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Iván Vera-Pinto Soto / Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo  Es posible que algunos de mi generación recuerden la película “Al Maestro con Cariño”,... Al Maestro Torres, con cariño

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Es posible que algunos de mi generación recuerden la película “Al Maestro con Cariño”, que en el año 1967, protagonizó el actor negro Sindey Poitier, en donde no pocos nos emocionamos por la incomprensión de alumnos y padres de familia que se burlaban de un profesor idealista, pero que al final su inestimable labor fue reconocida en plenitud. Fue en la misma década que tuve la fortuna de conocer a un verdadero “Quijote” de las artes escénicas; su nombre Jaime Torres Lemus, un profesor normalista que dedicó su vida al teatro.

Hasta hoy permanece en mi memoria emotiva la voz profunda y articulada que Jaime emitía con su personaje en un radioteatro denominado “La Pareja Dispareja; una divertida comedia que contaba con el constante apoyo de Cecilia Millar, su fiel compañera de toda una vida.  De esta manera, gracias a la magia de la radio, tuve mis primeros contactos con ambos maestros, quienes por muchas décadas fueron guías en la formación de incontable gente de teatro iquiqueña, algunos de los cuales continúan hasta nuestros días sus sendas.

Cabe recordar que en la década de los 60 el espíritu de rebeldía explotó bajo la idea de una transformación social profunda que permitiera realizar la utopía de la justicia, la igualdad y el desarrollo. En este período el teatro, en términos de la dramaturgia y producciones, fue tan rico y variado como a principios del siglo XX. Por lo demás, las agrupaciones universitarias se proyectaron sistemáticamente a las provincias y a la intelectualidad progresista. En ese escenario histórico, nace el teatro Jaime Torres y Cecilia Millar, quienes instituyeron el teatro de los barrios, el cual posteriormente derivó en la Agrupación Teatral Iquique (1964). La línea de acción de este matrimonio artístico se enmarcó básicamente en la representación de obras nacionales y contemporáneas de cuestionamiento social.

Al llegar los años 70, por azares de la vida (invitación que me hizo su hijo Vladimir), me convertí en miembro de la Agrupación Teatral Iquique, elenco que dirigían Jaime y Cecilia. De ahí hasta 1973 compartimos actuaciones e ideales en diferentes obras, tales como: “La Cantata de Santa María de Iquique”, “No sólo de pan vive el hombre”, “A mí me lo contaron“y otras tantas piezas escénicas que se proyectaron en los barrios y en localidades del interior de nuestra ciudad.

Luego, debido a la crisis institucional que vivió el país,  me vi obligado a emigrar a otras tierras, dejando de ver a estos inestimables amigos y pilares del teatro iquiqueño. Sin embargo, el destino nos volvió a unir en 1979; precisamente cuando al regresar a mi terruño fundo el Teatro Universitario Expresión, bajo el alero de la Sede Iquique de la Universidad de Chile. En 1984, Jaime y Cecilia, sin mediar ninguna otra condición que el amor al teatro, se convirtieron en mis mejores colaboradores de la flamante compañía universitaria. Cinco años permanecieron en el elenco brindando con generosidad sus talentos y experiencias humanas, sin exigir ninguna retribución económica a la Casa de Estudios. Durante ese lapso de tiempo, el maestro Torres se convirtió en protagonista de las obras: “Margarita, el remolino de la pampa”, de Guillermo Zegarra, “Niña Madre”, de Egon Wolf, “Decir sí”, de Griselda Gambaro, “El Rey se muere”, de Eugenio Ionesco, “Un pelo sobre la almohada”, de Carlos Carlino, “Pluft, el fantasmita”, de María Claro Machado, “El Lazarillo de Tormes”, de Isidora Aguirre y “El buen doctor”, de Neil Simon.

Pasó el tiempo, Jaime, jubiló de su trabajo, pero, nos consta, que nunca lo hizo de la vida. Por largos períodos, con tesón y entusiasmo, continuó desarrollando profusas iniciativas artísticas en diversas instituciones públicas y privadas. A pesar de las incomprensiones y de la soledad que suele reinar la vida de los artistas maduros; Jaime, no se dejó doblegar, por el contrario, persistentemente lo redescubrimos en variados escenarios  manifestando su desprendida sonrisa y su noble humildad.

