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Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo En estos días de elecciones municipales los ciudadanos comunes y corrientes nos encontramos en el ojo... Marketing en las elecciones políticas

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo

En estos días de elecciones municipales los ciudadanos comunes y corrientes nos encontramos en el ojo del huracán político. Las calles, las avenidas y todos los lugares públicos están plagados con la propaganda de los diversos candidatos que según sus declaraciones – a veces muy poco creíbles – quieren el desarrollo integral de nuestra ciudad. Junto a esta marea contaminada de bocinazos, arengas, jingles, banderas y pancartas, descubrimos que la estrategia para persuadir al electorado ha cambiado notoriamente en la política nacional.

“Cada día vemos que las campañas presidenciales son más parecidas a los spots comerciales. Todos los periodos en que hay que elegir presidente, la televisión, las calles, las murallas y los eventos masivos entre otros lugares se llenan de publicidad electoral. El uso de las herramientas de marketing en la política ha ganado presencia en las dos últimas décadas” (Franklin, 1994; McNair, 2000; Scammell, 1995, citado en Gunter, B., Saltzis, K. & Campbell, V. 2006).

En el actual panorama, el marketing impera en la política. Es decir, toda acción política se enmarca en ese proceso “de planear y ejecutar el concepto, precio, promoción y distribución de ideas, bienes y servicios para crear intercambios que satisfacen los objetivos de los individuos y organizaciones” (American Marketing Association). Se parte de la hipótesis que el marketing interpreta las necesidades y deseos de las personas, determinando de cierto modo el modelo de diseño de las estrategias organizacionales, buscando crear relaciones de valor con las a través de la satisfacción de sus demandas y necesidades.

Aún recuerdo que en décadas anteriores, el político trataba de lograr los votos mediante el conocimiento del electorado, a través de un trabajo puerta a puerta, comprendiendo que el universo de votantes era mucho menor a lo que es hoy. Por lo tanto, su estrategia estaba mediada por su retórica, el discurso persuasivo y un programa que reflejara el sentir y los intereses de la gente. Sin embargo, hoy que el electorado es mayoritariamente superior, el conocerlo de manera personalizada es casi imposible y, además, hay que reconocer que existe un desgaste de las formas comunicacionales tradicionales. Por lo mismo, en este nuevo panorama, al igual que cualquier empresario, el político hace un estudio de mercado, encuestas de opinión y diferentes tipos de análisis para conocer a los ciudadanos votantes.

Me parece que hasta aquí no hay nada cuestionable ni menos podemos sospechar de una actitud presumiblemente manipuladora en la campaña política, pues, en este caso, el sujeto político hace uso de los conocimientos de las ciencias para mejorar las estrategias de conocimiento y persuasión de su potencial aliado en su camino al poder político. Sin embargo, no podemos pensar que una campaña electoral se reduce a una mera transacción, donde el votante intercambia su tiempo y adhesión por las promesas de un mejor gobierno que ofrece un candidato en un período de campaña. Indudablemente, mucho más importante que las técnicas de marketing y comunicacionales, son los contenidos, los programas y objetivos que abierta o veladamente ofrece el postulante a algún sillón municipal. A ese tema trascendental, percibo que algunos de los actuales candidatos no ponen atención ni menos les interesa. Parten del supuesto que al electorado se gana con una buena campaña propagandística y con astucia “marketera”.

En esa lógica muchos políticos se preocupan de invertir millones de pesos en parafernalia, juegos artificios, shows, imagen publicitaria y en “envoltorios sin sustancia”. Ahora bien, en esa misma dinámica, entiende que mientras más veces lo vean en la avenida Arturo Prat o tenga el mejor “carro alegórico” con mujeres exuberantes, va a resultar más atractiva candidatura. Por supuesto, no todas las personas pecan de cándidas, no todas se dejan embaucar por estos personajes que viven y se benefician de la política.

Si revisamos algunos ejemplos históricos nos daremos cuenta que quienes habitualmente han hecho uso de este tipo de manipulación han sido los regímenes dictatoriales de todos los colores, ya sea mediante el control absoluto de los medios de comunicación o la inversión millonaria en propaganda y publicidad, la que posteriormente recuperan con creces cuando alcanzan el poder político. Por lo demás, la propaganda hoy es utilizada como si el electorado fuese un cliente y el actor político un producto comercial. Asimismo, se piensa que a ese “cliente” puede dirigirse su comportamiento, elaborando una buena estrategia de marketing. Siguiendo esa dirección se procura producir calendarios, globos, agendas, fotografías y tantas otras mercancías baratas para atraer el voto de los ciudadanos.

También hay otros que caen en métodos más vulgares y “chabacanes” como pararse en los paseos peatonales, acompañados de mujeres-objetos, que lucen vestimentas provocativas para persuadir sexualmente a los ciudadanos. Trato de averiguar si existirá en la mente de esas jóvenes contratadas algún tipo de valoración hacia sí mismas. Al parecer no. Pues están dispuestas a recepcionar todo tipo de “manoseo público” por unas cuantas monedas que le paga en el comando político. Otros regalan shampoo, lapiceros, discos y cuánta “huachafería” hay, para congraciarse con la gente. Por el contrario, los que tienen mayores recursos económicos, contratan a artistas de la capital para ofrecer conciertos a los jóvenes. Suma y sigue, hay candidatos que creen que son los “Apolos nortinos” y se sacan fotos con las dignas mujeres que trabajan o van a comprar a una feria agropecuaria.

Podría continuar con una lista interminablemente de acciones superficiales de estos especímenes, pero para qué. Únicamente me pregunto: ¿Dónde está el ideario político? ¿Dónde están los valores que sustentan? ¿Dónde están las utopías? ¿Dónde están los sueños? ¿Dónde están las ideas? ¿Dónde está la información relevante para el electorado? Es muy posible que esos políticos de escritorios simplemente no las tengan. Son, nada ni nada menos, “leones de papel”; sin carnes, sin huesos y sin sesos. Fantasmales marionetas de poderes fácticos. Imberbes que juegan a ser políticos para ser famosos o para aparecer en los medios masivos de comunicación y pasear en sus autos descapotables.

¿Dónde están los cuadros políticos renovados que van reemplazar a las tristes y célebres figuras que se perennizan en los cargos públicos? ¿Dónde está el verdadero cambio? La verdad que busco respuesta a estas interrogantes y no la puedo hallar. Termino por ser un hombre desencantado de este tipo ejercicio político. Y me quedo, así como muchos, en mi nicho embriagándome con la frustración política y optando por la inhibición electoral en las próximas elecciones municipales.

Quiero ser sincero: añoro el debate, la polémica de ideas, la confrontación argumental, las plataformas realistas, la información objetiva y veraz, los sueños compartidos, la participación popular, el poder popular y los líderes sociales con mayúsculas.

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