Edición Cero

Hernán Pereira Palomo. Académico, docente universitario, fotógrafo.-  En este nuevo libro de Edgardo Reyes, Mónica Manzano y Gabriela Hernández, han dado vida a singulares... Presentación libro “Visiones, Costa del Dragón” de Edgardo Reyes Ahumada

Hernán Pereira Palomo. Académico, docente universitario, fotógrafo.- 

En este nuevo libro de Edgardo Reyes, Mónica Manzano y Gabriela Hernández, han dado vida a singulares páginas llenas de notables fotografías y textos que pasaron de ser un sueño, una idea de proyecto, a una realidad palpable, convertida en un artefacto artístico que esperamos le vaya muy bien y sea como los buenos libros, aquellos que son leídos y re leídos muchas veces.

Se trata de un libro sobre la costa tarapaqueña, entonces, nada mejor que recordar a Neruda con su Oda al mar cuando nos dice:

No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.

Así, en estos tiempos de permanentes urgencias y novedades, la memoria de lo importante se diluye en el vasto océano de lo superficial. Asistimos, según algunos teóricos, al fin de la fotografía como la conocimos por años en tanto obra artesanal de principio a fin. Hoy por hoy, la computación parece haberse impuesto al ofrecernos programas sofisticados que mejoran a nivel de artistas, la calidad técnica y estética, algo impensado treinta años atrás cuando saber fotografía significaba conocer la técnica del uso de una cámara, la inspiración de la toma de imágenes y el trabajo artesanal y solitario del laboratorio fotográfico.

Hoy, como ventaja y desventaja, estamos rodeados por la proliferación de imágenes que, de manera masiva se nos presentan en los medios de prensa, redes sociales y nuestro propio celular. Es una “macdonalización” de la fotografía que pareciera competir con el simple acto de fotografiar con una cámara, esperando captar con infinita paciencia la imagen que hemos buscado siempre: aquella que trascienda, cuente una historia, provoque un movimiento existencial en quien la observa.

El poeta iquiqueño Oscar Hahn lo explica así: “Cuando el hombre llegó por primera vez a la luna, algunos televidentes, deslumbrados, anunciaron que la verdadera poesía del futuro era la exploración espacial.  Fue impactante, claro que sí.  El problema es que, después del segundo viaje, la gente ni siquiera se tomaba el trabajo de mirar el televisor.   La repetición mata la novedad.  Sin embargo, uno puede leer un gran poema incontables veces, sin cambiarle ni una letra, y seguirá incólume”.

Tal vez algo similar pasa con las fotografías muy bien logradas, algunas similitudes tienen con la poesía y en más de un sentido, con las fotografías de este libro, porque no son imágenes tomadas al pasar o instantáneas hechas a la rápida para probar que uno estuvo allí. Nada de eso.

En su notable prólogo, Andel Paulman Mast señala algo que resume de forma muy certera la travesía que esta vez realizó Edgardo, “los fotógrafos de paisajes van aprendiendo a leerlos por el tiempo que le dedican. Aprenden que el paisaje nunca es exactamente igual”, influyen en esto las estaciones del año, la lluvia o llovizna, la fauna, sin olvidar los movimientos sísmicos o las intervenciones mineras u obras públicas. Todo tiene que ver con todo.

Volvamos a la hermosa oda de Neruda nuevamente, porque en la lectura y visión de este nuevo libro es, a mi juicio, una señal que nos acerca al viaje que realizó su autor:

Padre mar, ya sabemos
cómo te llamas, todas
las gaviotas reparten
tu nombre en las arenas:
ahora, pórtate bien,
no sacudas tus crines,
no amenaces a nadie,
no rompas contra el cielo
tu bella dentadura,
déjate por un rato
de gloriosas historias,
danos a cada hombre,
a cada
mujer y a cada niño,
un pez grande o pequeño
cada día.

Así entonces, Edgardo nos presenta una delicada colección de imágenes que inician el viaje en el Cerro Dragón, enfilando hacia lugares y especies de la costa que probablemente les suenan familiares: Playa ex ballenera Iquique, Caleta Chanavaya, Punta Patache, Pabellón de Pica, Playa Tres Islas, Caleta los Verdes, Castillo de Huanillos, hasta llegar a Río Seco y alrededores.

