Edición Cero

Waldo Aguilar Figueroa,  Sociólogo, Magíster en Gerencia Pública Gritos desesperados de niños y niñas. Madres que no saben qué hacer. Padres impotentes. Una turba... Una sociedad hostil con los más débiles: Señor ¿sabrán lo que hacen?

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Waldo Aguilar Figueroa,  Sociólogo, Magíster en Gerencia Pública

Gritos desesperados de niños y niñas. Madres que no saben qué hacer. Padres impotentes. Una turba enardecida se les ha ido encima. Familias que buscaban una nueva oportunidad en Chile se refugian por segunda vez, ahora en una cancha de futbol cercana al lugar de donde acampaban y fueron expulsadas por una masa delirante y furiosa. Observan atónitos como sus ropas se transforman en cenizas.

Son nuevamente rechazados en el nuevo refugio. Sin otra vestimenta o abrigo que lo que llevan puesto, todo lo demás les fue arrebatado con furia por un grupo desquiciado, desprendido de una multitud enceguecida por el odio y la ignorancia. Grupo violento que arrojó a una fogata no sólo carpas, frazadas, bolsas con vestimenta y coches de guagua.

También ardieron en la hoguera xenofóbica nuestros derechos fundamentales. Se quemaron vivas la compasión y el respeto, el amor al prójimo y la sensatez. El fuego hizo de la crueldad un cálido festín. Como en los mejores tiempos de Hitler. A vista y paciencia de todo el mundo. De todo el mundo, literalmente.

Lo sucedido es la peor cara de la xenofobia amparada en una marcha, las acciones emprendidas por un reducido número de sujetos que sobresalen del grupo para agredir, nos alerta sobre la necesidad de concientizar a todo Chile, seriamente sobre derechos humanos y del legítimo derecho a migrar sea cual sea nuestra nacionalidad. Ningún ser humano es ilegal o indeseable.

Debemos estar alertas ante lo que en sicología social se denomina sugestión de masas, y que consiste en la influencia que ejerce el grupo social, en individuos psicológicamente debilitados en su carácter y valores. Peligrosamente influenciados por oscuros intereses, que utilizan herramientas tecnológicas como las RR SS y la tecno-política, el neuromarketing y el periodismo sensacionalista.

Grupos que llegan a cometer actos de barbarie, movilizados principalmente por un contexto social de profunda crisis de credibilidad en las instituciones, donde se propicia la desinformación y la manipulación mediática. Sabemos que el sector político de JAK pretende sacar partido electoral de esta crisis humanitaria, utilizando dichas acciones violentas para visualizar su candidatura que no ofrece nada, sólo mas odio y resentimiento, sin propuestas constructivas que reviertan la actual situación de profunda crisis social en Chile, porque la desea, le acomoda la desigualdad, pareciera disfrutar discriminando. Los agresores de inmigrantes tienen la necesidad de buscar aprobación del grupo descargando una rabia previamente adquirida, queriendo subsanar confusiones y carencias morales arrastradas desde sus propias experiencias vitales.

Estados de angustia que de acuerdo a estudios son generalizados en la vida moderna, derivados de la soledad interior y el aislamiento individual que caracteriza la psicología de las personas insertas en un medio social como el de hoy, donde los seres humanos sólo son medios para los fines que se propone una institucionalidad, cuya metáfora más representativa es el de una maquina: una organización de carácter mecánico, deshumanizada y diseñada para la acumulación de riqueza en pocas manos, que desprecia los afectos colectivos, subestima los lazos sociales e identidades, en tanto formas abstractas de sociabilidad que bajo el modelo de mercado más retrógrado, no representan activos económicos tangibles, y por lo tanto son desechables cuando se trata de producir bienestar económico.

O al menos eso piensa aquel sector que llega a justificar la violencia política y ampara el maltrato y humillación de la que todo el planeta fue testigo. Sin duda una vergüenza.

En la sugestión de masas se habla de exceso de credibilidad, de sentimientos exagerados y simples, contagiosos, embriaguez colectiva, incapacidad de racionalización y mucha imaginación retorcida, alimentada por la prensa sensacionalista.

Y volvemos nuevamente a despertar y darnos cuenta que lo que tenemos como parte de nuestra sociedad, es un agregado de Individuos que no distinguen la apariencia de la realidad, actitud que puede ser peligrosamente contagiosa y derivar en alucinaciones colectivas, tan potencialmente dañinas y nefastas que pueden llevar a una turba a dañar gravemente la integridad física y/o psicológica de familias enteras en situación dramática. Discriminadas y señaladas como enemigos por grupos que para despistar y evadir su propia responsabilidad política, las apuntan con el dedo, azuzando a una multitud que busca responsables de tanta miseria y que indignada las emprende contra las víctimas, no contra los victimarios.

A través de su accionar indolente e indiferente, la autoridad de gobierno tiene clara responsabilidad de la crisis humanitaria, primero por directa responsabilidad del poder ejecutivo cuyo representante, el presidente Piñera actuó irresponsablemente en Cúcuta hace dos años, realizando una invitación abierta a migrar a nuestro país al decir que “vamos a seguir recibiendo venezolanos en Chile” sin siquiera dimensionar las consecuencias que hoy tenemos. En segundo lugar por omisión, porque la autoridad permaneció inactiva, sin idear planes o políticas públicas para subsanar la compleja situación, ni recurrir a organismos internacionales para enfrentar la crisis humanitaria, una situación que se veía venir.

