Edición Cero

Iván Vera-Pinto Soto / Cientista Social, pedagogo y escritor En Iquique el teatro social obrero hacía lo suyo, presentando obras de carácter político que... El teatro social en Iquique y la pampa en la década de los 30 del siglo XX

ivan-vera-pinto-comentario-brIván Vera-Pinto Soto / Cientista Social, pedagogo y escritor

En Iquique el teatro social obrero hacía lo suyo, presentando obras de carácter político que apuntaban no solamente a criticar el gobierno de turno, sino también al sistema imperante en su totalidad. Estos cuestionamientos se extendieron a algunas fiestas populares, por ejemplo, los carnavales se convirtieron en medios liberadores para que el pueblo expresara su descontento y protesta por la situación que vivía. La rebeldía explosiva y grotesca se alzó en contra de la miseria, la escasez y la cesantía que ocupaban todos los rincones de la urbe y las oficinas salitreras. De algún modo, este precepto teatral – que goza con la deformación y la burla contra el orden establecido – lograba simbólicamente ocultar, al menos por un momento, la cruda realidad existente.

Claro está  que cuando asumió por primera vez la presidencia Arturo Alessandri (1920-1925), quien en su alegato político postulaba a la creación de una nueva sociedad, el teatro chileno se sintió interpretado y comenzaron a florecer una producción dramática social que iba en esa dirección ideológica. En ese ambiente aparecieron ilustres figuras de la escena nacional: Germán Luco Cruchaga, autor de La viuda de Apablaza (1928) y Antonio Acevedo Hernández, autor de Chañarcillo (1936), considerado el padre del Teatro Social chileno. Ambos con una producción básicamente de obras de caracteres realistas y costumbristas.

Otros continuadores de este teatro con raigambre social fueron Nicolás Aguirre Bretón, Rufino Rosas y José Segundo Castro, ambos igualmente tomaron partido por los obreros y los campesinos. Todos estos creadores no solamente se limitaron a denunciar “la explotación del hombre por el hombre”, sino también la inmadurez política de la clase trabajadora, que le impedía tomar el liderazgo en el anhelado proceso de cambio social.

Al tanto que, simultáneamente, surgían  los nombres de Rafael Frontaura, Pedro Sienna, Evaristo Lillo, Rogel Retes, Alejandro Flores, Lucho Córdoba, Nicanor de la Sotta, María Llopart, Elena Puelma, Elsa Alarcón, Paco Ramiro, Jorge Quevedo y Enrique Barrenechea. Todos estos intérpretes se convirtieron en ídolos populares, los que hicieron y deshicieron compañías que a veces duraban una temporada o una sola función. Eran actores innatos, carentes en general de formación técnica y artística, pero que exhibían talento y un carisma especial con el público masivo. Habitualmente seleccionaban obras para su lucimiento personal y para el gusto menos exigente. El prestigio que alcanzaron en aquel entonces nunca llegó a ser análogo con la consideración que la sociedad tenía de sus vidas bohemias, azarosas, inciertas y polémicas. En definitiva, sus comportamientos sociales no fueron valorados como un ejemplo de virtud por la misma sociedad que los aclamaba.

A última hora, el teatro siguió su periplo, pese a los convulsionados días que asolaban al país. Paradójicamente, en vez de constreñir su acción, por el contrario se multiplica la cantidad de compañías y el público siguió fielmente los estrenos de los conjuntos aficionados y profesionales que llegaron al puerto.

En Iquique para los años treinta el teatro fue adquiriendo nuevas formas y contenidos. El teatro burgués fue transformando deliberadamente su estilo clásico y de gran espectáculo, en otro más liviano, popular y de fácil consumo cultural. En contraste, el Teatro Proletario, una vez superada la represión del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, mutó en otro, tal vez con una menor preponderancia ideológica, pero conservando siempre su tipología aficionada y su carácter social. Ciertamente, en esa época en Iquique nacen una veintena de conjuntos que mantuvieron un quehacer regular en los espacios mutualistas.

