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Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor.-  Desde el punto de vista estrictamente político, el resultado de la reciente elección presidencial ha develado, en primer lugar, el... El anticomunismo en chile, la mejor arma de la derecha.

Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor.- 

Desde el punto de vista estrictamente político, el resultado de la reciente elección presidencial ha develado, en primer lugar, el desprestigio del que sufre el sector de la clase política que puede definirse como el “centro político,” i.e., la derecha tradicional y la centro-izquierda, sector organizado en los dos bloques que han gobernado el país durante más de cuatro décadas bajo la enseña que han llamado “la política de los acuerdos.” A pesar de algunos progresos en el plano social (progresos, si nos comparamos con el país que heredamos de la dictadura), los dos bloques han gobernado sin haber producido cambios importantes del sistema vigente. Muy decidor es el hecho que Impidieron unidos que Chile tuviera una nueva constitución, cuestión solo posible a través de una asamblea constituyente; tampoco nada importante ha sucedido en materia económica, desde el fin de la dictadura hasta hoy.

A los ojos de la mayor parte del pueblo, nuestros políticos profesionales, especialmente los parlamentarios, realizan su tarea dentro de un sistema de privilegios cuyo impacto comparativo irrita a la población general, sobre todo en los sectores populares y más vulnerables. Además del sinnúmero de prebendas que gozan, los sueldos mensuales de nuestros legisladores se elevan hasta cuarenta veces por sobre el estipendio con el que deben vivir las familias pobres del país. Para rematar, algunos casos bochornosos de corrupción en ambos bloques han terminado por manchar severamente la imagen de la clase política general

Como ocurre en todos los países en que abundan la corrupción y las agudas diferencias sociales, la población en general se siente muy bien votando, aunque nada importante cambie después de las elecciones. Así es en Chile, donde se piensa que se vive en plena democracia.

Esta vez, en las elecciones presidenciales,  la ciudadanía tenía otras opciones al votar. En cuanto a la centro-derecha, hubo ocho candidatos en la elección primaria de la derecha entera, y la candidata de la centro-derecha fue relegada a un vergonzoso quinto lugar. La nueva y ganadora opción de derecha la constituían dos candidatos militantes de la derecha más radical del país, José Antonio Kast y Johannes Kaiser, ambos de ancestros alemanes que, por añadidura, eran de antecedentes nazis. Kast fue el elegido de la derecha en la primera vuelta oficial; ocupando el segundo lugar, al obtener una cantidad de votos algo menor que la candidata de la centro-izquierda, Jeanette Jara.

Con respecto a la centro-iquierda, se dio un matiz parecido. En la elección primaria, la candidata elegida no fue la moderada Carolina Tohá, avezada política que ocupó el cargo de ministra del Interior durante el saliente gobierno centrista de izquierda de Gabriel Boric, sino Jara, militante del Partido Comunista. Lo interesante de analizar con el mayor rigor posible es que, a pesar que ella fue una disciplinada miembro de la coalición de centro-izquierda, su militancia política sugería mucho más que su pertenencia a un bloque de centro. Por cierto, para decirlo de algún modo, Jara estaba en el extremo izquierda de la coalición de gobierno. No obstante ello, perdió el balotaje, y de modo estrepitoso. ¿Por qué Kast ganó las elecciones desde la fase primaria de la derecha hasta el balotaje? y ¿por qué los dos candidatos de extrema derecha superaron a la candidata de la derecha tradicional Evelyn Mathei? Ahora entramos en materia:

Nuestra hipótesis es que la abultada diferencia de votos entre el ganador Kast y Jara, pudo haber sido menor, si ella no hubiese sido miembro activo del Partido Comunista. Es un hecho innegable que el fenómeno político del anticomunismo ha calado profundo desde hace mucho tiempo en la sociedad chilena, a tal punto que no puede dejar de sorprender que para gran parte de la población el término “comunista” equivale a un estigma, hasta casi a una especie de insulto. Sin embargo, el Partido Comunista (PC) chileno, no es un partido que, en la vida y práctica políticas reales pueda ser calificado de extremista, asesino, terrorista, etc. La verdad es que ni siquiera ha sido realmente revolucionario, si se atiende a la experiencia de otros partidos del mismo nombre, que han luchado contra el sistema capitalista, con o sin éxito, empleando todos los medios existentes, entre ellos la vía armada.

