Edición Cero

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo Para nadie es un secreto que vivimos inmersos en una sociedad donde la cultura forma parte... Cultura Desechable

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo

Para nadie es un secreto que vivimos inmersos en una sociedad donde la cultura forma parte de un mercado de mensajes, cuyos productos son de corta vida, que se transfieren de una persona a otra y de un espacio a otro, siguiendo el ritmo vertiginoso de la innovación tecnológica e informativa. El impacto que produce este fenómeno sobre las personas es poco claro, pero podemos observar que la mayoría de la gente experimenta algunos cambios en sus comportamientos, no sólo a raíz de esta avalancha de información que recibe, sino también por los patrones culturales que se propalan indiscriminadamente a través de los medios de comunicación de masas, las redes informáticas y las múltiples instancias creadas por la industria mediática.

Umberto Eco señala: “los medios ponen los bienes culturales al alcance de todos, adecuando el contenido muchas veces, al «nivel» del receptor, esto es, haciendo que la asimilación sea más simple e incluso superficial. Este proceso de «adaptación» de los contenidos, se traduce en una extensión del campo cultural”

Sin a veces darnos cuenta de esta situación, comenzamos a transformarnos en verdaderos receptores pasivos, capaces de aceptar, sin mayor resistencia racional, los contenidos. Esta inercia generalizada permite que la cultura sin sustancia se instale con comodidad no sólo en las pantallas de nuestros aparatos, sino que también en nuestras mentes.

En nuestros días los medios de comunicación despliegan un verdadero poder sobre nuestras conductas. Nos hacen ver el mundo, a través del lente con que ellos lo miran y eso conlleva un grave peligro, dado los intereses ideológicos y económicos que cada uno de ellos representa. Al final de cuentas estos medios construyen la realidad a su medida y casi nunca aciertan en la talla, por eso que tenemos tantos problemas. Se permiten pensar por la ciudadanía y lo que es peor la gente comienza a olvidarse de pensar por ella misma.

Una evidencia son los obsequios que se recibe a diario en la calle de la denominada “prensa gratuita”. Ese pasquín que sirve para situarnos frente algunas noticias claves. Como nadie tiene  tiempo para leer, se construyen en base a titulares impactantes y escuetos textos. Su principal finalidad es lograr que la gente aumente el consumo de los productos que ofertan. Otro prototipo es lo que ocurre con las teleseries, cargadas de sobreactuación y musicalización destinada a crear el efecto «romántico». O en el cancionero sensiblero, que abusa de las frases y palabras impuestas como «románticas».

Desde luego, los programas de televisión sentimentales y faranduleros – algunos incluso que rayan en lo frívolo, chabacano y de mal gusto- son los casos más distorsionados de la realidad, de cómo crear noticias de la nada. Este estilo se está extendiendo también a cierta literatura, no es casualidad el auge de las novelas autobiográficas. Hoy cualquiera puede escribir una novela referida a su vida, aunque no tenga idea de literatura y su historia no posea nada extraordinario; total siempre va tener un auditorio asiduo a los temas morbosos o a conocer las intimidades de un personaje público.

Sumemos a ello la inmensa maquinaria que se mueve para los lanzamientos de los “best seller”, los cuales son presentados como fenómenos culturales, cuando en realidad sólo representan a sucesos comerciales y de marketing sin precedentes en el ámbito cultural. En cambio, los académicos y escritores independientes, tienen que rebuscar recursos para editar sus humildes publicaciones; sin tener ningún apoyo del Estado para ejercer su trabajo de manera digna y profesional.

Quizás, a esta altura estemos viviendo una cultura prefabricada de patrones, noticias intencionalmente trastornadas, figuras y personajes colocados forzadamente para el consumo de lo intrascendente. Una cultura liviana y frívola que se confunde con el espectáculo; aunque a veces ella es un espectáculo, cuando es de buena factura, y muchas veces los espectáculos no necesariamente son cultura. Una cultura que no da espacio para la reflexión crítica, alimentando emociones superficiales y rápidas en todos nosotros.

Este fenómeno lo vemos muy patente en nuestra ciudad. Aquí prospera la bohemia, los centros comerciales llenos de productos importados, espacios públicos con ambientes armados con vastas y deprimentes estructuras de hormigón, inmersos en una cultura “populachera” de show y eventos comerciales. Una ciudad copada de gente venida de diversas latitudes, preocupadas mayormente de trabajar y trabajar, con el exclusivo propósito de comprar y comprar con una ansiedad frenética. Aunque las autoridades de turno traten de maquillar la ciudad con parques y avenidas hibridas, sus acciones poco contribuyen a rescatar y poner en valor la identidad de la misma.

Por otro lado, algunos Mall se niegan a generar espacios para iniciativas culturales regionales, porque piensan, por ejemplo, que los productos artesanales pueden competir con los que se exhiben en las frías vitrinas y escaparates de sus casas comerciales. Las salas de arte sólo son frecuentadas por algunos jóvenes y otras personas que buscan algo más que consumir banales mercancías que corroen todo nuestro espíritu. Un sector importante de persona – siguiendo esta dinámica fatua – se solaza en sus casas con sus gigantescos aparatos de televisión, con todos los adelantos tecnológicos y con un quehacer cotidiano disipado y evasivo.

Este magro panorama parece que no tuviera salida, pues el sistema nos atrapa con sus invisibles tentáculos y nos domina a su antojo. Pero, no es así. Porque, no pocos, también luchan y desangran por subsistir y alcanzar una felicidad más plena en sus vidas. Hay, también, muchas personas que desean otra realidad para ellos y sus hijos, por eso anteponen su acción transformadora a la pasividad social; su espíritu creativo a la vasta fealdad, su postura humanista ante la gigantesca cloaca que genera este modelo de vida que hoy, lamentablemente, nos aliena y nos empuja a “morir en vida” en el despeñadero más oscuro de la humanidad.

 

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