Anticomunismo y la próximas elección presidencial.
Opinión y Comentarios 28 noviembre, 2025 Edición Cero 0
Profesor Haroldo Quinteros Buqueño.-
La grieta que lacera la candidatura presidencial de Jeanette Jara es su militancia comunista. El anticomunismo, como una especie de temor al diablo, ha calado profundo desde hace mucho tiempo en la sociedad chilena a tal punto que no puede dejar de sorprender el hecho que el Partido Comunista nacional (PC), sin haber participado nunca desde su fundación en ningún intento de sobrepasar las leyes creadas al interior del propio sistema capitalista vigente en Chile, sin haberse confabulado jamás con nadie en cuartelazos ni golpes estado, etc., es víctima de una especie de insulto (el ser “comunista”) que ha sido usado desde hace más de un siglo para frenar los intentos del PC y la izquierda política nacional de superar el régimen capitalista.
La experiencia de la Unidad Popular encabezada por el presidente socialista Salvador Allende, ha sido la única vez en que el PC tuvo algún poder en el gobierno del país, y no es posible atribuirle ni siquiera un caso de opresión política, represión o actos de corrupción, como sí ha sucedido con todos los gobiernos que se declaran sus enemigos. Bien vale la pena recordar que en 1946 el PC, en coalición con el Partido Radical de entonces, ganó las elecciones presidenciales con el candidato radical Gabriel González Videla, personaje que una vez elegido, lo puso fuera de la ley, con el voto de los parlamentarios radicales, i. e., con políticos del partido que fue su compañero de lucha en la campaña electoral.
En efecto, solo dos años después del triunfo electoral comunista-radical, González, renunció a la centro-izquierda, gobernó con sus camaradas más renuentes al cambio social del país y con la derecha institucional del país, transformándose en un fiel aliado de Estados Unidos (EE UU) en la Guerra Fría, protagonizada por la primera potencia capitalista del mundo contra el primer bastión del socialismo internacional, la ex-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) apenas terminaba la Segunda Guerra Mundial. La razón por la que el anticomunismo ha tenido éxito en nuestra historia política radica, obviamente, en la incesante y apabullante campaña de propaganda ejercida por la derecha política nacional y el Departamento de Estado de EE UU en todos los medios de comunicación de masas existentes.
De modo que el gobierno de González fue una de las tantas piezas del cuadro anticomunista internacional, manejado hegemónicamente por el imperialismo estadounidense. Sin embargo, más que el descomunal poder mediático anticomunista, la mayor razón por la que el anticomunismo terminó por instalarse en Chile radica en los errores políticos en que incurrió el propio PC chileno, consecuencia de una extrema debilidad teórica. Los hechos:
El PC chileno debió reconocer el error que fue su incondicional dependencia, tanto ideológica como política, del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), durante las siete décadas que este partido gobernó aquel país. La revolución rusa que se inició en 1917, significó para las naciones desarrolladas capitalistas y colonialistas el surgimiento de un serio peligro para su existencia como tales, máxime si la naciente URSS declaró sin ambages que ella había abierto el camino hacia la superación definitiva del capitalismo a través de una lucha revolucionaria internacional.
Esto era, supuestamente, el primer paso hacia al comunismo; es decir, la sociedad sin clases. La URSS había hecho un directo llamado a los trabajadores urbanos y campesinos de la tierra entera a seguirla en este intento. Con este llamado aparecieron en el mundo los partidos comunistas, cuya impronta política fue precisamente esa, la de sumarse a lo que creyeron que había comenzado en Rusia, la revolución socialista mundial. La nueva Rusia, ahora la URSS, país inmenso pero atrasado y en gran parte semi-feudal, inició la distribución de la riqueza nacional y de los bienes sociales en el seno de su pueblo, como asimismo, un acelerado proceso de industrialización, que involucraba también alcanzar un importante poderío militar.
