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El Prestigioso medio La Diaria de Uruguay, realizó una entrevista in extenso, a Iván Vera Pinto, dramaturgo y Antropólogo iquiqueño, quien acaba de concluir... Entre la locura y la cordura: Entrevista con el dramaturgo, pedagogo y antropólogo chileno Iván Vera-Pinto Soto

El Prestigioso medio La Diaria de Uruguay, realizó una entrevista in extenso, a Iván Vera Pinto, dramaturgo y Antropólogo iquiqueño, quien acaba de concluir una gira por ese país, liderando el Teatro Expresión, dependiente de la Universidad Arturo Prat. El director Teatral, además, realizó una serie de charlas para promover lo que define Teatro de la Memoria, su propuesta que pone como protagonista, a la realidad,  a través de las diversas problemáticas sociales, bajo una mirada cuestionadora.

 Conozca la entrevista realizada por la periodista uruguaya

Se reconoce como un hombre estructurado, pero cuando habla de su trabajo lo hace con pasión, y hasta se podría decir que, por momentos, con exaltación. Nació en Iquique, Chile, en 1956, y fue el hijo único de una familia humilde. A principios de noviembre visitó Salto para presentar Pedro y el capitán, obra escrita por Mario Benedetti, y promocionar su último libro, Antología de la memoria, en el cual reúne 11 obras que siguen su línea de trabajo, a la que define Teatro de la Memoria, su propuesta que pone como protagonista, a la realidad,  a través de las diversas problemáticas sociales.

-¿Qué es Teatro de la Memoria?

-Es una propuesta en la que se rescatan aquellos episodios de la historia ocultos por las letras oficiales. Se toman como referencia documentos, libros, hechos históricos, microhistorias, vivencias, problemáticas sociales que han afectado a una comunidad determinada, no para hacer una referencia académica o un documental histórico, porque no es historia. Es para tomar lo esencial, recrearlo en su forma y volverlo como imagen materializada hacia el público y que éste logre un distanciamiento y pueda reflexionar, cuestionar y develar las causas de la problemática planteada.

Como Bertolt Brecht lo marcó en su tiempo, no es mostrar al pobre su pobreza; al miserable, su miseria, sino que es develar las causas de su pobreza, de su miseria, ir a lo esencial. Y que el espectador o el lector no solamente sufra y se emocione, que es distanciarse, reflexionar, cuestionar y, a lo mejor, tomar partido de lo que está leyendo o viendo en escena. Es un teatro bien contestatario, provocativo, que va a dominar la memoria y la identidad de quienes están frente a esa escena.

-¿Se realiza mucho trabajo de campo para desarrollar cada obra?
-Sí, trabajo con colegas que son historiadores de la universidad, son quienes aportan y me orientan. También pongo mis conocimientos de Antropología. Pero en realidad cuando escribo no tengo plan. Porque estar muy estructurado no permite crear en forma libre. Si bien tengo una idea, la historia comienza a surgir de una manera muy espontánea, que a veces puede cambiar el curso y terminar en otro cuento que ni siquiera me había imaginado. Trato de mirar la realidad de una manera objetiva, racional, a pesar de
que cuando me introduzco en la creación misma trato de ser lo menos racional posible, algo que me cuesta mucho porque soy un tipo muy estructurado, y tengo que lidiar con eso.

Para hacerlo a veces busco el dolor, a través del dolor puedo crear. No es que sea masoquista o enfermo, pero creo que cuando uno está en un estado de dolor, apesadumbrado, cuando recuerda situaciones que ha vivido, llega a estar en un estado muchomás sensible para comprender y poder penetrar en la vida ajena, para escuchar a estos personajes que son reales y que no los puedes configurar de una manera muy racional. Mi método es eso, provocarme. Hay un estado de locura y yo me siento muy libre. Cada historia es un desafío porque sueñas, tienes pesadillas, conversas con tus propios personajes, te vuelves medio loquito y empiezas a hablar solo. Es interesante.

-¿Cómo conjugas academia y locura?
-Tengo un amigo historiador que me ha ayudado con mis libros que siempre me dice: “Tú, Iván, coqueteas con la historia”. Y es cierto, yo no pretendo hacer historia con esto. Hay dos dimensiones: una es la parte de la investigación, con trabajo de entrevista, de conversación, de recurrir a fuentes fidedignas. Esta parte es racional y la hago primero para adentrarme en el tema. Por otro lado, en la última obra que escribí, Pellejo de carne, planteo la participación de la mujer en la guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia. Tomo el tema de la guerra en general y a su vez entro en la microhistoria: una mujer que sufre por un amor no correspondido con un capitán. La problemática de mujer, que no es sólo de esa época, la llevo al paroxismo, me pongo muy despiadado con los personajes y en este caso salen monstruos de ella y se lo devoran (al capitán), es capaz de comerle las vísceras. Esta situación puede pasar por la imaginación de cualquier persona que dice ser normal. Lo llevo a esos extremos que ya no son la historia oficial sino que es la historia particular,la ficción, que cae en lo grotesco, lo absurdo, lo surrealista para provocar al lector o espectador. Lo que deseo en el fondo es que quien lea o vea una obra de teatro mía no quede impávido.

