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Iván Vera-Pinto Soto. Cientista social, pedagogo y dramaturgo.- En estos días de elecciones de nuevas autoridades comunales y regionales, los ciudadanos estamos en el epicentro... El marketing en el juego político

Iván Vera-Pinto Soto. Cientista social, pedagogo y dramaturgo.-

En estos días de elecciones de nuevas autoridades comunales y regionales, los ciudadanos estamos en el epicentro del huracán político. Dentro de poco tiempo, como es de costumbre, las calles, avenidas y espacios públicos estarán inundados de propaganda electoral de candidatos que, según sus poco convincentes declaraciones, afirman buscar el desarrollo integral de nuestro territorio.

En medio de esta tormenta de bocinazos, arengas, jingles, banderas y pancartas, observamos cómo las campañas políticas se han transformado en una especie de reality show comercial. Ahora, los políticos venden su imagen con el mismo fervor que los anuncios de detergente. Durante cada temporada electoral, la televisión, las calles, las paredes, los eventos masivos, las redes sociales y los medios de comunicación se convierten en un desfile interminable de publicidad partidaria, como si la política fuera el último grito de la moda en consumo de promesas.

En este panorama, el marketing ha tomado las riendas de la política. Ahora, cada movimiento político se planea y ejecuta como si fuera una campaña para vender la última moda: concepto, precio, promoción y distribución de ideas, bienes y servicios, todo para satisfacer los caprichos de unos y las ambiciones de otros.

Recuerdo que, en el pasado, los políticos solían ganar votos conociendo personalmente a los ciudadanos, visitando casa por casa, conscientes de que el electorado era mucho más reducido. Su estrategia se centraba en la retórica, el discurso persuasivo y en presentar un programa que capturara los intereses, demandas y sueños de la gente. Hoy en día, con un electorado mucho más amplio, conocer a cada votante de manera personalizada es casi imposible, y las formas tradicionales de comunicación se han vuelto obsoletas. En este nuevo escenario, los políticos, al igual que los empresarios, se basan en estudios de mercado, encuestas de opinión y análisis para comprender a los votantes.

Hasta este punto, a mi juicio, no hay nada cuestionable ni se puede sospechar de manipulación en la campaña política, ya que el político emplea conocimientos científicos para mejorar sus estrategias de persuasión. Sin embargo, una campaña electoral no debería ser solo una transacción donde el votante, como si estuviera en una tienda de ofertas, cambia su tiempo y apoyo por un catálogo de promesas que seguramente estarán agotadas después de las elecciones.

Creo que, más allá de las técnicas de marketing, lo realmente importante son los contenidos, los programas y los objetivos que el candidato ofrece, ya sea de manera directa o disimulada. Sin embargo, muchos de los candidatos actuales parecen más interesados en brillar en la portada de una revista que en ofrecer algo sustancial. Confían en que un desfile de anuncios llamativos y trucos de marketing ingeniosos serán suficientes para ganarse al electorado, como si las promesas vacías pudieran sustituir una verdadera propuesta de valor.

En este contexto, algunos políticos derrochan millones en parafernalia, espectáculos y publicidad de «cáscaras vacías». Piensan que cuanto más desfilen por las avenidas principales o más llamativo sea su «carro alegórico», adornado con mujeres atractivas, más seductora será su candidatura. Sin embargo, no todos los votantes caen en este truco; no todos se dejan engañar por estos charlatanes que, como vendedores de humo, buscan sacar provecho de la política.

Históricamente, los regímenes dictatoriales de todas las ideologías han sido maestros en este tipo de manipulación, ya sea controlando los medios de comunicación con mano de hierro o gastando sumas exorbitantes en propaganda, que luego recuperan con intereses una vez en el poder. Hoy en día, la propaganda se utiliza como si el electorado fuera un cliente y el político, un producto en oferta especial.