Este empeño lo apoyaría el “Movimiento Comunista Internacional,” la agrupación de partidos comunistas que se llamó la “Tercera Internacional Comunista”. Como era de lógica elemental, las potencias capitalistas occidentales y las naciones menores bajo su égida, se declararon sus enemigos y no trepidaron en combatir a los partidos comunistas locales, aislar y amenazar militarmente a la URSS. Como consecuencia de ello, el principio de la “dictadura del proletariado” que regía el gobierno ruso, se profundizó hasta tal punto que dejó de ser el gobierno de los trabajadores, sino el de un partido, el PC soviético.
Más tarde, la dictadura de los caudillos de la revolución rusa, y finalmente, la dictadura del caudillo mayor. Josef Stalin fue, el amo y señor tanto del partido como del país, una vez que eliminó a los demás caudillos y revolucionarios que no lo aceptaron como el big brother del país.
La falta clave que cometieron los partidos comunistas del mundo, nacidos al calor del surgimiento de la URSS, fue no analizar la realidad a la luz de la teoría marxista, mejor llamada Socialismo Científico, que explícitamente reconocieron como suya. El punto de partida de su lucha fue errado, el asumir la falsa hipótesis que la revolución rusa significaba la división del mundo entre dos fuerzas políticas, el viejo y gastado “campo capitalista” y el novel “campo socialista” encabezado por la URSS. Pensaron que estas dos fuerzas estarían en pugna hasta el triunfo del socialismo en todos los continentes.
En verdad, lo que había sucedido tras el surgimiento de la URSS no era sino el primer paso del inmenso y atrasado oriente del mundo hacia el capitalismo; dicho con más exactitud, hacia la globalización del capitalismo; es decir, la instalación de la economía capitalista de mercado a escala planetaria. Creyeron que el surgimiento de la URSS, siendo socialista, daba comienzo al cumplimiento de la antigua utopía del socialismo en el mundo entero. Esta ilusión, obviamente, se desmoronó cuando la URSS desapareció, y en su lugar surgió un país de democracia parlamentaria y de economía mixta.
El PC chileno no tuvo un solo día de descanso en seguir incondicionalmente las aguas del PC de la URSS hasta la última hora de la existencia de ese inmenso país euro-asiático. Este seguidismo (recogiendo textualmente este término pronunciado por Gladys Marín antes de su muerte), fue el pilar sobre el cual el PC de Chile fijó siempre no solo su accionar en el plano internacional, sino lo más penoso, en el plano nacional. Calló en muchas ocasiones o muy mal justificó lo que no solamente a los ojos de todo el mundo sino a la más elemental objetividad, fueron faltas a la libertad y a la dignidad humana protagonizadas por el unipartidista gobierno de la URSS.
Con el argumento que “no hay que dar un paso atrás” no vaciló en justificar los abusos y excesos que la dirigencia soviética impuso a su pueblo en la era de Stalin, de los que fueron víctimas muchos dirigentes del propio PC soviético. Aunque estos hechos se conocieron en todo el mundo, así como los que cometieron los gobiernos títeres de los países que la URSS ocupó luego de la Segunda Guerra Mundial, el PC de Chile los negó o relativizó sistemáticamente.
En suma, los comunistas soviéticos y los partidos que formaron la Tercera Internacional, se equivocaron. Con arreglo al Socialismo Científico (la filosofía política fundada por Karl Marx, que hicieron su base ideológica) la URSS no era el comienzo de la revolución socialista mundial, aunque sí lo advirtieron muchos pensadores e intelectuales comunistas en el mundo. En efecto, la globalización del capitalismo es un eje teórico fundamental del Socialismo Científico, condición clave para el surgimiento del socialismo en el mundo.
Muy fácil ha sido denostar al socialismo (en teoría, un principio político liberador, por antonomasia democrático y popular) usando la propuesta de Lenin de que la «dictadura del proletariado,» debía durar en la URSS y en todo país en que alcanzara el poder, “hasta el fin del capitalismo en todo el mundo.” Esta noción fue hecha añicos por la revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo y otros marxistas de su tiempo, que declararon que el socialismo es básicamente equivalente a democracia, y que Lenin, con tal afirmación, estaba “haciendo de la necesidad una virtud.”
