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Iván Vera-Pinto Soto / Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Alguien limpia la celda/ de la tortura/ lava la sangre pero/ no la amargura…... Los fantasmas de la tortura se visibilisan

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Alguien limpia la celda/ de la tortura/ lava la sangre pero/ no la amargura… Esta estrofa del poema “Alguien” de Mario Benedetti, demanda por las víctimas de los episodios más oscuros y espantosos ocurridos en la historia republicana de nuestros países latinoamericanos y que precisamente el texto – “Prevención del daño transgeneracional en segunda generación” – aborda con rigurosidad científica, permitiéndonos comprender cómo la represión política de estado marcó definitivamente la identidad de los descendientes directos de las personas sobrevivientes de tortura.

 No es para nadie un misterio que el Golpe de Estado en Chile, el año 1973, provocó en muchos ciudadanos que sustentaban ideales y sueños políticos que se adscribían en la construcción de una sociedad socialista y democrática, nefastas y destructivas consecuencias sociales, económicas, psicológicas y políticas, las que aún son difíciles de asimilar y que sobrepasan a cualquier capacidad de respuesta de las víctimas de la violencia de estado.

En esa línea argumental, los investigadores del Centro de Salud Mental y Derechos Humanos (CINTRAS), demuestran mediante el estudio de casos clínicos, que el estigma, la discriminación y las violaciones de los derechos humanos que sufren las víctimas de la violencia política y las familias afectadas por trastornos mentales son irremediablemente traumáticos, profundos y pueden ser transmitidos a las generaciones posteriores. Asimismo, reconocen que el trauma puede tener un carácter específico, individual e irrepetible y, al mismo tiempo, susceptible de ser modificado de acuerdo al nuevo contexto socio-histórico que viven los herederos de las víctimas primarias.

Por otro lado, el estudio sustenta que el tratamiento y la sanación de las víctimas de la violencia política es un proceso muy complejo y difícil de emprender y que no basta el apoyo médico especializado, ya que toda acción reparatoria debe comprometer necesariamente la intervención del estado y la sociedad en su conjunto, con la finalidad de eliminar definitivamente aquellas condiciones estructurales (sociales, económicas y políticas) que dieron pie a la violación de los derechos humanos en el país.

A partir de las evidencias de este trabajo científico podemos inferir un conjunto de consecuencias psicológicas y sociales que sufrieron miles de personas, como producto de los hechos traumáticos vividos con la implantación de la dictadura militar. Entre otros efectos inmediatos, está el miedo; como una poderosa y extrema emoción que trae consigo reacciones corporales, reacciones impulsivas, extrema emoción, y alteración del sentido de la realidad.

Además, sumemos otros sentimientos de vulnerabilidad, inseguridad, desmoralización, desesperanza, desesperación, desamparo, indefensión, inhibición a la comunicación, problemas de relaciones humanas, aislamiento social, sufrimiento, dolor, tristeza, desconfianza, baja autoestima, odio y deseo de venganza. Asimismo, los eventos traumáticos causaron reacciones de estrés no sólo en las víctimas principales sino también en la población general que vivió en estrecha proximidad con el lugar del evento.

A los efectos ya descritos, debemos identificar otros, tales como: depresión y trastornos de estrés post traumático. La depresión se caracteriza por una situación mantenida de bajo estado de ánimo o irritabilidad, sueño perturbado, fatiga y pérdida de energía, pérdida de interés en las actividades cotidianas, dificultades con la memoria y concentración, pensamientos frecuentes de muerte o intentos de suicidio, cambios en el apetito y pérdida de autoestima; mientras que la ansiedad es un estado de tensión psicológica generalizada o excitación psicosomática.

Es evidente que los efectos y las secuelas que repercuten en la mente del sujeto pueden ser múltiples, devastadores y permanentes, al punto de transformarse en una verdadera marca de dolor y sufrimiento que lleva consigo la víctima por el resto de sus días. Igualmente, el trauma que lleva las víctimas origina un conjunto de comportamientos perturbadores que irremediablemente afectan y deterioran su relación con el entorno familiar y social.

En efecto, la tortura destruye la mente y la personalidad de la víctima, despreciando la dignidad intrínseca de todo ser humano. Es por ello que su práctica debe ser condenada por representar uno de los actos más aborrecibles que los seres humanos cometen contra sus semejantes.