El PC chileno no ha dejado de respetar las leyes creadas al interior del sistema capitalista de régimen democrático-parlamentario vigente, cuyo reemplazo por uno de carácter socialista es teóricamente la razón de su existencia. Tampoco el PC se ha confabulado con algún político, caudillo militar u organización de cualquier tipo en cuartelazos o golpes de estado. Pudo hacerlo, por ejemplo, en 1932, ante la asonada militar de izquierda encabezada por el jefe militar Marmaduke Grove. Todo lo contrario, se opuso explícitamente a ella. Es de suyo importante acotar que Grove alcanzó el poder del Estado con un proyecto socialista y anti-imperialista (la “República Socialista”). Este gobierno duró solo unos días, porque, según muchos analistas, con los que concordamos, Grove no consiguió el apoyo del PC, entonces la mayor organización popular de izquierda del país.

La decisión del PC de no apoyar tanto el golpe de estado que encabezó Grove ni su breve gobierno fue, precisamente, la razón por la que el caudillo militar y los suyos fundaron en 1933 un partido de izquierda alternativo al PC, el Partido Socialista de Chile. Tampoco al PC se le ocurrió intentar un autogolpe durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), del cual formó parte, en los momentos en que el país se encontraba polarizado y al borde de una guerra civil.
La experiencia de la Unidad Popular ha sido la única vez que el PC tuvo algún poder de gobierno. No es posible atribuirle, de ninguna manera, siquiera un caso de opresión política, represión armada policial o militar, abusos de poder o actos de corrupción, lacras que sí se han dado invariablemente, en mayor o menor medida, en todos los gobiernos de derecha que ha tenido Chile; es decir, de las administraciones de quienes se declaran sus enemigos a muerte.

Como si lo anterior fuese poco, la derecha nacional y el centro político, se han servido del PC en el logro de sus objetivos. En 1946 el PC, en coalición con el Partido Radical, llevó a la presidencia del país al candidato radical Gabriel González Videla, quien dos años después de asumir el gobierno puso al PC fuera de la ley, con el voto de los parlamentarios radicales; es decir, con los políticos del partido que fueron sus compañeros en la triunfante campaña electoral. González renunció a la centro-izquierda, gobernó con importantes personajes de la derecha y con sus camaradas más renuentes al cambio social que el PC proponía en su programa político.

La razón fue simple: terminada la Segunda Guerra Mundial, se había iniciado la Guerra Fría, y González tomó partido, transformándose en un fiel aliado de EE UU, comprometiendo así a nuestro país en un conflicto mundial protagonizado por la primera potencia capitalista del mundo contra el país que fuera la primera nación del mundo que se había declarado socialista, la ex-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El partido político que con mucho orgullo se hace llamar “de centro,” la Democracia Cristiana (DC), poco antes del golpe de Estado de 1973, se unió a la derecha y participó con ella, desde la esfera civil, en el derrocamiento del gobierno socialista de Salvador Allende. Se cuadró de tal modo con el cuartelazo, que su segundo mayor líder, Patricio Aylwin, recorrió el mundo justificándolo, negando sus crímenes y violaciones a los Derechos Humanos que le siguieron, empleando, hasta el ridículo, las más descabelladas invenciones (había 14.000 guerrilleros cubanos armados en el país, la izquierda tenía un poder de fuego superior al de las Fuerzas Armadas, etc., etc.)

A pesar de haber sido el PC una de las víctimas más golpeadas por la dictadura de Pinochet, la DC, gracias a la contribución de la votación comunista, que sí la había a pesar de que la dictadura decretó su ilegalidad, Aylwin obtuvo en 1990 un categórico triunfo en las primeras elecciones presidenciales convocadas al país luego del fin de la dictadura. Lo mismo ocurrió con su correligionario Eduardo Frei Ruiz-Tagle en 1994.