Jaime siempre fue fiel al dicho chino que acostumbraba a repetir: “mírate todos días al espejo para crecer”; por ello era un actor meticuloso en las caracterizaciones, ordenado en su trabajo, disciplinado y exigente con sus propias interpretaciones. Desprendido para enseñar, bonachón, un “baúl” de anécdotas teatrales, bohemio, sincero, franco y espontáneo con sus colegas y con todas las personas.

Por sobre todas sus cualidades, tenía una postura política frente al teatro que merece mucho respeto y que personalmente he heredado. Para él no existía el “arte por el arte”, el arte “apolítico”, el teatro sin sentido y escapista. Por el contrario, su postura frente al teatro era política. Extensas y profundas conversaciones tuvimos sobre este tema en los asolados días del gobierno de la Unidad Popular, cuando compartíamos la idea que era de una falsedad absoluta la postura de algunos artistas que se declaraban “neutrales”, cuando bien sabemos que arte históricamente siempre ha tomado partido de manera franca y explícita frente a todos los acontecimientos sociales que ocurren en un determinada comunidad.

Aunque no militó en ningún partido, sin embargo, su teatro fue político en el sentido más amplio de la palabra y mantuvo un discurso social que se alineó siempre con los sectores progresistas y democráticos. Fue por esta razón que también sufrió la censura y la represión en la dictadura militar; como también fue víctima  de sucesos trágicos ocurridos en su familia en esos tiempos de odio.

Sin temor a equivocarme, Jaime Torres, fue un verdadero “loco creativo” y un portavoz del legado teatral de Luis Emilio Recabarren, fundador del teatro social obrero en Chile.  Jaime fue un trabajador del teatro que poseía los más altos méritos para ser reconocido por todos los iquiqueños, como hijo ilustre de nuestra tierra y una figura emblemática de la escena regional.

Parafraseando a la cantante Lulú, quien en el tema central de la película nos decía: “Ni la luna, ni el cielo ni el mar siquiera lo podrá igualar”; Jaime Torres,  no tiene comparación escénica, porque como todo artista con mayúscula se creó a sí mismo por el amor, la pasión y el compromiso político con el tiempo y el espacio que le tocó develar.

Ayer, sábado 21 de septiembre, las aves viajeras nos trajeron la noticia que nuestro querido Jaime emprendió una larga gira teatral a otro territorio, mucho más amplio y generoso, para seguir interpretando personajes que nos hicieron reír, emocionar y reflexionar. Sinceramente, este humilde discípulo y amigo que lo estimó de corazón, desea acompañar mañana a Jaime, en ese tinglado libre, auténtico, desposeído de egoísmo y lleno de paz, con el misterioso propósito de tomar un nuevo aire que me permita reverdecer más límpido y con el corazón ingenuo.

Estoy seguro que los grandes hombres, los íconos de la cultura nunca mueren. Sus obras, sus ejemplos, sus sueños, sus ideas siempre trascienden y se anidan en la memoria colectiva de los pueblos. Son como las leyendas que se transmiten de generación en generación. Son como los poetas eternos que por más que lo acosen jamás perecen, tan sólo cambian de lugar. Son como los profetas que van difundiendo por el ancho del mundo sus pensamientos llenos de riqueza. Son como los humildes agricultores que abonan la tierra para verla germinar mañana. Viven en la mente y en los corazones de las personas creando ilusiones y nuevas vidas.

 Precisamente, en esta exclusiva categoría se encuentra Jaime Torres, figura fundamental del teatro iquiqueño que hoy se encuentra habitando el inmenso y privilegiado territorio de los dioses, ese espacio lejano y esquivo para los pequeños hombres. Me imagino que estará tranquilo en su reino, libre de los homenajes, alejado de los elogios, loas y alabanzas. Me imagino ganoso haciendo lo suyo, trabajando incansablemente en la escena de la eternidad. Es por eso que no debemos sentir pesar ni dolor; todo lo contrario, debemos evocarlo poniendo en valor su creación y su noble figura.

 Hasta muy pronto, compañero Jaime…

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