Al igual que el gobierno revolucionario francés que comandaba Robespierre, el de Stalin impuso en la URSS el terror como forma de gobierno, como los propios soviéticos lo declararon en 1956, en el XX congreso del PC soviético. Por cierto, bajo el gobierno de Stalin la URSS llegó a ser una súper- potencia militar e industrial y fue capaz de derrotar a la Alemania nazi, pero también las atrocidades cometidas por Stalin y sus adláteres denunciadas en el XX congreso, fueron inexcusables.
Ya conocidas, el PC chileno alegó públicamente que no las conocía, aunque ya se conocían en Occidente desde sus inicios, entre ellas los asesinatos de muchos camaradas de Stalin de los cuales el dictador sospechaba que tramaban conspiraciones en su contra, las farsas judiciales que se conocieron como los “juicios de Moscú,” las faltas a la libertad individual y de asociación, a la ausencia de gestión de la política desde la base del pueblo, las violaciones a los derechos humanos, la continuidad del gobierno unipartidista, la ausencia de prensa libre, la censura literaria, etc.
Hacia el exterior, basta con recordar, por ejemplo, la masacre de la oficialidad militar polaca en Katyn al término de la Segunda Guerra Mundial, las invasiones de Hungría y Checoslovaquia, el muro de Berlín, etc.,etc. No obstante lo peor no fue el hecho que el PC chileno se cuadrara incondicionalmente con la URSS y su único partido de gobierno, sino que llegó a definir a su fundador Luis Emilio Recabarren como un pequeño-burgués nacionalista en los años 30, agregando que su “única patria” era la URSS.
El PC de Chile debería oficialmente, lo antes posible, reconocer que hasta el fin de la URSS no hizo ninguna aportación teórica al socialismo que no fuera primero fabricada en la URSS. Muy a tiempo lo hicieron Enrico Berlinguer, jefe del PC italiano y Santiago Carrillo del PC español, con su propuesta del «eurocomunismo», evitando la desaparición de sus partidos, postura que siguieron todos los partidos comunistas de Europa. En Italia el PC aventó al mundo su renuncia oficial a su pasado de acólito del PC -URSS cambiando hasta de nombre.
La experiencia del movimiento comunista internacional que encabezó el PC de la URSS ha servido inmensamente a los enemigos del socialismo, particularmente el imperialismo estadounidense, en su permanente campaña política, militar y mediática contra cualquier país que no solo se declare socialista sino que se oponga a sus designios. En nuestro continente, la revolución cubana es el blanco favorito del imperio y la derecha entera latinoamericana, mientras la pequeña Cuba ha enfrentado durante seis décadas y con sorprendente éxito los embates diarios que ejerce contra ella el imperialismo estadounidense. A Cuba se suman hoy Nicaragua y Venezuela. Si hasta hoy han podido resistir los ataques del imperio, ha sido gracias al patriotismo de sus pueblos.
Justo ahora, en nuestro país, a la derecha, al fascismo y al pinochetismo, la vieja y febril propaganda anti-comunista sigue dando jugosos resultados, justo cuando la izquierda y el progresismo nacionales se aprestan a impedir que consigan llegar al poder del gobierno. Por tradición, convicción y doctrina, el PC de Chile es, indudablemente, un partido que cree de manera inequívoca en la democracia parlamentaria como la mejor forma de gobierno, lo que ha demostrado permanentemente a lo largo de su historia desde sus inicios hasta hoy. Al igual que en la campaña anticomunista de la derecha y el Departamento de Estado de EE UU contra la candidatura presidencial de Salvador Allende, hoy el foco mediático está dirigido contra la candidatura presidencial de Jeanette Jara, militante del Partido Comunista.
Ante ello, Jara y sus camaradas de partido se esfuerzan por desligarla de su condición de militante del partido de Recabarren, como si eso fuera el peor de los estigmas. La verdad es que esta estrategia no es otra cosa que ponerse a la defensiva. Por lo menos, en el futuro, los comunistas chilenos no tendrán que “defenderse” por ser comunistas, si deciden hacer lo que han hecho todos los partidos que conformaron la Tercera Internacional: abjurar de un pasado político que fue profundamente equivocado. Mientras no lo hagan la propaganda anti-comunista (y por arrastre, anti-socialista) funcionará siempre y a las maravillas.

Deja una respuesta