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Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo El 2012 se declaró a los cuatro vientos en Chile que sería el año del...

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El 2012 se declaró a los cuatro vientos en Chile que sería el año del emprendimiento. Incluso, varias Casas Superiores de Estudios, en su afán de captar nuevos estudiantes, incorporaron en sus acciones de marketing este concepto. De la misma manera, la empresa privada y los órganos del Estado (CORFO, Sercotec), crearon programas especiales para ilusionar a muchos chilenos que podrían ser en un futuro cercano dueños de sus propios negocios.

¿Cuál son los supuestos que se basa esta política de Estado? En primer lugar, se cree que con el emprendimiento se genera nuevos empleos. No obstante, en los últimos diez años las grandes empresas han reducido su personal y los nuevos negocios han terminado quebrados financieramente.

Segundo, no está demostrado que la competencia haya generado mejores servicios al cliente. Basta con observar los grandes escándalos ocurridos con cadenas de tiendas comerciales y con las farmacias, entre otras corporaciones. Tercero, la competencia comercial no es gatilladora de innovación, por el contrario, ha aumentado el monopolio y los acuerdos estratégicos entre los dueños del capital y sus aliados. Cuarto, la empresa nacional constriñe su acción productiva hasta desaparecer ante la avalancha de consorcios internacionales que copan el mercado con sus productos, los cuales tienen menores costos que los producidos en el territorio. Quinto, en ningún caso, las pequeñas y medianas empresas han sido capaces de absorber el capital humano y los talentos que trabajaban para empresas inviables. Por lo tanto, en nuestro país el emprendimiento no ha sido sinónimo de glamor o éxito.

Este fenómeno no sólo opera en nuestras fronteras, sino también en todo el continente donde el cincuenta por ciento de las nuevas empresas fracasan en los primeros cinco años de existencia por falta de capitales, trabas burocráticas, falta de asistencia técnica, escaza planificación, ausencia de diferenciación de la competencia y nula existencia de estrategias comerciales. Aún así, los “gurús” del modelo neoliberal apuestan por un “capitalismo sustentable”.

Debemos reconocer que quienes desean emprender negocios lo hacen preferentemente para ganar dinero, ser sus propios jefes y tener un control de sus vidas. Como podemos apreciar la mayoría de los emprendedores los mueven razones económicas y personales, a veces muy alejados de principios y valores éticos y morales. Tal vez, no debamos sorprendernos de sus comportamientos y precepciones, ya que es claro que esta sociedad incentiva mayormente estas acciones y prácticas entre los ciudadanos.

Por otro lado, resulta curioso leer las declaraciones del ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, quien hace un tiempo atrás visitó nuestro país, en el marco de la cumbre de la innovación y el emprendimiento, el que cuestionó el modelo de sociedad imperante señalando que no se puede sostener un capitalismo basado en dos conceptos claves: el crecimiento rápido y el beneficio inmediato, sin pensar en nuestro planeta y en los hombres y mujeres que la pueblan. Por ello planteó la necesidad de una transición hacia un modelo económico que tenga nuevos índices y que genere una relación más amable con el ambiente y más justa para todos.

¿Redefinir el capitalismo? ¿Hacer un capitalismo verde? ¿Crear un capitalismo sostenible? Me pregunto: ¿es posible ello? Indudablemente que no. Es una verdadera contradicción de la contradicción, pues algo connatural al capitalismo significa la explotación desmedida de los recursos naturales y del hombre. Ese discurso moralizador de pretender que la inversión social y el emprendimiento se base en el desarrollo y no sólo en el lucro, no se lo acepta ni siquiera los más renovados empresarios. Bien sabemos que las ganancias siempre van a superponerse a cualquier externalidad.

¿Cómo se construye la imagen del emprendedor en nuestro país?  Casi siempre se habla que el empresario exitoso desde niño tuvo iniciativa para tener un pequeño negocio y que después de tanto luchar logró lo anhelado. Parece un cuento de hadas en el que todos pueden llegar a la cima y ser millonarios y, automáticamente, ser felices. ¡Qué falacia más grande! Si los niños emprenden a cierta edad es porque piensan en algo entretenido y para ganarse algunos pesos para aliviar los bolsillos de los padres, pero jamás en ser empresario. Recordemos que estamos hablando de niños. Ellos no están arriesgando nada y si son persistentes y afanosos es porque sus padres los apoyan.