La apabullante propaganda anti-comunista ejercida por la derecha y el imperio estadounidense, a través de todos los medios de comunicación de masas existentes, manejados mayoritariamente por ellos fue una de las causas más importantes de la reciente derrota de la centro-izquierda. Su contenido es doble. Por una parte, lo componen las graves faltas cometidas por el PC soviético a lo largo de su extendido gobierno; y por otra, el yerro del PC chileno de haberse sometido incondicionalmente a los dictados del PC de la URSS, consecuencia de una extrema debilidad ideológica.

Se pensó que ser verdaderamente anti-capitalista, combatiente por el socialismo y, por lo tanto, “revolucionario,” era adherir incondicionalmente al gobierno unipartidista de la URSS, puesto que supuestamente, ese país había abierto al mundo el camino al socialismo. Tal dependencia fue absoluta durante las siete décadas que el PC de la URSS estuvo en el poder. Los hechos:

La revolución rusa, que se inició en 1917, significó para las élites gobernantes de las naciones desarrolladas capitalistas y colonialistas el surgimiento de un serio peligro para su existencia como tales, máxime si la dirigencia de la naciente URSS había declarado desde sus inicios que ella era la gran garantía para todos los pueblos de lograr la superación del capitalismo. Por lo tanto, su defensa y preservación era el equivalente de la lucha revolucionaria internacional por el socialismo, el primer paso hacia el comunismo, la antigua utopía de la sociedad igualitaria y sin clases.

La URSS, entonces, llamó a los trabajadores urbanos y campesinos de la tierra entera a defenderla de los ataques que desde sus inicios sufrió de las potencias capitalistas occidentales. El llamado tuvo eco y aparecieron en el mundo los partidos comunistas que se agruparon en lo que se hizo llamar “La Tercera Internacional,” organización más conocida como, simplemente, el movimiento comunista internacional. Su acción política común fue esta: en cada país en que sus partidos estuvieran organizados, estos debían sumarse a la defensa de la URSS, que creyeron el comienzo de la revolución socialista mundial.

La nueva Rusia, la URSS, país inmenso, pero industrialmente atrasado y en gran parte semi-feudal, inició la distribución de la riqueza nacional y de los bienes sociales en el seno de su pueblo, como asimismo un acelerado proceso de industrialización, proceso que involucraba también alcanzar un poderío militar importante. Los partidos comunistas del mundo celebraban como propios los logros soviéticos. Como era de lógica elemental, los gobiernos de las potencias capitalistas occidentales y las naciones menores bajo su influencia o dominio, no trepidaron en combatir a los partidos comunistas locales, hasta el punto de ilegalizarlos, como sucedió en Chile.

El principio de la “dictadura del proletariado” que regía el gobierno ruso, se profundizó y desarrolló hasta el punto de la tiranía. No fue “el gobierno de los trabajadores” sino, primero, el de un partido, el PC soviético; más tarde, el de los caudillos más importantes de la revolución rusa y, finalmente, la dictadura del mayor de ellos, Josef Stalin, una vez que eliminó a los demás dirigentes del partido que no lo aceptaron como el big brother de la URSS.

El error cometido por los partidos comunistas del mundo, tanto el de la URSS como de los nacidos al calor de su surgimiento, fue no analizar la realidad rusa a la luz de la teoría marxista, el Socialismo Científico, que los comunistas del mundo proclamaron como su oficial divisa ideológica. Asumieron equivocadamente que la revolución rusa había dado comienzo al socialismo en la tierra, y que la división del mundo entre dos fuerzas, supuestamente el viejo y gastado “campo capitalista” y el novel “campo socialista” encabezado por la URSS, era la prueba.

Los dos bloques estarían en pugna hasta el triunfo del socialismo en todos los continentes. La realidad ha demostrado la falsedad de esa ilusión. Lo que había sucedido en Rusia había sido el primer paso del inmenso y atrasado Este del mundo hacia el capitalismo; dicho con más exactitud, hacia la globalización de la economía capitalista de mercado a escala planetaria.