Los círculos más perseverantes fueron: La Federación Obrera de Chile, Los Bohemios, Ateneo Obrero, Alondra, Enrique Báguena, Carlos Cariola, Juan Rafael Allende, Cuadro Artístico Gómez Rojas, entre tantos otros. En agosto de 1932, se fundó en Iquique la Asociación Artística y de Aficionados de Tarapacá, por iniciativa de Diego Barros Ortiz, poeta y novelista santiaguino nacido en 1908. Esta asociación artística, en plena crisis económica organizó veladas teatrales. Otros centros como Rubén Darío y Nicanor de la Sotta, hicieron representaciones a favor de los cesantes de la ciudad. No obstante, dicha entidad no tuvo eco en todos los aficionados, pues muchos de ellos decidieron trabajar de manera autónoma. En una nota editorial titulada Teatro Regional, El Tarapacá (18-11-1934), insta al fortalecimiento de la organización teatral local para lograr un mayor desarrollo y beneficio del teatro. En procura de ese objetivo, sugiere la formación de una directiva formada por una comisión mixta de vecinos y algunos representantes municipales. “En ningún caso los miembros de ese organismo podrían ser elegidos entre los dirigentes de los centros, obteniéndose con este método, un grado de imparcialidad en la distribución de los beneficios que serían de verdadera utilidad a cada uno de los centros”. En la crónica se advierte que el Círculo Vida Obrera, se suma a esta iniciativa.

En una de las tantas conversaciones con Guillermo Zegarra nos explicó que cuando él participaba con las Carpas Móviles de Santiago por la década de los treinta, venían a Iquique a ofrecer funciones en beneficio de todos los trabajadores despedidos de las salitreras y de los cientos de personas necesitadas de Iquique. Estas representaciones se efectuaban para la Gota de Leche, el Asilo de Niños, los empleados, los cesantes y para la olla común que representa los días más dolorosos para los iquiqueños. Según Zegarra, entre 1928 y 1930 existían en Iquique 14 compañías de teatro establecidas, todas ellas hacían itinerancias a las Oficinas Salitreras, contando con una gran aceptación de los pampinos, pese a la novedad del biógrafo. De esos tiempos recordaba las obras Los payasos se van, La mujer X, Golondrinas y Sin novedad en el frente (referida a las vicisitudes de la Primera Guerra Mundial).

Por esa fecha la prensa invitaba a la comunidad iquiqueña a participar de una velada artística del Centro Cultural Carlos Cariola: “Esta noche se efectuará la gran velada que ha venido preparando con todo entusiasmo el activo Directorio del Centro Artístico Carlos Cariola, en beneficio de sus fondos sociales. Esta velada contará con una bonita comedia y de un gran acto de variedades por los miembros del Centro. Esta se realizará en el amplio local de la Sociedad Unión Universal de Señoras, siguiendo después un animado baile. El precio de la entrada es bastante reducido.”[1] En otro inserto del mismo periódico del día 19 de enero de 1929 también se convoca a una nueva velada artística: “Hoy se efectuará el beneficio de la Sociedad Hogar Social Hijos de Coquimbo. La velada se llevará a efecto en el Teatro Municipal. Entusiasmo por asistir a esta velada de arte regional. Conforme a lo anunciado, hoy a las 9 y media de la noche se llevará a efecto la velada que el Círculo Teatral “Juan Rafael Allende” ha venido preparando para darla en beneficio de la Sociedad Hogar Social Hijos de Coquimbo, con el objeto de incrementar su caja social”. El programa que incluye es muy variado: presentación de una sinfonía en orquesta, recitaciones, presentación del sainete ¡Le llegó al Colo-Colo!, monólogos, canciones, tangos, fot-trop y charlestones.

