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Daniel Ramírez,  Economista.- Todo grupo humano que tiene un nexo permanente que los hace reunirse y convivir periódicamente, termina forjando ciertas reglas de convivencia... ¿Cambiar la Justicia Militar o la Cultura Militar?

Daniel Ramírez,  Economista.-

Todo grupo humano que tiene un nexo permanente que los hace reunirse y convivir periódicamente, termina forjando ciertas reglas de convivencia propias y características del grupo, las que se privilegian por sobre las normas generales vigentes en la sociedad. Esta subcultura grupal está muy presente en las distintas facetas territoriales, sociales y políticas de nuestra sociedad.

Esto es lo que sucede con las FFAA de nuestro país, así como con las caletas de pescadores, los trabajadores de las grandes minas, los poblados fronterizos aislados, los grupos étnicos socialmente segregados, algunos partidos políticos, etc. Quienes hayan hecho el servicio militar cuando era obligatorio deben recordar el trato y la forma de vida a que quedó sometido a partir del momento en que pisó el regimiento. Voy a hablar de mi experiencia personal que viví ya hace muchos años pero que no creo que haya cambiado en lo básico. Al llegar, el corte del vínculo familiar es drástico, además se termina la libertad de opinión, la iniciativa personal, la cooperación o solidaridad. Nada se puede hacer si no es claramente ordenado o permitido. Toda equivocación en el aprendizaje se castiga. Y si a uno no le gusta como lo tratan puede reclamar y para eso existe una única forma: El conducto regular, que consistía en que tu podías reclamar contra quién te estaba maltratando, primero, teniendo el permiso del mando que te maltrata para presentar el reclamo ante el mando inmediatamente superior a él, que era probablemente el que le había dado las órdenes de maltrato. Ese era el primer peldaño de la escalera a subir.

El cambio de usar tu voluntad para resolver problemas cotidianos por la automatización en el cumplimiento de la orden recibida es paulatino, pero personalmente violento. Cuando llegamos y por primera vez nos ordenan ponernos “firmes”, el ruido pareció un concierto de castañuelas. En tres días y después de 2 noches de disciplinarios sonaba como un disparo.

Recuerdo que muchos años después de mi servicio conversando en un grupo de amigos, uno de ellos que era oficial del ejército me preguntó ¿Por qué crees tú que los oficiales cuando van a la guerra usan una pistola en su cinto y no armas largas como la tropa? Bueno, respondí, es lógico, están más cerca del enemigo y la pistola basta. Se rio y me respondió ¡No! Nosotros estamos detrás de nuestros soldados y la pistola es por si alguno de ellos se devuelve.

A pesar de todas sus deficiencias las fuerzas armadas son un grupo humano muy compacto y unido y en ello tiene mucho que ver la normativa cultural que, a pesar de la enorme desigualdad y discriminación que existe en su interior, los lleva, a cada uno de sus miembros, al convencimiento de que cada uno de ellos y toda la fuerza, depende de cada uno de ellos. Esto es bienvenido en una guerra, pero la cultura que genera esta obediencia ciega es injusta en tiempos de paz y nuestras FFAA viven la mayor parte de sus vidas en tiempos de paz.

En la actualidad la percepción del trato que siente el recluta se debe de agravar, por el hecho de que la mayor parte de ellos tienen un nivel de educación superior al de sus instructores, lo que a su vez obliga a estos instructores a manifestar su superioridad con el abuso en el poder del mando, sabiendo que gozan de impunidad o por lo menos de una imposibilidad de respuesta.

Parte de esta cultura militar es la justicia militar, que es un elemento indispensable para sostener la supervivencia de la forma de vida injusta, desigual y discriminatoria que necesita nuestro modelo de instrucción militar. El hecho evidente de que oficiales, suboficiales y tropa gozan de distintos privilegios en su convivencia, hace necesario que las minorías internas tengan una barrera de protección de las mayorías.

Ahora que conocemos el caso de Putre en que muere un conscripto en el cumplimiento de un ejercicio de instrucción, sin saberse aún cuantos más han sufrido algún daño y de que magnitud es ese daño, debemos darnos cuenta de que en una sociedad democrática, que además de abominar las guerras debe privilegiar un profundo respeto por la persona humana, es hora de pensar en que la instrucción militar debe de generar un soldado cuya obediencia sea producto del respeto y no del temor por sus superiores, una instrucción militar que no convierta a un joven alegre en un ser que disfrute de la prepotencia, generar un soldado que razone y que tenga el conocimiento del país en que vive, de las preocupaciones de sus habitantes y de las razones reales que en una mala hora le pueden exigir el sacrificio de su vida. Ya no es civilizado morir defendiendo símbolos.

Estamos en una época de grandes cambios planetarios en que cualquier cosa puede suceder. Creo que no podemos perder la esperanza de crecer no solo económicamente. Puede que por ahora sea más importante crecer humanamente, socialmente, políticamente y tener la fuerza moral que guie nuestro crecimiento. Parte de ello es sin duda la identificación entre nuestra cultura y lo que es un Estado de Derecho y en esto, entre muchos, hay un punto que ahora es pertinente: No puede haber dos justicias en nuestra sociedad. Es habitual que reclamemos que hay una justicia para ricos y otra para pobres, pero no decimos que eso es culpa nuestra porque es un problema de mala aplicación humana, hecha por elementos que han sido modelados por un sistema de vida clasista. Nada reclamamos cuando enfrentamos la realidad de una justicia especial para los ciudadanos a quienes hemos entregado nuestra confianza y las armas. Nadie se pregunta por qué ni para que existe esa justicia. Es como una aceptación religiosa de una religión en la que uno no cree y prefiere no enterarse. La justicia militar, diferente, injusta y discriminatoria, existe en las reglas legales vigentes de nuestra convivencia y se las piensa como un legado histórico. Viene con la institución. Tiene un cierto barniz sagrado. Son otro mundo.

Mi punto es que no puede haber ninguna religión ni legado histórico que sea una dificultad para el desarrollo integral de nuestra sociedad y creo que la no existencia de igualdad ante la ley para todos los ciudadanos y a todo evento es un gran problema en el camino de nuestra nación. Cualquier delito, cometido en cualquier parte de nuestro país, por cualquier ciudadano, debe ser sometido a las mismas leyes de justicia. Y no se piense que olvido la guerra.

Daniel Ramírez.

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