Turisteando en el Persa Bío Bío. Un destino turístico en medio de la ciudad.
Opinión y Comentarios 13 noviembre, 2025 Edición Cero 0
Dr. Bernardo Muñoz Aguilar, Antropólogo social, Universidad de Tübingen, Alemania.-
En Múnich, la célebre Oktoberfest transforma durante un mes la ciudad en una máquina perfecta de producción de identidad y rentabilidad. Entre cervezas de medio litro y salchichas bávaras que rondan los veinte euros entre los dos productos, los visitantes —más de 3,6 millones este año— contribuyen a mover una economía turística cercano a los dos mil millones de euros por temporada.
Alemania celebra su cultura y la vende al mundo con una eficiencia qué asombra, aún cuando este año hubieron algunos problemas derivados del excesivo número de visitantes los que colapasaron las diversas tiendas montadas en la Theresienwiesen, durante tres Semanas.
Este número de visitantes es muy alto si comparamos al de los todos los viajeros que llegaron el año pasado a Chile, cerca de 5 millones.
Y no solo es la venta de comida y bebida que se enseñorea en esta fiesta Babara, sino qué también es la música tradicional y las vestimentas de hombres y mujeres, que incluso indican su estado civil, además de los carruajes bellamente decorados que se toman literalmente la ciudad.
En Santiago, sin necesidad de pasaporte ni euros, existe otra fiesta, entre muchas. No tiene desfile de trajes típicos ni himno oficial, pero vibra con la misma intensidad: el Persa Bío Bío, oficialmente conocido como Mercado Persa Víctor Manuel. Un espacio donde la historia, la migración y la economía popular se entrelazan para producir un carnaval cotidiano de aromas, sonidos y lenguas.
Allí, entre calles y galpones, desfilan las familias buscando tesoros: muebles restaurados, vinilos únicos, enmarcadores de cuadros, lámparas retro, figuritas de porcelana, arte urbano y comida para todos los paladares. El visitante podría gastar tanto como en Múnich, aunque aquí el valor no está en la marca, sino en la historia. Cada objeto tiene pasado, cada vendedor una biografía, cada conversación una mezcla de acento y afecto.
Los vinilos de colección se ofrecen a precios impensados —más de un millón de pesos por algunos originales—y mi nula posibilidad de acceso a estos por su alto valor, mientras diversos músicos ocupan distintos espacios para llegar a un animado publico sus bandas sonoras y los aromas de las cocinas se mezclan con el aroma del incienso de los puestos esotéricos.
He podido escuchar aquí desde el Inti Illimani, entre cuyos integrantes se encuentra mi amigo y coterráneo Juan Flores Luza, a bandas e intérpretes, tributos a grandes artistas y a jóvenes con gran calidad interpretativa. Es un caos ordenado, una feria del mundo en miniatura, donde tod@s tienen su espacios.
Mi barbero es de la República Dominicana. Mientras trabaja, entre risas y bachatas que brotan de un altoparlante, cuenta cómo el Persa le cambió la vida. “Aquí nadie pregunta de dónde eres, solo si cortas bien el pelo”, me dice con orgullo. Esa frase resume el espíritu del lugar: trabajo digno, diversidad viva y economía real.
No existen estadísticas oficiales que midan el impacto del Persa Bío Bío en el PIB nacional, pero su contribución es evidente. Estos espacios son los que sostienen el pulso del Chile cotidiano, el que no aparece en los informes, pero que mantiene en movimiento a miles de familias y a cientos de microempresas.
Mientras el país celebra sus cifras de exportación —más de 8.000 empresas exportadoras enviando productos por 86.000 millones de dólares al exterior, el mayor registro desde que hay datos —, el Persa Bío Bío nos recuerda que la riqueza no solo se mide en divisas. También se mide en comunidad, creatividad y resistencia a los procesos de modernidad y a la impersonalidad y frialdad de los mall chinos.
El Persa es, en su esencia, una Oktoberfest chilena: menos rubia y más mestiza, menos europea y más humana. Aquí se brinda con jugo natural, mote con huesillos, el pipeño y algunas cervezas artesanales y se celebra el ingenio de quienes reinventan el país cada fin de semana.
Antes de devolverme a casa después de haber recorrido diversos pasillos y algunos galpones me como una empanada y un té de manzanilla en la Pocilga, una de las centenares de picadas que existen para todos los precios, bolsillos y gustos, con la certeza de que no es solo gastronomía, bebidas, música y compras sino que también es un universo de cultura.
Y si en Alemania las cifras son motivo de orgullo nacional, en Chile el Persa Bio Bio o Víctor Manuel, nos demuestra que Chile no se cae a pedazos y que además la cultura popular sigue sosteniendo a la comunidad local con alegría.

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