Pueden apasionarse en alguna actividad hasta que llega el día que se aburren y la dejan. Nada más. En consecuencia, no es bueno estereotipar a las personas ni menos idealizar el emprendimiento comercial cuando existen otras áreas donde las personas desde temprana edad pueden perfectamente desarrollarse y desplegar sus potencialidades.

Otros “expertos” señalan que para llegar a ser un empresario exitoso sólo basta tener una actitud positiva. Otra gran engaño. Claro que es bonito hablar de la predisposición positiva y del optimismo. Y que todos pueden enfrentarse a las viscitudes de la vida con buen ánimo y entusiasmo. Me pregunto: ¿puede hablar de actitud positiva una persona que lo ha perdido todo? ¿Podemos aliviar las aflicciones y los problemas de las personas que han sido despedidas? ¿Pueden los trabajadores que llevan meses de paro mantener una actitud positiva? ¿Puede un cesante permanecer con la moral alta cuando no tiene para alimentarse? Por supuesto que no. La realidad social nuestra es más dramática que no alcanza se aplacada con palabras dulzonas y absurdas.

En nuestro entorno no opera el lema que dice “si yo puedo tú también puedes”, cuando se tiene un dolor abdominal que corroe las carnes y los huesos. Hay que estar ciego y sordo para no darnos cuenta que en esta sociedad llena de desigualdades e inequidades no todos pueden aspirar a ser emprendedores y más aún exitosos. Lamentablemente como esta vida se construye con apariencias y mentiras, pocos se atreven a revelar sus problemas; a veces por vergüenza se calla para no demostrar el dolor. Muchos soportan en silencio, pero a pesar de ello, se nota el sufrimiento en sus expresiones faciales y en sus voces.

Ahora bien, es imposible que un emprendedor mantenga las mismas ganas de luchar por su proyecto cuando éste naufragó. Además, el sistema los deja marcados, los castiga sin poder postular a nuevos fondos. Así no se puede emprender, ya que se debe pagar durante años por los errores que se cometió por falta de apoyo, asesoría y conocimientos. ¿Acaso los errores no son parte del aprendizaje y del proceso de crear un proyecto? Generalmente en Chile un emprendedor que no tiene éxito es un fracasado y, por ende, es estigmatizado en el ámbito comercial; aunque muchas veces el descalabro se deba a las pocas alternativas de financiamiento que tiene. Por lo demás, el mundo privado no cree en el emprendimiento y tampoco se arriesga apostando capitales.

Es evidente que a los grandes empresarios no les agrada la competencia y no están dispuestos a favorecerlas, aunque políticamente defiendan el sistema imperante. Al final, los emprendedores terminan como proveedores de los grandes empresarios y endeudados con la banca, donde el Estado, en el mejor de lo casos, sólo sirve como garante del préstamo, pero en ningún caso como deudor del mismo. Tenemos muchos ejemplos de benjamines emprendedores que han terminado más pobres que cuando iniciaron su proyecto, pues han tenido que pagar hasta con sus bienes los intereses usureros de financieras y bancos.

Sin ninguna duda, el crecimiento económico que se vanaglorian los paladines del sistema y los políticos que los sustentan, no se traduce en mayores riquezas para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Siguen enriqueciéndose unos pocos a costa del empobrecimiento de la mayoría. Los grandes beneficios de las empresas se contraponen con los cierres de pequeñas empresas y la contención salarial de los trabajadores. Los grandes empresarios y los ejecutivos que le sirven siguen aumentando sus caudales financieros, mientras que los demás ciudadanos pierden su poder adquisitivo. Por ejemplo, ¿alguien se ha enterado de las descomunales ganancias de los bancos y de las AFP en los últimos años?