El supuesto que el surgimiento de la URSS era el comienzo del fin del capitalismo se desmoronó estrepitosamente cuando la URSS desapareció, suceso que refuerza, además, la derrota de los ortodoxos comunistas chinos, luego de la muerte de su endiosado líder Mao Tse Dong (como lo fue Stalin en la URSS). Los chinos introdujeron a su país en la economía capitalista global de mercado, tanto en la esfera interna como externa. De modo que las dos grandes naciones del oriente del mundo, Rusia y China, que constituyen más de la cuarta parte de la Humanidad, ingresaron al orden capitalista global. En el caso de Rusia, a un orden ajeno al laissez faire que propusiera Adam Smith, actualizado por Milton Friedman con su propuesta del neo-liberlismo; en el de China, a un desarrollo económico capitalista mixto, que contempla, como en Rusia, un fuerte control del Estado, pero a diferencia de ella (hoy, un país de democracia parlamentaria al estilo occidental), ejercido por un Estado cuyo control lo tiene una élite política, la dirigencia central del Partido Comunista chino (aunque bien podría tener cualquier otro nombre). En suma, Rusia o Federación Rusa, y China establecieron economías mixtas que funcionan bajo una importante participación del Estado, como es el caso de la mayoría de los países de Europa Occidental.

El seguidismo del PC chileno al PC de la URSS (recogiendo textualmente las palabras de la dirigente comunista Gladys Marín poco antes de su muerte), se extendió hasta la última hora de la existencia de la URSS. El PC de Chile no fijó nunca sus programas y acción política sin que antes no tuvieran la ratificación de la URSS. Calló, o muy mal justificó, lo que no solamente a los ojos de todo el mundo, sino a la más elemental objetividad, fueron faltas graves a la libertad, tanto individual como de asociación, y a los Derechos Humanos protagonizadas por el gobierno soviético, especialmente bajo la égida de Stalin. Siguiendo la consigna soviética de “no dar un paso atrás,” el PC chileno no vaciló en justificar sus crímenes, entre ellos los asesinatos de importantes dirigentes de la revolución soviética, unos ultimados sumariamente, y otros fusilados luego de ser acusados de “espías” y “enemigos del socialismo” en las farsas judiciales que se conocieron como los “juicios de Moscú.”

El año 1956 fue decisivo en la historia del movimiento comunista internacional. El PC soviético realizaba entonces su 20° congreso. En él, se supo la verdad de lo ocurrido en la URSS hasta la muerte de Stalin ocurrida en 1953. NIkita Jruschov, el Secretario General del partido, calificó a Stalin como un “nuevo Iván el Terrible.” La alegoría era perfecta. El zar ruso del siglo XVI ha sido reconocido universalmente, a pesar de su tiránico y cruel gobierno, como el fundador de la Rusia actual. Stalin ganó ese calificativo porque bajo su mandato la URSS llegó a ser una potencia industrial y militar, que pudo resistir durante décadas los embates de las potencias capitalistas occidentales y, sobre todo, de derrotar a la poderosa Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, aunque ello lo consiguiera bajo el gobierno del “nuevo Iván el Terrible.”

Cabe destacar que, desde sus inicios, la URSS no tuvo como primer interés la revolución socialista mundial, sino su preservación y seguridad propia. Veamos:

En los años 30, cuando estaba arreciaba la Gran Crisis mundial del capitalismo, la URSS, asediada por Occidente, ordenó frenar importantes huelgas generales que pudieron significar la caída de gobiernos como el de Inglaterra y Francia e impedir el triunfo de los nazis en Alemania. En esta misma línea, en 1943, Stalin ordenó la disolución de la Tercera Internacional, exigencia que le hicieron sus aliados EE UU e Inglaterra, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, es de inferir sin temor a equivocarse, que el PC chileno fue en el pasado, y aún lo es, un partido de centro, social-demócrata, porque así lo quiso la URSS, cuyo primer objetivo no era otro que sobrevivir y convertirse, en definitiva, en una potencia mundial de primer orden.

