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Cambio 21/Por Óscar Reyes P.- Desde la tribuna de Washington D.C., en EE.UU., observa la realidad chilena y comenta que en un eventual gobierno... José Miguel Insulza, ex ministro y actual secretario general de la OEA: “Quisiera ver de nuevo a Bachelet en La Moneda”

Cambio 21/Por Óscar Reyes P.- Desde la tribuna de Washington D.C., en EE.UU., observa la realidad chilena y comenta que en un eventual gobierno de la ex presidenta, “su sola llegada va a significar que la gente esté más contenta, pero no por eso necesariamente va a querer más a los partidos que la acompañan”. En una larga entrevista en exclusiva con Cambio21, el denominado «Pánzer» habló de lo que espera del Chile de los próximos años.

José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) desde 2005, dice que nunca se ofreció para ocupar ninguno de los múltiples cargos que tuvo durante los gobiernos de la Concertación, «con una sola excepción: yo sí quería ser subsecretario de Relaciones Exteriores, y todo el mundo lo sabía cuando el Presidente Frei me nombró».

«A mí me ha ido bien en la política», reconoce. Fue canciller de Eduardo Frei y ministro secretario general de la Presidencia y del Interior con Ricardo Lagos. Hoy El Pánzer, como se le conoce por su peso político, unido a su robusta figura, tiene como ocupación principal cumplir con su segundo periodo a la cabeza de la OEA, que termina el 26 mayo 2015, cuando pretende volver a la política en Chile.

-¿A la política activa? Porque, según todos los pronósticos, lo más probable es que cuando llegue la presidencia esté en manos de Michelle Bachelet.

-Si la presidencia o un cargo de elección popular fuera lo único que existe para hacer política, la gente que ha dedicado su vida a ella no tendría mucho que hacer. Yo, en realidad, nunca he preguntado mucho dónde me va a tocar. A mí me gusta la cosa pública, eso es lo principal. Con poder participar ya me pongo contento.

-¿Se arrepiente de no haber aceptado ser candidato presidencial de la Concertación en la elección pasada?

-Uno siempre queda con una cierta duda, pero en general creo que es una duda con la que puedo dormir tranquilo, porque creo que hice lo que era mi obligación hacer. No podía seguir yendo y viniendo a la espera de que la Concertación llegará a sus acuerdos y, al mismo tiempo, dirigiendo un organismo internacional como el que me correspondía dirigir. Los tiempos se agotaron, tome la decisión que tenía que tomar y no me he arrepentido de eso.

-¿A usted le gustaría que Michelle Bachelet volviera a ser presidenta?

-Yo quisiera verla de nuevo en La Moneda, pero eso es decisión de ella.

-¿Qué pasa si, hipotéticamente, la presidenta lo invita a participar en su gabinete? ¿Es tropezar dos veces con la misma piedra?

-Yo diría que no, por lo menos para mí fue una piedra entretenida, me gustó mucho ser ministro de Estado. Pero no podría responder una pregunta hipotética de ese tipo.

-¿Qué imagen se transmite de Chile en el exterior a raíz de la seguidilla de protestas que han habido en los últimos tiempos, con los estudiantes, y la violencia?

-Las imágenes se transmiten, se ven, pero no creo que exista una visión negativa del país en el exterior. Ni siquiera que hay muchos problemas. Cada vez que ha habido dificultades, en los tema de la educación principalmente, ha sido puesto de relieve, pero yo diría que Chile sigue siendo considerado entre los países más estables del hemisferio.

-¿Qué le pasa a usted cuando ve una portada y dos páginas del New York Times, quizás el diario más importante de América, dedicados al tema de la violencia y de la represión policial en Chile?

-Probablemente alguien que ha seguido la vida política en Chile y todos los temas de derechos humanos, que fueron toda una épica para el mundo liberal de Estados Unidos, puede haber tomado a mal ese reportaje, pero no creo que se piense que Chile es uno de los países que hay que apuntar con el dedo por el tema de los derechos humanos. Creo que ha habido abusos, por cierto, y es una lástima. Yo no recuerdo, cuando fui ministro del Interior, ni una sola denuncia de abusos. Y hubo muchos movimientos estudiantiles.

-Hay un proyecto de ley, la ley Hinzpeter, que reprime estas acciones.