Se asume que el votante es un «cliente» que puede ser ganado con una estrategia de marketing efectiva. Por ello, se producen calendarios, globos, agendas, fotografías y otros artículos baratos para atraer votos. Ciertos políticos recurren a métodos más burdos, como posicionarse en paseos peatonales acompañados de mujeres-objetos vestidas de manera provocativa, con la esperanza de captar la atención de los votantes. Los que cuentan con mayores recursos, en cambio, contratan artistas conocidos para ofrecer conciertos a los jóvenes.

Otros candidatos, en un ejercicio de vanidad, posan para las cámaras junto a los trabajadores y compradores de las ferias agropecuarias, como si fueran los “héroes” de la región. También están los que organizan reuniones para detectar las demandas de un sector social y hacen ofrecimientos que parecen sacados de un cuento de hadas. Pero una vez en el cargo, se desentienden de sus compromisos o descubren que no tienen el poder para cumplirlos. Es como si su verdadero talento fuera crear expectativas irreales y luego desaparecer. ¡Toda una maestría en el arte de la desilusión!

Si alguien tiene dudas sobre mis palabras, que abra bien los ojos y observe lo que se avecina en los próximos meses de contienda electoral. Prepárense para un desfile de promesas vacías, espectáculos sin sustancia y una retórica tan reciclada como los candidatos que la profieren. Si pensaban que la política era un teatro, se están perdiendo el espectáculo de lujo: una función donde el drama, la comedia y la tragedia se entrelazan en una farsa electoral sin igual. ¡No se lo pierdan, será todo un espectáculo!

Podría seguir enumerando estas acciones superficiales, pero me pregunto: ¿Dónde está el verdadero ideario político? ¿Dónde se esconden los valores que lo sustentan? ¿Qué pasó con las utopías, los sueños y las ideas? ¿Dónde está la información relevante para el electorado? Es probable que estos “líderes de oficina” no tengan respuestas. Son «leones de papel»: sin carne, sin huesos y sin cerebro. Marionetas de poderes ocultos, novatos que se lanzan al ruedo político para ganar fama, aparecer en los medios y pasear en autos descapotables.

¿Dónde están los nuevos líderes que deberían reemplazar a las figuras y a las dinastías que se perpetúan en el poder? ¿Dónde está el verdadero cambio? Estas preguntas suenan a grito desesperado en un mar de desencanto y frustración. Las promesas de renovación se desvanecen rápidamente, dejando a los ciudadanos atrapados en un ciclo de desilusión con políticos desgastados y promesas sin fundamentos.

El cansancio con los viejos métodos de manipulación electoral ha llevado a muchos a la abstención. Algunos políticos actuales parecen ofrecer solo un nuevo envoltorio para el mismo desastre, con estrategias de marketing diseñadas para deslumbrar superficialmente, pero sin aportar soluciones reales. La abstención no es solo una respuesta personal, sino un reflejo colectivo de una demanda de cambio auténtico. Estamos hartos de ser tratados como simples receptores de ofrecimientos y deseamos dirigentes que hagan algo más que hablar de cambio.

Al mismo tiempo, necesitamos que las futuras autoridades y sus equipos tengan, como se dice coloquialmente, «dedos para el piano». En otras palabras, que no solo prometan tocar una melodía perfecta, sino que realmente puedan afinar el instrumento y dar una buena interpretación. No basta con hacer ruido; deben mostrar que tienen el talento y la capacidad para llevar a cabo los compromisos de gestión, en lugar de quedarse en el escenario sin saber qué hacer con la guitarra.

Quiero ser claro: anhelo un verdadero debate, donde la confrontación de ideas sea constructiva y genuina. Busco propuestas realistas que se alineen con las necesidades de nuestra comunidad, así como información objetiva y veraz que permita a los ciudadanos tomar decisiones informadas. Echo de menos los sueños compartidos y la participación activa de la ciudadanía en la toma de decisiones. Lo que realmente deseo es un poder popular auténtico, en el que los líderes sociales verdaderos, comprometidos y honestos, estén al frente, trabajando con integridad para el bienestar común.

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