-¿Y lo logras?
-Sí, claro, hay personas que quedan muy conmovidas. Otras se han levantado y dicen que no pueden soportarlo y se van enojadas. Algunos por razones políticas e ideológicas no están de acuerdo. Si pasa eso es porque estamos provocando, esa persona se fue pensando.

-El teatro ya no es tan popular…
-Todos sabemos que el teatro ha entrado en una crisis desde hace mucho tiempo en cuanto a la cobertura de público, entonces se han terminado los teatros patrimoniales. Pero hay nuevas alternativas, hay que llegar a los segmentos de público que están divorciados socialmente de las artes por razones económicas. Yo siempre digo que no tenemos que quedarnos a esperar que la gente venga a la sala o a la biblioteca para leer, sino que nosotros tenemos que crear esa necesidad donde el hombre vive y trabaja. Tenemos que ir a los sindicatos, a las poblaciones, a las escuelas, trabajar con los jóvenes. Hay que motivarlos, orientarlos, estimularlos. Si influyes en una persona ya estás haciendo un cambio en una realidad. El hecho de cuestionar me carga también a mí. Cuestionar a la sociedad, a la autoridad y al Estado y caemos en esos dramatismos y nos cortamos las venas y estamos mal y no podemos hacer nada. No, sí podemos hacer. Y cada uno en su ámbito: tú como periodista, yo como escritor podemos provocar cambios, influir en las personas.

-¿El compromiso social es parte de tu trabajo?
-Sí, de todas maneras. Quienes trabajamos en esto a veces sufrimos un conflicto dentro de las mismas instituciones, tenemos problemas reales, económicos, pero al margen de eso está el compromiso que tú has adoptado de por vida con una línea de trabajo, con una utopía y yo no claudico; hasta el final, hasta lograr lo que deseo: ese pequeño cambio dentro de mi sociedad, de mi realidad. La mantengo aunque tenga problemas económicos, aunque me quede solo seguiré adelante en el mismo camino. No busco el éxito, sólo busco influir en las mentes y en los corazones de las personas.

-¿Cómo se fusionan la tecnología y el teatro?
-Hay un autor argentino llamado Juan Carlos Gené que acerca de esta problemática plantea que si bien a la gente de teatro ya no se la reconoce, como pasaba en la antigüedad, como los parias, lo subversivos y la gente más desarraigada, más anárquica, hoy día hay quienes ganan muy bien en teatro, tienen estatus importante en la sociedad. Pero también es cierto que se ha ido constriñendo el público por los adelantos cinematográficos y de la televisión. Ahora, en la era de la digitalización, a mí me parece que la tecnología en sí nunca va a ser mala en la medida en que la utilice para los objetivos que persigo en las artes, pero sí me parece que en el caso del teatro puede ser de alguna manera peligrosa y contraproducente para lacreación, en la medida que el trabajo creativo del actor se mediatiza por un trabajo tecnológico, que es lo que pasa en el cine o en la televisión cuando esa espontaneidad, el hecho mismo que ocurre en el teatro ahí en un instante, se transforma en una escena editada, en la que se hacen todos los arreglos para que resulte mucho más impresionante.

Yo creo que así el teatro pierde su fuerza natural, vivencial. Pero más peligroso aún es el hecho de que el teatro a través del medio tecnológico pueda convertirse en una mercancía que la ven millones de personas y va a caer en manos de una agencia, empresa o distribuidora que va a sacar partido con la copia, que va a hacer que la obra sea un éxito. Y que se pueda vender incluso dañando los derechos de los autores y convirtiéndola en un producto de fantasía como otros. Hay que oponerse a esto; en la medida que uno pierde la identidad de su trabajo yo creo que está traicionando sus principios.

-¿Cómo proyectas el teatro?
-En este momento en Latinoamérica, después de todas las crisis que hemos vivido, en lo social, político, económico,  que todavía estamos curando heridas y tratando de subsistir en este sistema neoliberal, en el caso del teatro hay una tendencia a volver a las identidades. Y esto lo digo porque dentro del movimiento de teatristas latinoamericanos, después de las crisis políticas, de los quiebres institucionales, y de regreso a la democracia ha habido una etapa de transición, de búsqueda de nuevos caminos, nuevas estéticas; hoy en día hay muchos que están regresando a las raíces del teatro, buscando las historias locales, de los países. Más aún en el momento de sometimiento cultural que sufrimos con este proceso complejo llamado globalización. En general hay un regreso de los artistas a defender su identidad, a rescatar lo propio.

Escrito por Florencia Pagola

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