En capítulo denominado la Conspiración del Silencio, es reveladora la descripción que se hace acerca de la falta de conocimiento cabal que tienen los descendientes de las víctimas sobre las torturas sufridas por sus padres. Habitualmente – como verifica la investigación – los antecedentes traumáticos se callan por vergüenza o para proteger a la familia.  Por lo mismo, el silencio del sufrimiento ocurrido en sus predecesores, deja muchos márgenes abiertos para la fantasía y la ficción. Este ocultamiento del trauma demuestra lo dificultoso que es para un joven integrar el pasado de sus ancestros con su propia historia, debilitando el proceso de construcción de su propia identidad.

Del mismo modo, en el relato de los traumas, se dan testimonios de ciertas tensiones que se generan entre las relaciones familiares y el proceso de construcción de identidad de los adolescentes, manifestado en estilos autoritarios de crianza e intentos de los jóvenes por abrir nuevos caminos de desarrollo. Los estilos aprensivos y el miedo heredado de sus padres se patentizan en los discursos de los jóvenes, traspasando el sentido de vulnerabilidad a los descendientes. A este tenor, se establece que cuando los padres logran superar los efectos traumáticos vividos se reduce el riesgo del daño familiar y el efecto protector sobre los hijos.

Resulta especialmente interesante el capítulo referido al rol de la justicia en los procesos de sanación de las víctimas, así como de sus familias y la sociedad en general. En el análisis se sustenta que la aplicación de la justicia es una variable preponderante en el proceso de sanación y reparación de las víctimas de la tortura, pues la impunidad constituye el principal mecanismo de “retraumatización”, puesto que anula los efectos reparatorios de la acción de la ley.

En ese escenario, Carlos Madariaga, sostiene: “la impunidad perturba directamente los procesos de duelo y la rehabilitación en primera generación, es el principal mecanismo psicosocial de perpetuación del trauma en las nuevas  generaciones; la transgeneracionalidad constituye la nueva forma que adquiere en el presente el trauma de la dictadura y la actualidad de la tortura. La amenaza tanática del pasado traumático sobre la sociedad actual representa en sí misma la dolorosa derrota del Estado chileno en los esfuerzos reparatorios; sus consecuencias adquieren materialidad dentro del tejido social, en ocasiones subrepticiamente y en otras en forma abierta y desgarradora” (“Daño transgeneracional en Chile. Apuntes para una conceptualización” (2003).

Siguiendo sus derroteros, podemos rematar que la reparación terapéutica es una tarea de muy largo plazo, ya que ella compromete aspectos valóricos y morales, al acceso a la verdad y a la administración plena de justicia, a la restauración de los derechos de ciudadanía, al otorgamiento de recursos económicos que restituyan las pérdidas materiales y, fundamentalmente, que se haga efectivo el proceso de verdad y justicia con todos los casos de las víctimas.

A todas luces, este estudio nos permite contar con fundamentos científicos para reafirmar la necesidad de ampliar el compromiso de todos los sectores sociales en la causa de los Derechos Humanos. Esto implica promocionar una cultura que favorezca la erradicación de las condiciones  implícitas que provocan violencia y represión política. Por lo demás,  para que esta cultura sea eficaz no debemos olvidar las lecciones del pasado de nuestro país, toda vez que las heridas de pobreza e injusticia aún se mantienen sin cicatrizar.

Del mismo modo, debemos  afirmar que esta investigación es un paso importante para restablecer la memoria histórica en Chile. Es una manera de transformar en hecho histórico y real los rumores fantasmales acerca de la tortura, respecto a la cual algunos sectores de la sociedad chilena hasta poco ni siquiera reconocían. Ese grave escamoteo que ocurrió durante mucho tiempo en lo tocante a la violación de los derechos humanos, hoy, con proyectos académicos como éstos se rescatan para la memoria colectiva y se anula la herencia antihistórica del régimen de Pinochet.

Parafraseando al doctor Juan Gómez, académico de la Universidad Central, ¿Qué hacemos nosotros como ciudadanos y como comunidad frente a la violación de los derechos humanos? ¿Mantener silencio? ¿Olvidar el pasado y mirar hacia adelante? ¿Seguir aceptando a los dueños de la voluntad omnipotente que se sienten invulnerables? De ningún modo. Debemos condenar de manera severa las violaciones de los derechos humanos cometidos contra los ciudadanos que pensaban de manera diferente y que concebían un destino más justo y noble para todos los chilenos. Debemos abiertamente respetar y solidarizar con las víctimas y exigir que se condene a todos los agentes del Estado, quienes usaron arbitraria e ilegítimamente la fuerza para cometer crímenes contra la humanidad  y crímenes de guerra. La impunidad de esos actos ominosos es intolerable.

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