A pesar del 20° congreso del PC-URSS, no hubo cambios importantes hacia la democratización del país. Hacia su inmediato entorno exterior, en los países que ocupó militarmente luego del fin de la Segunda Guerra Mundial- recrudeció la resistencia popular tanto contra sus estados dictatoriales títeres como contra la ocupación militar soviética. Solo recordemos los hechos más relevantes:

Luego de firmarse el “pacto de no agresión” con la Alemania nazi, la URSS invadió Polonia por el Este en 1940, mientras Hitler lo hacía por el Oeste. Luego de ocupar Polonia, Stalin ordenó la matanza de la oficialidad militar polaca más un importante número de civiles, en su mayoría pertenecientes a la élite intelectual del país. Fueron asesinadas en el bosque de Katyn unas 21.000 personas. La masacre, conocida en todo el mundo como la masacre de Katyn, ha sido oficialmente reconocida por Rusia. Cuando se produjo, fue negada por Stalin seguido, por supuesto, por el PC de Chile, a diferencia de otros partidos comunistas de la Tercera Internacional que guardaron silencio.

Hay más. La respuesta a la resistencia popular en Europa del Este, culminó con las invasiones de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968. En aquellos estados se habían formado clandestinamente sindicatos obreros (!), mientras crecía el anti-sovietismo en cada uno de ellos. Finalmente, el infamante muro de Berlín, erigido para impedir las huidas y las migraciones clandestinas desde el glacis soviético hacia Occidente, selló el fin de la experiencia socialista soviética.

Estos luctuosos casos, y muchos más, aunque siempre fueron conocidos en el mundo, no fueron nunca reconocidos por el PC de Chile. Peor aun, los justificó o relativizó sistemáticamente, siempre asumiendo como propias las declaraciones soviéticas sobre ellos. Es obvio que esta postura sirvió espectacularmente a las derechas nacionales y al imperialismo norteamericano durante décadas, para exacerbar hasta más allá de la verdad, el anti-comunismo en el seno de la población.

En conclusión, con arreglo a la realidad objetiva histórica, así como al propio Socialismo Científico, la URSS no fue el comienzo de la revolución socialista mundial, si se atiende a la crucial hipótesis sentada por Marx que la globalización del capitalismo es la condición clave para el surgimiento del socialismo en el mundo.

En nuestros días, las luchas anti-capitalistas y anti-imperialistas son en su mayoría expresión de movimientos nacionales que luchan contra el injusto orden interno y contra la dominación imperialista, sobre todo estadounidense. También en su mayoría, estos movimientos se dan en países de desarrollo menor, que aún suelen ser llamados “países del Tercer Mundo.” Ellos no claman estar iniciando en el mundo “la revolución socialista internacional,” como lo hizo hasta 1943 la fracasada Tercera Internacional.

El fundador de la URSS, Vladimir Ulianov, más conocido como Lenin, propuso que la «dictadura del proletariado,» debía extenderse en la URSS y en todo país en que los comunistas alcanzaran el poder, “hasta el fin del capitalismo en el mundo.” agregando que el Estado socialista debía gobernar bajo el principio del “temor que las armas infundieran a los enemigos del socialismo.” Esta noción, en los hechos fracasada, ya había sido hecha añicos por la revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo y otros marxistas de su tiempo, al declarar que si el socialismo es democracia y que éste sin ella no existe, Lenin, con su afirmación, estaba “haciendo de la necesidad una virtud.” Es de concluir, entonces, que es correcta la afirmación del lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky que “la URSS nunca fue socialista,” porque el socialismo, por definición, es liberador y por antonomasia democrático y popular.

La incondicionalidad del PC chileno a la URSS llegó en el pasado a extremos rayanos en la insanía. En la Conferencia Nacional del Partido Comunista celebrada en el mes de julio de 1933, renegó de su fundador Luis Emilio Recabarren, definiéndolo como un “liberal” y que su “patriotismo” era equivocado puesto que “nosotros, por el contrario, no reconocemos otra patria que la Unión Soviética” (sic). ¿No bastaría esta frase para haberse ganado desde entonces el repudio general de moros y cristianos en Chile, especialmente de las Fuerzas Armadas (FF AA)?

Por cierto, ellas han sido defensoras históricas de los intereses de la clase dominante nacional, y la negación de la nacionalidad chilena que hizo el PC, solo podía favorecer los intereses de ella, además de encender hasta el paroxismo el ya existente anti-comunismo en el seno de la conservadora oficialidad militar y, con ello, su irrestricta adhesión al orden establecido. No es equívoco, por ende, suponer que la negación de su nacionalidad, fue el soporte ideológico de la lucha a muerte contra “el enemigo interno,” la gran divisa de la sanguinaria dictadura de Pinochet.

