Más que cerrar hay que reimaginar la política de juventud: Una urgencia del siglo XXI
Opinión y Comentarios 24 noviembre, 2025 Edición Cero 0
Juan Eduardo Faúndez M., Sociólogo, exdirector INJUV, ex Subsecretario Servicios Sociales. Pdte. Fundación Socialdemócrata.-
Chile enfrenta una encrucijada silenciosa pero decisiva: qué lugar ocupan los jóvenes en el diseño de las políticas públicas. En las últimas décadas, el país ha transitado entre programas, diagnósticos y estrategias que, con distintos énfasis, han intentado responder a las necesidades de las nuevas generaciones. Sin embargo, la realidad actual —marcada por transformaciones culturales, tecnológicas y demográficas profundas— exige algo más que simples ajustes: requiere una verdadera reingeniería del Estado hacia la juventud.
Esa reingeniería no debe confundirse con la desaparición de la institucionalidad existente, como ha sugerido el informe 34 de la comisión asesora para reformas estructurales al gasto público a modo de “ahorrar recursos”, sino más bien se requiere su renovación estructural.
El siglo XXI demanda una institucionalidad flexible, moderna e intersectorial, capaz de articular políticas que hoy se encuentran fragmentadas entre ministerios y servicios. La salud mental, la crisis de natalidad, las adicciones, la precariedad laboral o la desigualdad en el acceso a la educación y la vivienda son temas que atraviesan la experiencia juvenil y que no pueden seguir tratándose de manera aislada o residual.
Los jóvenes no son un problema a gestionar, sino un capital estratégico para el desarrollo nacional. Un Estado que les da la espalda compromete su propio futuro.
Actualmente, la población joven representa más del 23% de los habitantes del país, una cifra que, si se considera la percepción extendida de juventud —que según la última encuesta de la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ) llega hasta los 40 años—, se amplía aún más. Es decir, estamos hablando de un segmento amplio, diverso y decisivo, que vive de forma directa las tensiones entre tradición y cambio, estabilidad y precariedad, esperanza y desencanto.
En este contexto, resulta preocupante la debilitación del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), el último presupuesto a la baja, es una señal que refleja que este ha sido relegado en la estructura estatal, perdiendo protagonismo, recursos y voluntad política. Ese abandono es un grave error.
No se trata de cerrar ni de sustituir, sino de redefinir y fortalecer. Chile necesita una nueva institucionalidad que ponga a la juventud en el centro de su estrategia de desarrollo humano y que sea capaz de escuchar, acompañar y proyectar las aspiraciones de una generación que vive en un entorno cambiante y desafiante.
Rediseñar el INJUV —o una institución que lo reemplace con visión y músculo— significa construir un espacio que promueva el bienestar integral y el desarrollo de los años de juventud, entendido no solo como un periodo de transición, sino como una etapa clave para cimentar ciudadanía, innovación y cohesión social. Un Estado moderno no se limita a entregar beneficios; se compromete con la formación de sujetos autónomos, críticos y solidarios.
Chile necesita una política de juventud del siglo XXI, que articule bienestar, participación y sentido de comunidad. Reimaginar su institucionalidad no es un lujo técnico, es una urgencia política. Porque una sociedad que no cuida a sus jóvenes termina erosionando las bases de su propio futuro.
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