-Yo no tengo muchos detalles de la ley, pero he estado dos veces aquí con manifestaciones y no he visto nada que no pueda ser claramente controlado por las autoridades que hay.

-¿Qué le aconsejaría al ministro del Interior sobre el manejo de las alteraciones públicas que se dan a través de las protestas?

-Yo creo que lo importante en estos casos es darle muy claramente las instrucciones y orientaciones a la fuerza pública. Naturalmente, la fuerza pública es esencialmente obediente. Yo entiendo que en el calor de los problemas, porque son fuertes y a veces los cabros también son bastante duros, que se pueden producir problemas, eso sí. Pero un patrón de conducta no lo siguen nunca espontáneamente. Yo siempre les decía: a mí no me importa que detengan a los chicos, pero que los suban a la micro tomados de la mano o del brazo y que los traten bien. Nunca tuve problemas.

-El presidente Piñera dijo en estos días que el país dormía la siesta, que estaba en decadencia y que a partir de la ascensión de su gobierno está encontrando el norte. ¿Qué dice usted a eso?

-El gobierno de hoy es opositor, por así decirlo, al que hubo antes y siempre se dice que los nuevos tienden a ver a los antiguos como los culpables de todos los males, y los antiguos tienden a ver a los nuevos como unos malagradecidos. Yo creo que el saldo de la Concertación habla por sí mismo, no es necesario defenderlo. Antes de que Piñera asumiera en marzo de 2010 el mundo entero estaba en recesión y el problema no era si las economías se caían o no se caían, sino cuánto se caían, y algunos estaban contentos con el crecimiento cero. Y este país en los últimos años de la presidenta Bachelet tuvo crecimiento, moderado, pero crecimiento al fin. No son períodos iguales a comparar sin reconocer que en esa época se vivía un momento que solamente tenía un precedente en el último siglo, que era la crisis del 29. Esa fue mucho peor. Los estados esta vez hicieron más cosas para evitar la tormenta, y el gobierno de Chile hizo bien su trabajo. Es raro que un país haya terminado con tan poca deuda pública en un momento en que todos decían que había que endeudarse para salir adelante. Yo pienso que es un comentario que lo entiendo en medio del fragor de la lucha política. Yo estuve presente cuando el presidente Piñera habló en el Consejo de las Américas y presentó su gobierno. Hizo algunas críticas también esa vez y lo curioso es que los empresarios que formaban parte de ese consejo estaban casi más sorprendidos que yo, porque ellos le habían dado un premio a la presidenta Bachelet en el mismo lugar un año antes, porque tenían una buena opinión de la forma en que ella y su ministro de Hacienda habían manejado la crisis. Que el nuevo presidente la criticara al año siguiente apareció medio raro.

-¿Cuál es su análisis frente al hecho de que Bachelet obtenga el 50% de apoyo de la ciudadanía, a un año y medio de las elecciones, y el que más se le acerque tenga nueve, en una encuesta que pocas veces se equivoca?

-Si uno mira la encuesta de opinión positiva o negativa, todos los candidatos están bajos, y eso viene a decir que los otros están muy bajos o que la presidenta está muy arriba. Ella es un fenómeno especial, nunca ha bajado su popularidad. No es que uno diga: ahora las cosas están tan mal que se acuerdan de ella, porque se están acordando de ella desde el día en que se fue. No ha bajado, a pesar de que le pegan bastante. Yo creo que ella es vista como una persona que para muchos trasciende la política y eso, ciertamente, es una virtud. La gente está descontenta con la política, con el mundo de los políticos, pero excluye de eso la presidenta Bachalet y eso es gran parte de su aura.

-Si ella es reelecta presidenta, ¿usted cree que pueda gobernar sin los partidos políticos?

-Eso es muy difícil. Aquí hay dos cosas que decir: primero, no se puede gobernar sin alguna fuerza política detrás; segundo, el ascenso de Bachelet al gobierno no le va a significar a los partidos de la Concertación o a otros afines resolver sus problemas, porque sus problemas son propios y nadie se los va a poder resolver. Los que tienen que volver a ganarse la confianza de la ciudadanía, poniéndose mucho más en sintonía con sus problemas, son los partidos. La popularidad de Bachelet está un poco separada de eso. Ella necesita las fuerzas políticas de su corriente lo más ordenadas posible. Son un aporte indispensable al éxito de un gobierno. Su sola llegada va a significar que la gente esté más contenta de que esté la presidenta, pero no por eso necesariamente va a querer más a los partidos que la acompaña.

