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Gonzalo Prieto Navarrete, Sociólogo, Máster en Medioambiente ¿Hasta dónde estamos dispuestos a comprometernos por aquello que expresamos desear? Es recurrente escuchar, incluso de nosotros mismos,... ¡No en mi jardín!

Gonzalo PrietoGonzalo Prieto NavarreteSociólogo, Máster en Medioambiente

¿Hasta dónde estamos dispuestos a comprometernos por aquello que expresamos desear? Es recurrente escuchar, incluso de nosotros mismos, las quejas frente al sistema, las empresas, los servicios de diverso tipo, pero a la hora de poner algo de nuestro esfuerzo para que las cosas mejoren, comenzamos a corrernos, comenzamos a decir: bueno, lo que pasa es que ahora no puedo, no tengo, etc. Somos de los que decimos: NO EN MI JARDÍN.

Un ejemplo muy concreto es el de la telefonía móvil. A ninguno de nosotros nos gusta cuando se nos va la señal, cuando eso que nos prometieron en la banda ancha no se cumple, pero ¿cuántos queremos tener una antena de celular en la esquina de nuestras casas?

La complejidad del asunto al que me refiero, plantea problemas para las decisiones públicas, a la inversión de las empresas privadas y los ciudadanos de a pie que nos sentimos vulnerados en nuestros derechos.

Cambiemos el sistema, pero que lo hagan otros. ¿Solución? Pienso que para avanzar en destrabar estas cuestiones, se requiere al menos dos cosas:

1. Educación ciudadana: Si no somos capaces de educarnos en la responsabilidad pública y comunitaria, en entender que los problemas son de todos y nos afectan a través de diversas vías a todos, nos daremos contra la pared.

2. Participación ciudadana real: Hay quienes creen que la participación consiste en invitar a un grupo de gente, por lo general afín a mis intereses, para pedirles una lluvia de ideas y luego sintetizar en un papelógrafo las conclusiones, ¡listo!, ya tenemos participación. Claramente no ha resultado así. Debemos ser capaces de crear espacios ciudadanos, comunitarios, de participación real. ¿Cómo es que sabremos si la participación es real o no? Lo sabremos cuando las decisiones que tomamos se convierten en acciones y afectan al conjunto de personas involucradas.

Las tareas propuestas no son fáciles de llevar a cabo, tampoco son inmediatas y menos aún son baratas. Entonces se requiere esfuerzo, trabajo, voluntad y dinero. La democracia se fortalece cuando todos tenemos participación en ella, y no sólo nos referimos a la participación electoral ya bastante mermada, sino a la acción en lo público. Hemos crecido en una sociedad donde lo privado es lo primordial y cambiar el esquema lleva su tiempo, pero hay opción, se pueden hacer las cosas diferentes, cuando se tiene la voluntad de hacerlo.

Los discursos promueven visiones, pero no se harán parte de nuestras vidas si no comprendemos lo importante que es involucrarnos en ellas. De no avanzar vendrá la desilusión y la frustración, porque cuando queremos promocionar un cambio, hay muchos dispuestos apoyarte vía redes sociales, incluso en la calle, pero cuando los cambios deben producirse en tu propio círculo, y afectan a tus propios intereses, allí es cuando saltan los resortes de la cultura individual, de lo privado, del egoísmo y decimos: ¡Sí claro, adelante, pero NO EN MI JARDÍN!

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