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 Iván Vera-Pinto Soto /  Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Es increíble que muchísimas personas coincidimos que en nuestro entorno debe existir la... ¿Diálogo o Violencia?

Iván-Vera-Pinto-Soto-dramaturgo-ok comen Iván Vera-Pinto Soto /  Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo

Es increíble que muchísimas personas coincidimos que en nuestro entorno debe existir la concordia; no somos pocos los que soñamos con un mundo en el cual cada individuo y cada nación puedan dar lugar en forma libre al uso y desarrollo de las cualidades individuales, viviendo en amistad unos con otros. Empero, debemos reconocer que en ocasiones somos poco consecuentes y seguimos alimentando con nuestra propia pasividad e indiferencia, el espiral de violencia reinante.

¿Cuál es la mayor desgracia que asola a la sociedad actual? Indudablemente, la violencia. Tal como lo observó Mahatma Gandhi “nuestro mundo está herido de muerte por su política sanguinaria”. Del mismo modo, Martín Luther King, señaló: “Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.

El acercamiento al fenómeno de la violencia pone de manifiesto que ésta se encuentra enquistada, con la multiplicidad de tonalidades, dentro del seno de la propia sociedad. Son muchas las conductas, mensajes y ejemplos violentos que diariamente nos bombardean y que pueden calar en determinadas personas. Por otro lado, es conviene no perder de vista la relación que existe entre la propia violencia y la crisis de valores que afecta al conjunto de la sociedad, y de forma especial a los principales agentes de socialización responsables de la transmisión cultural, a saber: la familia, la escuela y el barrio, donde es palpable la ausencia de un modelo de relación y convivencia armónica.

El ideal no-violento nos dice que lo natural en el hombre no es la brutalidad, sino el instinto de vida y de lucha. Este último puede ser definido como el estímulo a la autoafirmación de la existencia por encima de los problemas y frustraciones que surgen en el proceso personal o colectivo de autorrealización. Cuando esta tendencia de lucha se ejerce destruyendo la naturaleza, la vida y la libertad de las personas degenera en violencia.

Para evitar que la intolerancia siga derramando sangre, es importante educar a las nuevas generaciones bajo el ideario de respeto a la diversidad humana. En estos difíciles días es imperativo sembrar en las mentes jóvenes valores, aunque probablemente en un comienzo no los comprendan; no obstante, al pasar los años, ellos emergerán y permitirán abrir sus corazones.

Tal como plantean algunos cientistas sociales es necesario aprender a escuchar al otro, si bien esta filosofía está ampliamente difundida en la literatura especializada y es un tema de consenso en la mayoría de las personas; no obstante, hay que reconocer que en muchas situaciones sociales estamos muy lejos de ser consecuentes con este postulado. Por ejemplo, la violencia que se genera en el seno de algunos sectores de la juventud no es más que una respuesta inadecuada a la frustración al sentir que sus demandas y necesidades no son atendidas por los adultos y las autoridades.

No basta con decir “yo comprendo su posición o su ideal”, sino “sintonizarse” y escuchar verdaderamente lo que está detrás de cada discurso del interlocutor. Sentir empatía por el otro y ver las problemáticas planteadas desde la mirada del otro. Estos es muy fácil decirlo en la teoría, pero, indudablemente, en la práctica es muy difícil aplicarlo, pues siempre tendemos actuar con una visión egocéntrica o paternalista.

Las causas de la violencia pueden ser múltiples (pobreza, ignorancia, falta de valores, falta de respeto hacia otras personas, mentalidad grupal, abusos, enfermedad mental, etc.), tema que sería lato analizar. Lo que sí podemos puntualizar es que si queremos minimizar o extirpar de raíz la violencia social debemos preocuparnos de solucionar las causas que la generan, por citar algunas variables claves, menciono: el desempleo, la corrupción, sueldos dignos (es especial a quienes tienen la delicada y compleja labor de educar, me refiero a los profesores), la falta de leyes sociales que beneficien a los más humildes, a los más necesitados, como sería introducir una ley donde se rebaje el costo de la luz, el agua, el teléfono, etc.

Que los jubilados tengan pensiones dignas. Que la educación sea gratuita. Que el Estado fiscalice y sancione la violencia que generan los organismos policiales en las manifestaciones sociales. Que los jóvenes tengan mayores posibilidades para educarse y trabajar. Que haya más equidad en la distribución de los ingresos entre todos los ciudadanos. Que no existan ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría frente a las leyes y en todos los ámbitos sociales. Que los medios de comunicación no sustenten económicamente sus empresas con la difusión indiscriminada de la violencia en sus líneas en editoriales. Que todos y todas tengan mayor acceso a la cultura. En fin, podría seguir enumerando otras condiciones fundamentales para que exista un ambiente de respeto y armonía social, pero, lo fundamental es entender que la violencia también tiene como fuente las desigualdades estructurales que existen en una sociedad determinada y, si estas no se solucionan con cambios radicales, de nada valdrá la represión, las reformas, las comisiones de estudio y la dictación de más leyes que no apuntan a resolver el tema de fondo.

Aunque suene manoseado decirlo toda violencia simbólica o explícita, venga de donde venga, atenta contra los valores democráticos y los principios de respeto a los derechos humanos que deben primar en nuestra sociedad. Y a pesar que resulte majadero reiterarlo, los ciudadanos tenemos la responsabilidad de respetar todas las vidas, rechazar la violencia, expulsar la ignorancia, liberar la generosidad y reinventar la solidaridad.

¿Pero es posible alcanzar la paz personal cuando se vive en una sociedad violenta? Imagino que sí. La verdad que existe una infinidad de personas que han adoptado nuevas formas de vivir y de acercarse a esa armonía, a través del respeto para consigo y el entorno que los rodea. Desde cambios substanciales en el estilo de vida, hasta gestos sencillos que se pueden realizar diariamente, representan alternativas para aquellos que decididos a llevar una existencia más agradable, integra y sana, aportan su granito de arena poder erigir el camino del entendimiento que demanda nuestra comunidad.

Hace muchos años Óscar Wilde contó la historia de un ruiseñor que una noche mientras entonaba el mejor de los cantos se atravesó el pecho con una filuda espina, dando su vida para hacer posible el ascenso del amor entre las personas. En el sacrificio del ave está enunciada la misión del ser humano: dar expresión a la esperanza, aunque muchas veces el resultado de esa inmolación sea arrojada al abismo, sin que por ello acabe la voz de los optimistas que sueñan con un futuro donde triunfe la tolerancia, la solidaridad y la belleza.

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