La verdad que en nuestro país ser emprendedor es toda una hazaña, pues no solamente se tiene que lidiar con el sistema bancario que lo primero que hace es pedirle a cualquier persona que pide un crédito sus tres primeros balances auditados y las ventas de último período. Además de las liquidaciones de sueldos a sus trabajadores y los impuestos pagados. Con estas reglas es casi imposible emprender para una persona que se inicia en este campo. Sumemos a ello que muchas pequeñas y medianas empresas que trabajan con entidades públicas y también privadas deben recibir los pagos de sus servicios y productos entre treinta y noventa días. Y, aunque las facturas no estén cobradas tienen que declarar el impuesto, todo ello, sumado a otros factores merma la liquidez e, incluso la vialidad de las mismas, acrecentando las deudas con sus acreedores.

Los últimos gobiernos de turno en nuestro país en un lenguaje muy parecido, salvo moderados matices ideológicos, han creado una estructura burocrática supuestamente para ayudar a los emprendedores que comienzan a dar sus primeros pasos y también para aquellos que ya tienen un negocio establecido. Para este fin, han recurrido al repetido y manoseado sistema de Fondos Consursables, aportando montos exiguos y hasta indignos para que los emprendedores solventen sus amplios gastos. El objetivo es adscribir al sistema a dueñas de casa, pequeños comerciantes, cesantes y otras tantas personas que intentan abrirse un camino laboral y sustenten sus familias.

Sin embargo, hemos sido testigo en Iquique que los llamados concursos realizados por Sercotec no han sido prolijos ni menos objetivos. Generalmente esta entidad se ha hecho asesorar por servicios externos, consultoras y “expertos” que no siempre cuentan con la rigurosidad profesional, con parámetros científicos para evaluar ni menos para dar respuestas satisfactorias a quienes no han sido beneficiados en los concursos. Por otro lado, en las evaluaciones se ha privilegiado políticamente a las mujeres que participan de una entidad de gobierno (Prodemu).

En otra ocasión se cobró una suma de dinero a los mismos emprendedores por una Góndola de Servicio que teóricamente iba a asesorarlos en el proceso de información nutricional para la elaboración de alimentos, entidad que se descubrió que no existía oficialmente y cuyo servicio, además,  lo podía hacer de manera gratuita el Servicio de Salud. Sin mencionar, la ausencia de seguimiento, resultados e impactos de los proyectos. Simplemente, hasta el momento, el accionar de este organismo se ha centrado básicamente en administrar fondos e impulsar eventos de capacitación para favorecer algunas Otec y entidades privadas.  Amén de unas cuantas ferias públicas, sin relevancia regional ni nacional. Sus procesos burocráticos se extienden por más cuatro meses y los resultados no han cambiado sustancialmente la vida de la mayoría de los trabajadores de la zona, salvo contadas excepciones que aparecen en su portal institucional.

En otras regiones del país (Talca), últimamente también han llovido las críticas al llamado Capital Abeja, especialmente de mujeres artesanas, quienes consideran que el sistema es engorroso, pues son numerosos los requisitos de postulación, los que finalmente favorecen a los empresarios de mayor trayectoria.

Penosamente, vemos a muchos emprendedores que deben cerrar sus locales, terminar sus giros comerciales y seguir pagando sus deudas con las entidades privadas y públicas, aunque para la estadística oficial aparezcan con actividad productiva. ¿No es acaso otra manera de encubrir la cesantía en Chile?

Los ciudadanos comunes y corrientes esperamos cambios. No queremos más falacias ni maquillajes a este sistema que lo único que ha logrado es abrir aún más la brecha de desigualdades sociales y económicas entre los chilenos. La solución no está en crear más riquezas ni que todos sean empresarios, sino más bien en saber distribuir adecuadamente las riquezas. Que el fruto del trabajo de todos sea disfrutado por todos de la forma más igualitaria posible. A estas alturas, ya nadie puede creer en la falacia del crecimiento continuo y del capitalismo sustentable; se hace imprescindible cambiarlo por otro sistema más humano, generoso y noble.

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