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Guillermo Jorquera Morales, ex  Director del TIUN – TENOR El Jardín de mi casa es un espacio no muy mayor, pero a cambio entrega las mayores... Desde el Jardín de mi casa

Guillermo Jorquera Morales, ex  Director del TIUN – TENOR

El Jardín de mi casa es un espacio no muy mayor, pero a cambio entrega las mayores alegrías a mi mujer que lo cultiva, por decirlo de alguna manera. Más bien lo regalonea como a un niño mañoso, si hoy quiere avanzar por un lado y no por otro, ella se lo permite, si mañana se le ocurre, sorprenderla con un brote no programado, ella lo celebra, se emociona y les cuenta a todos esa emoción.

Pero el Jardín de mi casa no sólo es como un niño mañoso, sino también un fiel confidente, y lo más valioso es que es muy buen escuchador, nunca le rebate, nunca le replica, acepta todos sus cariños, retos y esperanzas, ambos se la llevan muy bien, hacen buenas migas y se entienden de maravilla. Es su alma campesina lo que la hace feliz con este pedacito de campo que se ha inventado.

No vaya a pensar Ud. que es un jardín de gran linaje, como un jardín japonés, o de una mansión inglesa o uno de las casas con apellidos vinosos de nuestra casta abeceuno; no, es un espacio con pretensiones de jardín, emparentado con una incipiente huerta, invadido por material no orgánico que con desapego allí he instalado; no sé si inconscientemente para insistir que estamos en el desierto, reinstalé calaminas, fierros, tachos choqueros y un cuantoay de elementos pampinos que de alguna manera han terminado protegiendo este jardín de mi casa.

Allí, desordenadamente, Ud. puede encontrar plantas y flores de la más amplia diversidad: Buganbillias, Buenas Tardes, Geranios, Aloe Vera, una variedad increíble de cactáceas, tomates, sus últimos regalones, y una serie de plantas que desconozco su pasado, todas especies menores protegidas por la luz y sombra de su follaje de dos vigilantes árboles, plantados por mis nietos, y que a pesar de su débil aspecto le hacen honor a su nombre de pontífice, Ponciano, crecen regalando vitalidad a través de sus incontrolables ramas que comúnmente hay que desbastar porque impiden transitar por el patio, a diferencia de dos torres de fierro que inmóviles y calladamente, también conviven con ellos, de las que cuelgan dos campanas (de fibra de vidrio) nerudianas, herencia de un pasado que ya pasando está.

Como el espacio del jardín del patio es pequeño, ella  cultiva también en la terraza frontal embaldosada, pero con tres jardineras que ella se empeñó en diseñar, otras plantitas y un árbol del género ficus que también regala sombras y a veces huevitos de pajaritos que no alcanzan a empollar, que ella recoge y acurruca, ahijándolos en sus manos como para revertir su suerte, otro mini espacio que nunca deja de atender como verdaderos respiraderos de arenosa aridez.

Y como si fuera poco, ha tratado de ganarle al infortunio de la calle, en una población enclavada en plenas faldas del Cerro Dragón, en un pasaje que inicia su pasar con un sitio eriazo de dudosa propiedad, después de haber nacido como una plaza de juegos para niños, a la vera de nuestra casa, allí donde antes se alimentaba un pequeño basural clandestino hoy ella y algún vecino, sembrando y plantando le ganan a diario a ese infortunio con el porfiado afán de pintar de color esperanza la alegría de mirar.

Este jardín es también un amigo mío, porque me alegra ver a mi mujer contenta y feliz, de esa manera ella conserva en su alma el calor de su terruño, refugiada en los brazos pampinos que yo le ofrezco, pero siempre respirando y soñando desde el Jardín de mi casa, con el piar de los pajaritos, con el olor, con el sabor y el color de su añorado campo maulino.

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