El Programa de Jeannette Jara a la luz de la economía política
Opinión y Comentarios 5 noviembre, 2025 Edición Cero 0
Ricardo Balladares Castilla, sociólogo y analista.- [*]
En economía, el verdadero arte del buen gobernar se reduce a una tríada fundamental: crear trabajo digno, impulsar el crecimiento económico y distribuir la riqueza con justicia. En el caso de Chile, una economía profundamente abierta e integrada al comercio global, este desafío adquiere una dimensión estratégica crucial.
No podemos sostener nuestro desarrollo solo con el dinamismo del mercado interno; nuestra prosperidad está intrínsecamente ligada a la relación simbiótica con las economías de Asia, Norteamérica y Europa, de donde importamos tecnología y capital y hacia donde dirigimos la inmensa mayoría de nuestras exportaciones. Por ello, el programa económico entiende que gobernar es también insertarnos inteligentemente en el mundo.
La creación de empleo de calidad en el siglo XXI ya no puede depender de la mera extracción y exportación de materias primas con bajo valor agregado. La dependencia de un catálogo limitado de commodities nos vuelve vulnerables a los vaivenes de los precios internacionales. La reactivación debe, por tanto, orientarse a una industrialización estratégica que agregue valor a nuestros recursos naturales, como la manufactura del cobre y el litio, o la agroindustria de alta tecnología. Esto nos permitiría dejar de ser solo proveedores de ingredientes brutos para convertirnos en eslabones clave en las cadenas de valor globales, creando así empleos más complejos, estables y mejor remunerados.
Sin embargo, un crecimiento económico basado en una inserción internacional más inteligente sería un espejismo si sus frutos se concentran. La riqueza generada por las exportaciones debe ser distribuida con equidad dentro del país para evitar que la bonanza de los sectores exportadores conviva con un mercado interno débil. La histórica desconexión entre la rentabilidad del sector exportador y el desarrollo de la economía local es una falla estructural que debe corregirse. Una distribución justa, a través de salarios dignos y un sistema fiscal progresivo, fortalecerá el consumo interno y construiría una economía más resiliente y menos dependiente de los ciclos externos.
Para lograr esta transformación, se requiere una arquitectura fiscal valiente que asegure que la riqueza generada por nuestra posición en el globo se invierta en el país. Un sistema tributario donde la gran riqueza y las rentas extraordinarias de los sectores exportadores contribuyan de manera efectiva es fundamental. Estos recursos no son un fin en sí mismos, sino la base para financiar la transición productiva: invertir en ciencia, tecnología e innovación, y en la formación de capital humano avanzado, que son los verdaderos insumos para competir en la economía del conocimiento.
Estos recursos deben destinarse, a su vez, a fortalecer los bienes comunes que nos hacen más competitivos como país y región. Una infraestructura portuaria y logística de primer nivel, una transición energética que abarate costos y nos dé sustentabilidad, y un sistema de educación y capacitación de clase mundial son los pilares que atraen inversión de calidad y permiten a las empresas chilenas, incluyendo las pymes, escalar y conquistar mercados externos. Se trata de socializar las bases de la competitividad.
Paralelamente, es imperativo fortalecer al mundo productivo interno para que pueda aprovechar las oportunidades globales. Esto implica apoyar decididamente a las pymes regionales y cooperativas locales para que se integren a las cadenas exportadoras, fomentando clusters productivos con identidad territorial. La distribución del poder económico también significa democratizar el acceso a los mercados internacionales, que hoy suelen estar dominados por grandes conglomerados. Un tejido de pequeñas y medianas empresas robusto puede ser un antídoto contra la volatilidad y un motor de innovación.
Por tanto, la visión del programa de Jeannette Jara, es integral y virtuosa. Una inserción internacional sofisticada, basada en el conocimiento y el valor agregado, genera el crecimiento y los recursos. Una distribución interna justa de esos recursos fortalece el mercado interno y la cohesión social. Y un Estado que invierte estratégicamente en su gente y su infraestructura cierra el círculo, potenciando la competitividad y atrayendo nuevas oportunidades de inversión y comercio en un ciclo de desarrollo ascendente.
En definitiva, el proyecto económico para Chile encarna la convicción de que nuestra apertura al mundo debe ser una palanca para el desarrollo interno, no un fin en sí misma. Su propuesta es un plan concreto para materializar la idea fuerza que debe guiar cualquier gobierno con vocación de cambio en una economía abierta y beneficiosa para la región de Tarapacá. Porque gobernar es crear trabajo, crecimiento económico y distribuir riqueza. Esa es la brújula que puede guiarnos hacia un futuro donde nuestra fortaleza internacional se traduzca en prosperidad compartida y dignidad para todos dentro de nuestras fronteras.
[*] El Autor es Master (c) en Desarrollo Territorial, UTN Facultad de Buenos Aires; Diplomado en Defensa y Seguridad, ESGC FF.AA. Argentina; Diplomado en Inteligencia y Prospectiva, FLACSO CHILE.

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