Los Bohemios, fue otro de los conjuntos que tuvo una activa participación en la escena aficionada. Un diario describía un extenso programa artístico que se realizaría en el Teatro Municipal a beneficio de la brigada de boy scout Centenario, entre los que se contaba a este elenco teatral con la obra La alegría del rancho, de Osvaldo Guerra, con las actuaciones de Julio Gallardo, Abel Flores, Carlos Dávila, Marta González y Haydée Molina.[2]

Estas entusiastas agrupaciones artísticas estaban compuestas por proletarios y empleados, quienes hacían denodados esfuerzos por atraer a un público asiduo a sus didácticos, populares espectáculos. Algunas de ellas a veces duraban una temporada o una sola función, por el contrario, otras tuvieron una vida relativamente más prolongada. Tal es el caso del teatro que se formó en el Ateneo Obrero (1932), el que funcionó en la calle Esmeralda 870 en Iquique, con un grupo teatral que adoptó el nombre del emblemático anarquista José Domingo Gómez Rojas. Los directores artísticos fueron Eulogio Larraín Ríos, profesor primario y Exequiel Miranda, dirigente sindical y lanchero. Luis Díaz Salinas en un artículo periodístico explica que 1930 llegó a Iquique Eulogio Larraín un joven profesor primario destinado a la Escuela No 4. En esa circunstancia, con la colaboración de varios aficionados al teatro, entre ellos Germán Bravo, Víctor Arias, Exequiel Miranda, Luis Ruiz, Nazario Bravo Reyes, Juan Miranda, Luis González Zenteno, Hernán Hernández, entre otros, y con la colaboración de las hermanas Felisa y Ana Rojo, Zunilda Rivera, Carmen Vargas, Fresia Frías, Baldramina Pacheco y su propia esposa fundaron el Ateneo y el grupo teatral José Domingo Gómez Rojas. [3]

Pese a su orientación anarquista, sus creadores advertían que esta organización no profesaba ningún credo político ni religioso determinado y que su interés era agrupar a todas las personas de buena voluntad que tenían algo que enseñar o algo que aprender en favor de las clases desposeídas. Creó una sección artística, la que estuvo compuesta por un cuadro teatral que presentaba obras de carácter social y, al mismo tiempo, educativas. De manera paralela, además contó con un centro musical, el que ofreció conciertos y amenizó veladas y conferencias.

En 1932, después que Carlos Dávila llevara a cabo el derrocamiento de su compañero de armas Marmoduque Grove Vallejo y su efímera República Socialista, el país en lo político vivió días muy convulsionados y en lo económico parecía devastado por la gran depresión mundial. En ese entorno histórico, el Ateneo Obrero organizó unaNoche Chilena de los Obreros,como demostración de solidaridad con los sectores más necesitados. En ese evento se llevó a escena la FarándulaQué pasa de René González Vásquez. En ese mismo lapso, luego de efectuarse las elecciones presidenciales y teniendo como triunfador a Arturo Alessandri, el teatro obrero prosiguió su rumbo trazado. En la semana de octubre, el Círculo Monterrey presentó en la Federación Obrera de Chile, El dolor de callar; Los Bohemios, El último adiós, de Carlos Barella, en la Sala Obrera y el conjunto artístico Alborada, de los profesores primarios, La ciega que murió de amor, de Eulogio Larraín, en el local de la Gran Unión Marítima.[4]

Para octubre de 1934 el Ateneo se declaró en receso, al igual que otros grupos teatrales que desaparecieron o se unieron, terminando de esta manera el ciclo histórico del teatro obrero en el norte y en el centro del país.

Uno de los elencos ácratas de mayor presencia fue el Cuadro Artístico Gómez Rojas,[5] creado en 1921. En efecto, Víctor Muñoz Cortés, en Armando Triviño (2009), así lo confirma:

El Cuadro Artístico Gómez Rojasdesplegó una amplia actividad cultural. En 1922, por ejemplo, dio numerosas giras y funciones gratuitas para los trabajadores de Tarapacá. Este grupo también fue afectado por el fracaso en la huelga de 1923 y debido a ello cayó en recesión hasta 1925. En este tiempo, según recuerdan tiempo después, sus miembros se abocaron a reagrupar a la gente del mar dispersas entonces por la pasada derrota. El Cuadro se reorganizó a mediados del año 26 y en esta nueva época apostaron por representar en el Teatro Municipal y Variedades de Iquique, diversas obras dramáticas de contenido social, entre ellas: La Voz del Abismo, Los sin patria, Fin de Fiesta, Justicia, Los Mártires, Las coyundas, etc. Por aquellos días, además, las actuaciones del Gómez Rojas eran amenizadas por los sones de “la muchachada” del Centro Musical Los Bohemios(91)

