeización fueron las notas predominantes del público del Municipal, de esa alta sociedad de Iquique. Cierta ostentación y el cosmopolitismo exagerado eran aspectos que caracterizaba a esta nueva aristocracia urbana. Es verdad que más abundaron las compañías líricas italianas que francesas, pero toda su connotación social, era una pequeña copia de lo que ocurría en el foyer, plateas y palcos de la Opera Garnier.

A propósito de esta extravagancia burguesa, Bravo Elizondo y González, Relaciones de Corsarios, viajeros e investigadores (1500-1930) (1994) nos cuentan: “Una curiosa costumbre observan los iquiqueños en el Teatro Municipal y es que cuando se abren las cortinas para las representaciones, las luces no se apagan. La sociedad porteña se deleita de ser vista  y ver, pues si apagasen las luces, dice Maitland, ¿cuál sería el propósito de sus trajes, joyas y cosméticos destinados a deslumbras y asombrar a los demás?” (120) Este hábito también lo veremos en los salones filarmónicos, donde las mujeres eran las únicas que permanecían durante el desarrollo de los espectáculos con sus grandes y exuberantes sombreros puestos en sus cabezas.

Es fácil pensar que mucha de esa gente prominente que asistía a esos eventos artísticos lo hiciera con el propósito de lucirse, o sea no los motivaba primordialmente una necesidad estética o intelectual, sino que el local era un lugar que estaba de moda, era un medio para escalar socialmente e integrarse a los grupos de mayor poder económico. Larraín, en estudio citado, refiriéndose al Teatro Municipal de Santiago, razona: “De alguna manera, a fines del siglo XIX, el Teatro Municipal se transformó en un lugar privilegiado de celebración de verdaderos ritos de identidad de clase que buscaban reafirmar o adquirir sentido de pertenencia” (251) Algo similar ocurría en las filarmónicas burguesas; éstas servían de escenario para que las distinguidas damas iquiqueñas pudiesen presumir sus vestidos de última moda, confeccionados por los principales modistos de Buenos Aires y Santiago que visitaban periódicamente el puerto. Ya desde 1910 los bailes estaban bien organizados y la clase acomodada acudía después de cenar.

Quizás el mejor argumento que podría revelar el carácter discriminador que tenía el Teatro Municipal era el precio privativo de las entradas. Las referencias de la prensa señalan que abrió la primera temporada con un abono de 30 funciones, cuyos precios eran muy superiores a los que se cobraba en las demás ciudades del país. El abono tenía un precio de $ 240 los palcos, $ 60 los sillones y $ 45 las lunetas. Por función cada palco costaba $ 10. Algunos de estos precios estaban incluso por sobre los costos del Teatro Municipal de Santiago, no obstante, la burguesía local los pagaba sin ninguna reticencia, en especial en las temporadas de la ópera italiana.

Relatan antiguos residentes, que no pocos ciudadanos de menores recursos económicos acostumbraban a pararse en la Plaza Prat para ver ingresar a este salón a la casta privilegiada en los grandes espectáculos. Cosa parecida ocurría con los bailes de fin de año que se oficiaba para las autoridades y familias acomodadas de la ciudad, mientras afuera el vulgo participaba de un acto que ofrecía el municipio en forma popular para el resto de población, por lo menos así lo describen las notas de prensa hasta el cuarto decenio del siglo pasado.

Si el Municipal atraía y satisfacía a los espectadores de la élite oligárquica, permitiéndoles hacerse la ilusión que estaba sentada en un teatro europeo; el Olimpia y el Nacional con sus entretenimientos populares le ofrecía a la “otra gente”, al “mundo popular” lo que reclamaba en términos artísticos.

Rodeado de ese ambiente de opulencia y estilos extranjeros, en el Municipal se presentaron grandes esparcimientos internacionales. [3]

Manuel Peña,Chile Memorial de tierra larga (2008), sin precisar fechas, comenta la presentación Berta Singerman, quien recitaba los poemas de Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni. La soprano María Barrientos; la renombrada actriz española María Guerrero. BiddyForstall, en Crepúsculo del balcón frente a los andes – Ingleses y la pampa salitrera (2014), a partir del testimonio de una vecina inglesa radica en la localidad, nos señala que también visitó Iquique, la gran bailarina Ana Pavlova (1881-1931) en el año 1923, con el Lago de los Cisnes, pero cuando vio el estado del escenario del Teatro Municipal, dijo: “Mis niñas no pueden bailar en eso”; se tuvo que construir otro” (106). El mismo autor hace mención de la Compañía D´orlyCarte (1875-1982), la cual presentó operetas  del Gilbert & Sullivan, muy populares en Inglaterra durante muchas décadas.

Más adelante, arribaron los espectáculos frívolos. La actuación de la actriz Raimunda de Gaspar y después la Compañía de Variedades Blasco Ibis con las obras Las alegres panderetas y La sal de la música española. En medio de todo, se exhiben películas de vaqueros y shows musicales con artistas latinoamericanos. De vez en cuando, volvieron las representaciones de ilusionistas, acróbatas y hasta espiritistas como el doctor Berendt. Después llegaron compañías de revistas, hipnotizadores, como Tizanes el Gran Raymond.

Por los años cuarenta los espectáculos perdieron el glamur de antaño y esporádicamente llegaron algunas compañías de zarzuelas, como la de Faustino García. Desde los años cuarenta hasta los cincuenta, algunos vecinos antiguos de la ciudad confirman que se utilizó la sala para realizar el “entierro” o fiesta final del carnaval. Para eso se colocaba un piso falso de madera montado en caballetes flotante. Así podían efectuarse los bailes para jóvenes y adultos, en horarios diversos, con orquesta y servicio de bebidas. Del mismo modo, llegaron también las prominentes figuras del radioteatro chileno como Nieves López Marín y Doroteo Martí.

Tardíamente la sala cumple múltiples propósitos, incluso, entre marzo y abril de 1950 se acondicionó para peleas de box y la platea se convirtió en pista de baile. También se utilizó para intervenciones de políticos, matrimonios, fiestas de primavera, fiestas de carnavales y de fin de año. Los boleros, pasodobles y tangos invadieron la sala, convirtiéndola en un recinto para celebraciones sociales más populares. Y la pantalla cinematográfica se pobló de estrellas de Hollywood, las que se prolongaron hasta la década de los setenta.

En fin, el salón que hasta los años veinte había congregado a la élite de la sociedad iquiqueña en torno a sus ideales de modernidad, con la crisis salitrera y las nuevas políticas de la administración privada y municipal, se transformó en un espacio para el cine y otros espectáculos menores y con ello comenzó una fase de descenso artístico y de deterioro patrimonial.

[1] El Teatro Municipal fue declarado Monumento Nacional por Decreto del Ministerio de Educación Nº 935 del 25 de noviembre del año 1977.

 [2] Sara Bernhardt (1844-1923)  fue en su época considerada como una de las mejores actrices del mundo. Sus interpretaciones basadas en la naturalidad  actoral y con una voz que envolvía el escenario en el que actuaba, atraparon a críticos y público. Tanto en el teatro como en los primeros años del cine, cosechó grandes éxitos y su fuerza de voluntad unida a su gran talento fueron las claves de su éxito.

 [3] Ver Teatro Municipal de Iquique. Un encuentro con su historia, de Orietta Ojeda

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