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Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Si tuviese que definir una característica relevante del artista, me inclinaría por su estado de... Pasión y Arte

Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo

Si tuviese que definir una característica relevante del artista, me inclinaría por su estado de permanente pasión que siente  hacia su quehacer y la belleza. Indudablemente, esa condición es consustancial a al rol social que cumple en su comunidad y a la naturaleza singular de su personalidad.

¿Cómo podemos definir la pasión? Sin duda, es un estado locura, de deseos incontenibles, de fuego que quema los pensamientos y la piel. Es una alteración de nuestro estado de ánimo; una fuerza impetuosa que supera la razón y que puede permitir mover montañas y realizar nuestro sueños.

El arte es más que un color en un cuadro, mucho más que palabras unidas con cierta destreza, unos movimientos plásticos sincronizados o unos sonidos armoniosamente conectados. El arte es más que una lógica de combinaciones técnicamente estructurada por el artífice. Es, esencialmente, una fuerte exaltación del espíritu que nos colma el corazón de melancolía, ternura, alegría o pasión.

Puede que exista un intérprete muy profesional, un verdadero virtuoso de la técnica de su arte, pero si no es capaz de comunicar el mundo interior de la obra que ejecuta, entonces nunca al público logrará conmocionar, sorprender y menos crear empatía con su trabajo. Es la pasión, el espíritu que lleva asida cada obra de arte, lo que provoca – casi de manera mágica – reacciones en las capacidades perceptivas, reflexivas y emotivas del lector o del espectador.

Por ejemplo, cuando escuchamos la guitarra flamenca de Paco de Lucía, podemos percibir claramente la pujanza alborotada del pueblo gitano. Al igual nos ocurre cuando nos deleitamos con la profunda voz de Adriana Várela, podemos imaginarnos el humo embriagador de un rincón de tango. Asimismo, cuando nos sintonizamos con la voz de Eva Ayllón, nuestra mente se vuela rápidamente a las peñas criollas de Lima. Algo parecido nos sucede con el canto de Compay Segundo, Cesaria Evora, Joan Manuel Serrat, María Bethania, Rubén Blades, Víctor Jara, Pablo Milanés, Lila Downs y tantos otros intérpretes que son capaces de transportarnos a diversos espacios y hacernos sentir, en pocos minutos, los más disímiles sentimientos: amor, dolor, felicidad, angustia y desesperación.

Soy un convencido que el arte debe tener mucho sentimiento; en otras palabras, debe hacer uso del lenguaje humano, universal y sencillo, que permita dar sustancia a nuestro caminar por la vida. Parafraseando a Aristóteles, el arte debe provocar un estado de “catarsis”, de sublimación de los sentimientos y emociones latentes y que, a través del proceso de la creación artística, adquieren belleza y generan deleite en las personas.

Por consiguiente, el artista debe dedicarse a descubrir esa pasión que está latente en sus venas, en su corazón y en su razón. Debe explorar esa “voz interior” que le da a la obra su propio estilo, su personalidad y que le permite comunicarse con su público. Por lo demás, el arte es uno de los mejores medios por el cual el ser humano puede manifestar una realidad espiritual en nuestra sociedad.

Posiblemente, el principal desafío para los jóvenes artistas, apasionados y buscadores de la verdad, sea la expresión libre de esa “visión interna”. Precisamente, ese fue el camino que siguieron grandes maestros de la pintura como Monet, Van Gogh, Gauguin y Guayasamín. En este caso, cuatro artistas que apasionados por la realidad cambiante que les rodeaba, adoptaron una mirada propia, ascética y pasional que les permitió aprehender su mundo circundante y generar una verdadera “purificación” en sus realizaciones pictóricas.

Creo que esa particular emoción la he visto reflejada en algunos artistas y artesanos locales que conozco de primera mano, tales como: Carlos “Sentimiento” Avalos, Luis “Checho” González, Mauricio Gatica, Monserrate, Fernando Celedón y otros cantantes populares. Carlos Morales y Gonzalo Calle, en el canto coral. Abraham Sanhueza, Ramón Jorquera y Luisa Jorquera, en el arte escénico. Jeannette Baeza, Luis Astudillo y todas las artesanas aymaras que trabajan defendiendo la identidad tarapaqueña. Héctor Lizana, Alberto Díaz, Pedro Rodríguez, Josan y Renato Calderón, en la pintura e instalaciones plásticas. En fin, muchos otros que se quedan accidentalmente en el tintero; hombres y mujeres están creando o interpretando todos los días (no como hobby ni menos por proyecto ganado) con toda su pasión, temas que reflejan su fuerte arraigo a la tierra nortina y su sincero discurso social.

En síntesis: es la pasión de los artistas la que crea historias, canciones, imágenes, artesanías y melodías que se extienden más allá de las fronteras y de los tiempos. La pasión por la creación la que se asocia a la pasión por la vida y la belleza, es la mejor herencia que podrán recibir las generaciones venideras y que posiblemente darán origen a nuevos sueños y utopías. Que vivan muchos años los artistas apasionados y que sus obras trasciendan tiempo y espacio.

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