Este conjunto funcionó hasta el año 1926. Destacaron en sus filas Emilia Araya, Víctor López, Alejandro Zavala, Guillermo y Justo Goicochea. Este último además desarrolló una dinámica labor cultural de forma individual, dando conferencias científicas, clases de música y publicando La Escuela Moderna (1922-1923), un periódico de educación libertaria y racionalista. Importante también resultará la dramaturgia de Armando Triviño, Antonio Acevedo Hernández y del mencionado Eulogio Larraín, entre otros tantos.

 Para darnos una imagen del material teatral impreso, citamos algunos ejemplos: Baltasar Doroteo, Teatro Libertario, (1924-1926); Pedro Valentín, El Teatro del Pueblo, (1924-1926); Rodolfo González Pacheco, Teatro 2 (1924) E. Lantoni, Teatro del Pueblo, (1924-1926); Eugenio Navas, El Imperio de la Fuerza (1924).

 En medio de esos aciagos días, el teatro proletario con entusiasmo se abría paso entre las mareas populares, creando sus propias obras y forjando nuevos actores modelados por las características de la vida pampina o urbana: la inestabilidad laboral, la pobreza, el enganche, el surgimiento de nuevas oficinas, el analfabetismo, las ideologías políticas, el discurso de clase, entre otras, las que dieron existencia al teatro que entregó a los obreros la posibilidad de expresarse, educarse y entretenerse.

Sumergido en esos años grises, producto de debacle de la industria salitrera y de la gran depresión económica del sistema capitalista (1929), paradójicamente, se mantuvo a flote con la inauguración de una nueva corriente: el teatro cómico a nivel nacional y, por efecto, con prolongación a la zona norte del país. Era un humor popular que se contraponía a la cesantía y a la hambruna que sufrían grandes sectores desposeídos.

Si bien se mantiene a flote el teatro aficionado cómico, empero, el teatro político– tal como lo describe Bravo Elizondo en Camanchaca(1989), declina: “Hacia 1934 algunos grupos teatrales desaparecen, se declaran en receso o se unen a otros. El Ateneo reanuda sus actividades con Corazón de hienadel argentino González Pulido. En agosto se funda el Circulo Artístico Alondra, para fomentar el arte y realizar obra de difusión cultural. A fines de agosto, el Ateneo y LosBohemios unen fuerzas para llevar a escena el gran drama de Juan de Roba El defensor de su honra, que se presenta el 1 de septiembre. A fines de mes, el circulo teatral Arturo Burhle informa que «ofrecerle esta noche en la sala del Ateneo, La venganza del muerto”. El 29 de septiembre los círculos unidos de Ateneo y los Bohemios estrenan El fortín de la vanguardia«además el sentimental drama de JacksonVergara Una limosna por Dios«”. (61)

Unos años más, en la década de los 40, Mario Zolezzi en Presencia China en Tarapacá salitrero 1860-1960 (2015), proporciona otra referencia del teatro obrero que demuestra que aún se mantiene en acción, pero con menos influencia. “Para la fiesta china de 1940 se programó un homenaje del Centro Juan Rafael Allende que organizó una velada en el local del Sindicato de Ferroviario, con la presentación de un sainete en tres actos y un acto de variedades” (146)

[1]Diario El Tarapacá (5-1-1929).

 [2]Diario El Tarapacá (30-5-1931).

 [3]  Diario La Estrella de Iquique (14-5-1984).

 [4] Véase op. cit Bravo Elizondo. Revista Camanchaca No 9-10.

 [5] José Domingo Gómez Rojas (1896-1920), poeta chileno anarquista. Falleció en la cárcel de meningitis el 29 de septiembre de 1920, después que fue apresado por participar en las movilizaciones denominadas las “marchas del hambre”.

 

Los comentarios están cerrados.