Edición Cero

Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación La verdad es que no hay razones serias ni éticas para expulsar a los vendedores ambulantes que... Turismo, Cavancha y comercio ambulante

haroldo qHaroldo Quinteros BugueñoProfesor universitario. Doctor en Educación

La verdad es que no hay razones serias ni éticas para expulsar a los vendedores ambulantes que se instalan en los lugares de mayor afluencia peatonal y turística. Con el cansador cuento del «turismo,» a los alcaldes y sus adláteres políticos, tradicionalmente les vienen inexplicables ínfulas de “gran ciudad,” sobre todo en estos períodos estivales, y las emprenden contra los estos humildes coterráneos nuestros. Por cierto, no puede ser más ridículo que, abierta o disimuladamente, las autoridades quieran ocultar la pobreza y cesantía que nos afectan a todos.

En fin, el asunto se reduce a si se expulsa o no a los vendedores ambulantes que ocupan las calles y paseos por donde más deambulan los iquiqueños y los turistas. En el fondo, sólo llevar a la discusión este problema responde a la cultura del arribismo, la hipocresía, y el aparentar lo que no se es. ¿Por qué diablos aparentar? No es así en prácticamente todo el mundo, desde París, Nueva York, Londres y Roma (donde los migrantes ambulantes abundan) hasta los países más pobres del Tercer Mundo.

Por ejemplo, en un país pobrísimo, como es Egipto, nunca ha disminuido el turismo, a pesar de los millones de pobres –sobre todo, niños- que asedian a los visitantes extranjeros para venderles, u obligar a comprarles, cualquiera cosa. Lo mismo ocurre en Jordania, El Líbano y en los países de África Negra. No es distinto en el subcontinente latinoamericano. En uno de los tres países más turísticos del mundo, Méjico, desde las pirámides de Teotihuacán y Chichén Itzá hasta el interior del Metro de Ciudad de Méjico, llegan miles de ambulantes que ofrecen objetos de todo tipo, incluyendo películas y música pirateadas, ante lo cual nadie se escandaliza.

Vale decir, las autoridades de esos países, aunque sean conservadoras y reaccionarias (lo que, por supuesto no es nuestro alcalde, quien tiene mucho que decir en el asunto) no son hipócritas ni arribistas, y, simplemente, hacen la vista gorda. Vale decir, no ocultan la realidad objetiva de la pobreza, y dejan actuar al comercio ambulante. Además, como no son torpes políticamente, resuelven así, y en buena medida, los clásicos agudos problemas del subdesarrollo que afectan a sus países, como el hambre, la cesantía y la delincuencia. Los hombres, mujeres y niños que venden en Cavancha, en calle Tarapacá o en las inmediaciones de la Plaza Prat, no lo hacen por molestar ni porque les guste, sino porque deben sobrevivir. ¿Y el «comercio establecido,» que tanto reclama contra los ambulantes?

Lo siento, pero este tipo de comercio no está formado por personas necesitadas y, además, no pueden quejarse demasiado de cómo marchan sus negocios, puesto que en Iquique se vende y se compra mucho. En cambio, nuestros coterráneos más pobres deben comer y vivir de la manera más digna posible. Además, nunca disminuirá la delincuencia que tanto nos afecta a todos, y muy especialmente a los propios turistas, si a los ambulantes se los obliga, por la fuerza bruta, a abandonar los lugares en que mejor puedan vender sus mercancías.

A falta de políticas de Estado serias para terminar realmente con la pobreza y los sueldos y pensiones miserables, que obliga, incluso a las mujeres e hijos de los trabajadores más pobres, a salir a la calle a vender cualquier chuchería, el comercio ambulante es una válvula de escape que debemos solidariamente aceptar, aunque todos quisiéramos que sólo fuera transitoria. Los ambulantes deben seguir en donde están, haciendo lo suyo para sobrevivir. Ello, en verdad, más parece molestar a las autoridades que a los turistas y a los iquiqueños.

Los comentarios están cerrados.