Chile no es el paraíso u oasis que Piñera fue a vender, pues solo meses después hubo un levantamiento generalizado que dejó al descubierto la falsedad de su desafortunado discurso en Colombia. Queda la sensación de que las necesidades colectivas económicas, sociolaborales e identitarias expresadas en la revuelta popular, que debieran ser tratadas políticamente y de manera estructural, son desplazadas hoy hacia el área de lo individual y moral pseudo-identitario. Nada más cómodo que canalizar el descontento público hacia extranjeros pobres y sin poder.

La gente parece motivada principalmente por un estado de cansancio y resignación íntimos, debido a las sucesivas derrotas en el plano de las luchas sociales sufrida por gran parte de la población que ve desmoronadas sus esperanzas, al constatar que meses de movilización y manifestaciones que exigen cambios reales y mejoras sustanciales en la manera que organizamos nuestra sociedad, han sido desoídas por autoridades que no acusan recibo de las importantes transformaciones que nuestro país requiere hoy en día. Las autoridades hacen defensa fanática de un sistema en crisis, que va más allá del problema concreto de la migración y sus consecuencias sociales al no ser enfrentada eficientemente, más que por incapacidad presupuestaria o carencia de recursos institucionales (ACNUR ofreció la construcción de un refugio hace meses) por ineficiencia política.

Todo esto viene sucediendo mientras gran parte de las comunicaciones oficiales bajan el perfil a un proceso constituyente inédito en la historia. Algunos insisten en posicionar el miedo y la desinformación frente a variedad de demandas muy sentidas por la ciudadanía como el cuarto retiro de fondos de las AFP, la reducción de la jornada laboral, la educación pública y gratuita, la instauración de un sistema de seguridad social que reemplace la capitalización individual evidentemente fracasada, un sistema de salud digno que no dependa del ingreso económico de las familias y no someta a las personas a sacrificios inhumanos para obtener una hora médica o acceder a una operación quirúrgica, entre otras.

Las manifestaciones de violencia vividas en Iquique podrían evidenciar desesperanza y pesimismo en la gente. Perdida de fe en los espacios democráticos disponibles para la acción política de la mayoría, pues la mayoría no está votando y por consecuencia no tiene representación en los espacios formales de toma de decisión.

Su potencial transformador se difumina en protestas y más protestas que descomprimen la tensión diaria de miles de individuos indignados, pero que lamentablemente no se traducen en fuerza transformadora y esconden profundas frustraciones, odios y resentimientos que afloran en oportunidades como esta, donde algunos tienen la posibilidad de agredir a personas en situación más precaria que la propia. Constatando que lejos de resolverse a corto plazo, las problemáticas aumentan con la llegada de migrantes a nuestro país, marcado por la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la colusión de empresas, la evasión de impuestos.

La otra cara de la misma moneda es la delincuencia, la falta de oportunidades, las colas de los hospitales, la insuficiencia de las pensiones, el endeudamiento crónico para estudiar. Frente a toda esta situación, sin duda es comprensible que haya desesperanza. La gente desesperanzada se confunde, y confundida puede ser presa fácil de la desesperación y el miedo. Ese miedo que paraliza y somete consciente e inconscientemente, ese miedo que tanto le sirve a quienes pretenden mantener las cosas tal cual están.

La angustia y el odio de una multitud también podrían estar basados en esa confusión, y se ven muchas veces transformados en aparente resignación y aceptación del sistema, pero que contiene y alberga rabias y rencores que permanecen latentes a la espera de cualquier oportunidad de expresarlos públicamente para satisfacer la necesidad de descomprimir las emociones de personas que agreden a personas más débiles, habiendo ellas también sido agredidas, permanentemente agredidas, estructural, social y políticamente, por personas más fuertes que permanecen invisibilizadas y ocultas por el sensacionalismo periodístico, protegidas por la impersonalidad del sistema social.

Es así que se produce un desenfoque que desvía las energías sociales y las dirige hacia la pérdida de cohesión. La fractura del cuerpo social da como resultado un sistema político que tiene como principal implicancia el llevarnos no sólo a la desconexión de lazos sociales entre personas, perdiéndose con ello el respeto y la solidaridad, debilitándose nuestra calidad de vida, tensionando nuestras relaciones de convivencia. Sino también la resignada sumisión de un importante sector de la población, graficada en la frase “da lo mismo quien gobierne”, así como la expresión del abuso y discriminación expresada en la consigna “no más migrantes” humillándolos en la quema de sus pocas pertenencias. Perpetuando así la indiferencia social que sustenta la abstención de participación política de una mayoría que no vota y reproduciendo jerarquías sociales idealizadas fantasiosamente, y que a estas alturas a no pocos nos parecen enfermas y destructivas. Dos síntomas de dos enfermedades que obstaculizan el camino hacia el desarrollo.

La satisfacción emocional de pequeños sectores, derivada de estos espectáculos sádicos y de un nacionalismo patológico, evidencia un peligroso sentimiento de superioridad sobre las personas más desfavorecidas, suficiente para compensar, durante un tiempo por lo menos, el hecho de que sus vidas hubiesen sido cultural y económicamente empobrecidas deliberadamente para propiciar la continuidad de privilegios, en una sociedad que presiona fuertemente para superarlos. Podría identificarse aquí, un sentimiento de seguridad y/u orgullo narcisista de carácter colectivos.

Un refugio seguro para personas abandonadas a su suerte dentro del incierto escenario que impone a las personas el sistema económico y social de Chile: una institucionalidad que promueve o es permisiva con la hostilidad hacia los más débiles, la discriminación y los privilegios. Señor ¿sabrán lo que hacen?

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