Son imágenes creadas en diferentes horas del día, con énfasis en la exposición larga que les otorga cierto sentido de atmósfera de ensueño y convierten la noche y el día en una frontera de tiempo indescifrable. Sin olvidar las fotografías de Playa Blanca en Pisagua, que unen la perspectiva de una visión nocturna con el cielo infinito, lleno de estrellas que uno quisiera… brillaran por todos nosotros allá en lo alto.

Con un sentido crítico y simplista uno podría decir, “bueno, la realidad no es así, estas fotos la alteran, se usó un truco”. Conviene preguntarse entonces, ¿Acaso el arte no se trata de eso? Valerse de un oficio, como es la fotografía, para interpretar lo real o plasmar lo imaginado.  Quizás por esta razón el escritor Oscar Wilde sostiene que “La belleza es el símbolo de los símbolos. Lo revela todo, porque no expresa nada. Al mostrarse ante nosotros, nos hace ver el mundo entero lleno de color”.

Estoy seguro que Edgardo, cuando se refiera al libro, contará en detalle las motivaciones y vivencias que lo llevaron a desarrollar de manera exitosa este proyecto. Conviene, sin embargo, citar algunas de sus palabras escritas en la Introducción. “El título de esta obra se inspira en la antigua leyenda local que es parte de la identidad cultural de quienes habitamos este territorio, que nos cuenta sobre un dragón que yace dormido por siglos en Iquique; tantos han sido, que actualmente está cubierto por las doradas arenas que forman la inmensa duna conocida por todos como Cerro Dragón”.

Las especies que viven o migran por este lugar de la costa nortina conforman una parte sustantiva del libro. Son 26 y aparecen en primer plano, ya sea en el aire, sobre una roca o flotando plácidamente. Ha visto alguna vez los pingüinos de Humboldt, el piquero, un pato yeco, la garza azul? Se ha cruzado con un playero vuelvepiedras, un zarapito, o una gaviota garuma o gaviotines monja? Conoce cómo son los pequenes, los pelícanos, la gaviota dominicana, el gaviotín elegante, el pelpilén? Bueno, aquí están, se los presento. Es una familia enorme que para conocerla necesitaríamos esta vida y varias reencarnaciones. Recomiendo observar y leer esta parte del libro teniendo como mantra estas líneas nerudianas:

Yo, poeta / popular, provinciano, pajarero, / fui por el mundo buscando la vida: / pájaro a pájaro conocí la tierra; / reconocí dónde volaba el fuego: / la precipitación de la energía / y mi desinterés quedó premiado / porque aunque nadie me pagó por eso / recibí aquellas alas en el alma / y la inmovilidad no me detuvo.

Tan importante como lo anterior es la participación que han tenido en este libro, Mónica Manzano y Gabriela Hernández. Ambas, por medio de una bien lograda prosa poética y poesía, nos cuentan sobre la leyenda del monumental cerro dragón, aquello que refleja el mar de manera simbólica o concreta en esta parte del territorio, las especies que lo habitan y la experiencia cuerpo-mente de hacer que nuestro ser sea uno con la arena, las rocas, las olas y el horizonte. Y así, hasta el final del día en estas singulares páginas donde Gabriela nos dice, “Arriba, a lo lejos, juegan las estrellas en un escenario infinito y desconocido”.

Por su parte, Mónica pareciera hablarle al autor de Visiones, Costa del Dragón o tal vez a alguno de los presentes que se animará a recorrer algún punto de los 310 kilómetros que hay entre Pisagua y la desembocadura del Río Loa, con una cámara, se entiende: “Cada salida es una nueva aventura, por sus venas corre pasión pura, sensibilidad y amor por la naturaleza. Son almas agradecidas, de aquellas bellezas que se han dejado dibujar por su cámara”.

Así, termina este tercer viaje de Edgardo con la publicación de un tercer libro. Imagino que no es el fin, vendrán nuevos sueños por cumplir pues cada proyecto editorial es también un pequeño curso que nos hace muy bien. Se trata de la convivencia con uno mismo, con otros seres humanos y el desafío de hacer arte y ofrecer el producto de mucho trabajo, técnica e inspiración, a incontables personas.

Volvamos a Neruda, por última vez, las últimas gotas de su Oda al Mar que, sin duda, nos alientan a seguir adelante, dándonos cuenta que todo ha tenido sentido:

Todo lo arreglaremos
poco a poco:
te obligaremos, mar,
te obligaremos, tierra,
a hacer milagros,
porque en nosotros mismos,
en la lucha,
está el pez,  está el pan,
está el milagro.

 

Hernán Pereira Palomo, Iquique, agosto de 2024

 

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