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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación Los chilenos, campeones del aguante.… O de la resiliencia, como se diría en términos académicos. De partida,... Los chilenos, campeones del aguante

foto-haroldo  cometarioHaroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación

Los chilenos, campeones del aguante.… O de la resiliencia, como se diría en términos académicos. De partida, en 1980 la dictadura cívico-militar que aherrojó a Chile durante 17 años, impuso al país la fraudulenta constitución que aún nos rige. Y el pueblo todavía la soporta. En 2002, Ricardo Lagos estampó su firma en ella, refrendándola. Fue un golpe brutal para la mayoría que lo eligió para que, precisamente, hiciera lo contrario, es decir, para que acabara con ella, tal como él y la Concertación, explícitamente, lo habían venido prometiendo desde antes del triunfo del NO. El pueblo chileno, aguantador como él solo, se tragó esa amarga copa.

Es esa  constitución lo que consagra la existente concentración del poder económico en unos pocos, y con ello, las injusticias sociales y la desigualdad. Ejemplos sobran, y sólo me referiré a uno, las AFP. La tarea obligatoria de toda sociedad de garantizar a la ancianidad una vida digna a través del otorgamiento de buenas pensiones, está, por ley, exclusivamente en manos de las AFP, empresas privadas que, obviamente, funcionan como tales. Es decir, ellas no se crearon para que los que trabajaron toda su vida por engrandecer la Patria vivan sus últimos años decentemente. No, de ninguna manera.

Las AFP fue sólo un nicho de negocios para que el puñado de capitalistas dueños del país se enriqueciera aun más. En todo el mundo, el sistema de pensiones es, o bien estatal, o mixto. No es así en Chile. Aquí, con el ahorro que los trabajadores acumularon durante toda su vida laboral, los dueños de las AFP pueden especular y lucrar a destajo, porque, además, son también los dueños de la mayoría de las empresas restantes del país y, como eso fuera poco, de los bancos. A tal punto llega el cinismo del sistema, que el dinero acumulado en las AFP, cuyo origen no es otro que el trabajo de los chilenos, se invierte fuera del país.

Hace poco, el Ministro Larraín, hablando por el conjunto del gobierno, dijo que Chile “está creciendo más que ningún otro país latinoamericano, con un ingreso per cápita de US$ 21.000.” Aquí las cosas ya pasaron del cinismo a un show de circo barato. Así que, señor Ministro, los trabajadores chilenos y los jubilados ¡están ganando $885.888 mensuales! La verdad objetiva es sólo ésta, y ninguna otra: mientras los pocos grupos económicos y familias  que controlan la economía nacional continúan concentrando en su favor la parte del león del ingreso, los sueldos del 90% de los trabajadores no sobrepasan los $300.000 mensuales. Ni hablar de la miseria que reciben mes a mes la mayoría de los pensionados, las viudas y los cesantes.

Eso explica por qué las grandes masas de trabajadores y sus familias viven sobre-endeudadas, con un promedio de deudas de cuatro veces más que sus salarios. Y seguimos aguantando… En todo el mundo, una justa política tributaria es el único expediente que se conoce para corregir las desigualdades sociales y para asegurar, con un Estado fuerte y rico, el progreso armónico de toda la sociedad. Pues bien, nuestro país ocupa el último lugar en el club OECD en cuanto a carga tributaria, la misma que había en dictadura.

La desigualdad, por cierto, no sólo tiene expresión en la pobreza material, sino, quizás aun más,  en la miseria espiritual, que, como nada, es producto de una mala educación. Además de no existir un solo país en el mundo con cierto desarrollo en que haya más desigualdad en los ingresos que el nuestro, tampoco hay uno solo que tenga una educación más clasista y brutalmente desigual en calidad que la nuestra. Toda la educación superior, estatal o privada, es pagada, y, además, es sumamente cara. “¡Créditos estudiantiles para todos, todos!” es la única propaganda educacional de los gobiernos de turno. ¿Créditos, para qué? Pues, para que los bancos lucren.

Así, una inmensa mayoría de egresados de las universidades, verán por décadas sus sueldos reducidos, y a veces dramáticamente, por el pago de los créditos, con intereses, que obligadamente debieron contraer para poder estudiar. ¿Serán médicos, abogados o pedagogos solidarios y generosos, si se les vendió la profesión que tienen? Las manifestaciones populares de los estudiantes, las del pueblo en Freirina, Aysén, Calama, y muchas más, sugieren que a los resilientes chilenos se les está empezando a acabar su capacidad de aguante.  Todos reclaman un paradigma económico distinto al actual. Ese cambio ya es una cuestión de supervivencia y de tranquilidad para el futuro, puesto que, como lo demuestra la experiencia histórica, es imposible sujetar una caldera social que está a punto de estallar. En suma,  el nivel de capacidad más alto de resiliencia termina por agotarse.

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