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Dr. Víctor Guerrero Cossio. Sociólogo y Académico UNAP. El verano iquiqueño es playero y siempre lo ha sido, pero en décadas anteriores todos teníamos... Veraneantes en el nuevo Iquique

Dr. Víctor Guerrero Cossio. Sociólogo y Académico UNAP.

El verano iquiqueño es playero y siempre lo ha sido, pero en décadas anteriores todos teníamos un lugar y nos distribuíamos en las playas de nuestro agrado, la convivencia de los veraneantes tenía bajísimo nivel de conflictividad. Bueno, en los años 60 del siglo pasado Iquique tenía una población de 50 mil habitantes, ahora es de 300 mil. Nos hemos sextuplicado y más todavía en tiempos de vacaciones.

Éramos pocos y el veraneo era esencialmente urbano, pocos iban a las playas del extenso borde costero sur. Nuestra principal piscina natural siempre fue Cavancha, pero también contábamos con alternativas playeras urbanas importantes, como lo eran El Colorado, Bellavista, La Gaviota y Huayquique, además de decenas de pozas como la de los patos, la Lisa, de los caballos, buque varado, de Los Gringos y otras.

Los barrios tradicionales, que hoy se han diluido ordenaban los usos y predilecciones de esas opciones. Playa Brava, siempre fue un espacio vedado para el baño marino.
Hoy somos muchos más y en los últimos años la realidad ha cambiado drásticamente, no sólo hay más habitantes, sino que también hay mayor diversidad, pero con menos compromiso e integración barrial.

Todo esto ha generado condiciones socioculturales que predisponen a la competencia, el desorden y el conflicto, muchas veces conducente a la ley de la selva, donde la fuerza se impone a la razón.

Sin duda nuestra reina Cavancha sigue siendo la principal atracción para los veraneantes y por lejos concentra a la mayoría, lo que hoy se hace insostenible debido a que el aumento de la población trae consigo tanto el aumento como la diversidad de los veraneantes en un marco débil de integración societal. Desorden dicen algunos, caos reclaman los más apocalípticos.

Por ello los conflictos han aumentado y afectan la playa como lugar de agrado, obligan a aumentar la presencia policial y reducen la proverbial buena imagen de nuestro verano.

En sociología básica este fenómeno significa pérdida de la fe e imperio de la ley.

Los costos sociales de la invasión playera a la emblemática Cavancha son enormes y sufre la consecuencia inmediata de incumplir la promesa de disfrute y relajo, pues hoy la convivencia en las horas diarias de uso se ve afectada por una serie de amenazas e incivilidades conductuales. Se ha mercantilizado, hoy se vende de todo, aún de lo ilícito, peligroso y desagradable: desde las tradicionales “palmeras”, churros, pan de leche y helados: diversificando lo “comestible” y “bebestible” a ofertas no tradicionales que vienen desde nuevos sabores provenientes de nuevas culturas, hasta productos que rebasan la higiene ambiental y la legalidad, que proceden del expendio de alcohol y droga.

Por cierto, las mayores posibilidades de transporte personal y la búsqueda de alternativas ante el hacinamiento producido en Cavancha y otras playas urbanas, han favorecido el desplazamiento de veraneantes hacia el sur costero, lo que ha permitido reducir la presión que en los últimos años se ha producido en la capacidad local.

Las costumbres diversas que chocan en sus prácticas, por trascender los márgenes de tolerancia social y que se materializan en el temor y la incertidumbre, provocan una sociabilidad diferente, impulsada por la nueva sociedad en que vivimos. La resolución de conflictos ya no tiene su base principal en la cooperación entre los veraneantes de la linda Cavancha, ni tampoco acostumbramos llevar nuestros alimentos y bebidas, ahora el consumo se mercantiliza y se espera que la convivencia se propicie por la acción de organismos público.

Tal actitud es extrema, pues el orden no sólo es materia policial y municipal, sino que también de la colaboración habitual de los veraneantes.

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