El PC de Chile debería oficialmente, lo antes posible, reconocer oficialmente que hasta el fin de la URSS siguió tan incondicional como inexplicablemente las aguas de la URSS. ¿Por qué no lo han hecho si todos los partidos que formaron la Tercera Internacional Comunista ya lo hicieron? Los primeros, y muy a tiempo, fueron Enrico Berlinguer, jefe del PC italiano y Santiago Carrillo del PC español, con su propuesta del «eurocomunismo.» Los siguieron todos los partidos comunistas de Europa que advirtieron que, por lo menos desde el 20° congreso del PC de la URSS, ésta inexorablemente marchaba a su fin.

De lógica elemental entonces: si la URSS, que había dado origen a los partidos comunistas del mundo, había desaparecido, reduciendo significativamente su inmenso territorio, e incorporándose a la globalidad capitalista, no había ninguna razón para que los viejos partidos comunistas que formaron la Tercera Internacional siguieran existiendo. En Italia, el PC aventó al mundo su renuncia y rechazo oficial de su pasado de acólito del PC -URSS cambiando hasta de nombre.

Hoy, cualesquiera países que no solo se declaren socialistas sino que se opongan a los designios del imperialismo estadounidense, han sufrido sus agresiones. En América Latina, la revolución cubana significa, nada más que la liberación de un pueblo de la dominación imperialista, y por ello, día tras día, sin tregua, sufre las agresiones cada vez más intensas de EE UU, porque ha demostrado que es posible derrotar al imperio y, además, que la democracia, si es verdadera, solo existe si la sostiene la mayor parte de su pueblo. Se suman ahora a la isla caribeña Nicaragua y Venezuela, naciones que, a diferencia de Cuba, y a pesar de la descomunal propaganda de la derecha y el imperio estadounidense en su contra, son de régimen democrático parlamentario. Por el solo hecho de su decisión de enfrentar al imperio, sufren hoy sus agresiones, sobre todo Venezuela. Si hasta hoy han podido resistir los ataques del imperio, ha sido solo gracias al patriotismo de sus pueblos y a la fidelidad de sus militares a su orden constitucional.

Justo ahora, en nuestro país, a la derecha y al fascismo, la vieja y febril propaganda anti-comunista volvió a dar jugosos resultados. La izquierda, la centro-izquierda y el progresismo nacionales se aprestaban a impedir que la ultra-derecha y el pinochetismo consiguieran llegar al poder del gobierno, esfuerzo que fue fútil.

La ciudadanía no eligió a ninguno de los dos bloques que forman la clase política tradicional. Uno de los candidatos, Franco Parisi, captó en buena medida esta forma que adquirió el descontento popular, y lo más importante, al no existir una izquierda real, fuerte y bien organizada que no tendría por objetivo administrar el orden vigente, los votantes optaron por lo único que quedaba, la ultra-derecha. La derrota de Jara, entonces, no tuvo por causa primordial las fallas del gobierno de Gabriel Boric, que sí existieron como en todo gobierno. Tampoco porque el país sea conscientemente derechista.

En resumen, además del rechazo mayoritario nacional a la clase política tradicional, se sumó a la victoria de Kast el acendrado anticomunismo que aún se enseñorea en nuestro país. Conscientes de ello, Jara y sus camaradas de partido se propusieron, tan equivocada como infructuosamente, desligarla de su condición de militante del PC, lo que finalmente no se hizo. Tal estrategia, además de auto-humillante, era solo ponerse a la defensiva. La estrategia debía ser otra y llevada a cabo desde hace mucho tiempo: abjurar oficialmente y con abundancia de detalles de un pasado político que fue profundamente equivocado, tanto en el plano ideológico como en el de la acción práctica. Mientras no lo hagan, el anticomunismo seguirá funcionando muy bien, fenómeno que inexorablemente dañará a todas las fuerzas progresistas del país.

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