-Volviendo al tema estudiantil, ¿usted cree que es posible una educación gratuita y de calidad? ¿Está el Estado en deuda con los estudiantes?

-Personalmente, yo creo que todos deberían tener derecho a buscar una opción, como ocurría antes. Yo estudié en un colegio particular, porque mi padre quería que aprendiera inglés y encontraba que ahí iba a aprender mejor que en un colegio fiscal. Pero en mis tiempos había excelentes colegios fiscales. La posibilidad de ponerme en uno también existió. Por lo tanto, lo que el Estado tiene que hacer es generar las condiciones a través de las cuales todo el mundo pueda optar por el tipo de educación que quiera tener y, naturalmente, la educación pública que el Estado ofrece debería ser gratuita. Si nosotros establecimos la obligatoriedad de la educación de 12 años, para empezar tiene que existir la posibilidad de que haya buena educación gratuita y de calidad. Porque si además hay que pagarla, es ponerle un tributo adicional. En cuanto a la universidad, también soy partidario de que el sistema universitario sea fundamentalmente gratis.

El exilio: «Jaime Guzmán hizo gestiones para que volviera a Chile»

-Cuando se quedó fuera de Chile después del golpe de Estado, ¿intentó ingresar a al país?

-No clandestinamente. La frontera estaba completamente cerrada. Me quedé en Buenos Aires hasta que apareció el artículo de La Segunda y yo estaba en la lista de los apátridas. Nosotros comprábamos El Mercurio en la tarde del día y La Segunda en la mañana del día siguiente y recuerdo como si fuera hoy que decía: Apátridas. Salían Volodia (Teitelboim), la Tencha (Hortensia Bussi, viuda de Allende) y Esteban Tomic; adentro venía la lista completa y ahí estaba yo. No era muy larga, eran como 20 personas. Todavía me quedé un tiempo en Argentina y de ahí me fui a Italia, a Roma, donde funcionaba la sede central de la Solidaridad con Chile, el llamado Chile democrático. Estuve ahí siete años en el exilio.

-¿En ese tiempo nunca intentó regresar?

-Naturalmente, siempre estaba presente el asunto, mi familia se preocupaba de ello, pero en realidad mis intentos más reiterados se dieron a partir del año 81, cuando me fui a México.

-¿Ahí pidió ingresar?

-Montones de veces. Mi madre lo pidió numerosas veces, lo pidió hasta al Vaticano, por varios lados y nunca resultó.

-¿Quién le avisó que podía ingresar?

-Yo vine por primera vez de Chile cuando murió mi padre, en el año 81, en marzo. Me avisaron que me habían concedido a través del Vaticano un permiso para venir por cinco días. Vine y el quinto día en la mañana se murió mi papá. Yo me iba la noche, así que busqué en la guía el teléfono de Jaime Guzmán y lo llamé, porque lo conocía de «A esta hora se improvisa», al programa de televisión. Al rato me llamó él y me dijo que había hablado con el ministro del Interior, Sergio Fernández, y que había dicho que me quedara el tiempo necesario. Me quedé cinco días más y después me fui. Después hicieron numerosas gestiones; el mismo Guzmán, Andrés Chadwick ayudó mucho también, porque yo soy muy amigo de su familia, pero esas historias nunca resultaron. El año 85, en septiembre, en México murió mi hijo Ignacio. Era un niño chiquito todavía y a raíz de eso, porque parece que tenía que morirse alguien para que te dieran permiso, me permitieron venir por un par de meses. Ahí estuvimos a comienzo del 86. Entre medio pasó una cosa curiosa: después de mucho me dieron un permiso en que tenía que llegar a Chile un día lunes y el día domingo fue el atentado a Pinochet. Me llamó mi hermano y me dijo que mejor no viniera. Yo sé que Jaime Guzmán hizo muchos esfuerzos para que volviera. Incluso una vez me llamó y me dijo: mira, siempre me aseguran que vas en la lista y, cuando aparece, no estás. Finalmente hubo un tercer permiso, en julio del 87. Pero volví en febrero del 88.

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