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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario, Doctor en Educación En años anteriores, y por estos mismos días de Semana Santa, hice referencia a la «Quema de... La «Quema de Judas»

HAROLDO QUINTEROSHaroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario, Doctor en Educación

En años anteriores, y por estos mismos días de Semana Santa, hice referencia a la «Quema de Judas,» un espectáculo que en Iquique sus organizadores exhiben como la preservación de una amable tradición iquiqueña. Noto, para empezar, que cada vez estas personas son menos del grupo de los antiguos iquiqueños que vamos quedando, porque, evidentemente, desconocen mucho del origen e historia de este show, pues recientemente han dado datos a la prensa local que son definitivamente incompletos y falsos.

La Quema de Judas se inició al inicio de la década de los 40 y desapareció por completo a mediados de la década posterior. Mientras tuvo lugar, y desde su reposición hace algunos años, la cantidad de accidentes que provocó bastaría para que se suspendiera definitivamente, sobre todo en el caso de los niños, que se queman las manos en busca de las monedas que caen ardientes mientras arde el muñeco. No obstante, a pesar de la gravedad de estos incidentes, hay razones de mayor peso para que se ponga fin a este espectáculo.

Para empezar, no es una tradición nuestra, si atendemos seriamente al significado del término “tradición.” Se llama así a aquello que se manifiesta de manera espontánea, anónima, continua y masiva y desde la base social. Esto no es eso, puesto que siempre ha tenido el carácter de farándula de calle, copiada de una versión anterior, y organizada por un grupo reducido de personas. Además, ni siquiera es realmente iquiqueño. Veamos:

Siglos atrás, la quema de Judas era un tipo de «auto sacramental» católico, obviamente traído de España y Portugal, siempre acompañado de una pieza teatral sobre pasajes bíblicos. Se realizaba en toda América Latina, y su vigencia se correspondía con la muy primitiva y elemental religiosidad popular de esos tiempos. Con la Independencia, el progreso educacional y social, y la separación de la Iglesia del Estado al término del primer cuarto del siglo pasado, este acto desapareció en nuestro país.

Sin embargo, un comerciante venido de Valparaíso, Jorge Muñoz Rojas, imitando a un congénere suyo también porteño, lo revivió en Iquique hace unos 70 años, pero con el único y exclusivo fin de promover su negocio, una tienda de cambalaches, “Mi Casa,” ubicada en la esquina noroeste de la calle Juan Martínez, en la intersección con Zegers. Cuando niño, mi familia era vecina de ese barrio, y recuerdo muy bien lo que entonces vi allí siendo pequeño, muchos Sábados Santos.

Por ejemplo, recuerdo que mientras el monigote pendía de cuatro cables de acero sujetos a las esquinas de ese cruce de calles, la esposa e hijas de Muñoz Rojas repartían volantes entre las personas que iban al espectáculo: «Compre bueno y barato en Mi Casa… También le compramos a usted lo que no le sirve…”, etc. Mientras esas mujeres hacían lo suyo, un hijo de Muñoz Rojas, con la ayuda de un anciano que era dependiente y bodeguero de la tienda, lanzaba desde el techo de ella unos globos de papel de seda con las letras MI CASA.

Los globos remontaban el cielo de Iquique impulsados por una tea encendida en su interior, así que podrán imaginar el pavor de los vecinos en una época en que virtualmente toda la construcción iquiqueña era de madera, y el agua estaba racionada en toda la ciudad. Mientras la familia del dueño de «Mi Casa» trabajaba en la promoción del negocio cambalachero, Muñoz repartía “cañas” de vino desde una ventana que daba a la calle Zegers. El hijo de Muñoz, finalmente, encendía el monigote. Terminado el espectáculo, mientras la gente abandonaba el lugar, un carretero, de esos de carreta y burro del viejo Iquique, cargaba su carreta con borrachos y los iba literalmente a tirar no lejos de allí, a la polvorienta calle Juan Fernández con la aun más terrosa calle Latorre, luego de recibir una propina de Muñoz.

Unos años después se instaló en la calle Zegers con la calle Tacna (hoy Obispo Labbé) un negocio del mismo tipo, “Las Cachás Grandes,” pero que nada pudo hacer con la competencia que ofrecía “Mi Casa.” Al desaparecer “Las Cachás Grandes,” la gente empezó a llamar a la tienda de Muñoz, y a él mismo, “los cachos grandes,” lo que a Muñoz, por supuesto no le agradaba nada. La quema de Judas no se realizaba todos los años, y desapareció en 1955, cuando el negocio declinó, hasta desaparecer.

Pero vamos a la parte realmente seria del asunto. En cuanto a su fondo, que es, por supuesto, religioso, es realmente muy extraño que la Iglesia Católica no se pronunciara antes ni hoy sobre este espectáculo, a pesar que muchos católicos lo reprueban, y con toda razón. Desde aproximadamente el Siglo VII, se realizaba en todos los países cristianos, y siguió hasta no hace mucho, en algunos del Mediterráneo. Hoy en día, su transformación y en muchos casos su desaparición, da cuenta de un fenómeno muy importante para el mundo cristiano, cual es la modernización y humanización de las expresiones religiosas cristianas. La “Quema de Judas,” es, en verdad, un rito completamente obsoleto.

En España pervivió por más tiempo, en razón de la conquista musulmana de la península ibérica, que hacía de este acto, entre muchos otros, un rito de reafirmación de la identidad cultural y nacionalidad hispanas. España, convertida en la primera potencia del mundo occidental entre los siglos XV y XVIII, la impuso en toda Europa, con Inquisición y todo, en cuyo marco, a veces, en lugar de quemar un monigote que representaría a Judas, se quemaba vivas a personas consideradas herejes, i. e., enemigas de la fe. Normalmente, como cuenta Giovanni Papini en su genial obra «Espía del Mundo,» mientras se quemaba a personas, o más tarde un muñeco, se lanzaban a una hoguera siete animales vivos que representaban los siete pecados capitales: un cerdo, la gula; un gato, la pereza; un asno, la lujuria, etc. Los tiempos, felizmente, terminaron con esa atroz barbarie, y para siempre.

La “quema de Judas,” en el tono que se le da en Iquique, ya no se realiza en ninguna parte. Si bien esto aún ocurre en unos muy pocos pueblos del Mediterráneo, tiene una connotación jocosa. En España, por ejemplo, al muñeco no se lo quema, en clara alusión a la repulsa que causa el recuerdo de la Inquisición, sino que se lo apedrea o mantea hasta destrozarlo. Esto, porque, al fin y al cabo, aunque se trate de un monigote de pacotilla, representa un ser humano. Los tiempos, por cierto, han cambiado, y mucho. Hoy, cuando cada persona tiene la libertad de estudiar, investigar, pensar lo que le plazca y sacar sus propias conclusiones en cualesquiera asuntos, incluida la religión, lo que muchos aún llaman la «traición de Judas,» está en severo entredicho teológico.

Desde la perspectiva propiamente religiosa, Judas Iscariote no hizo más que cumplir un rol que alguien debía forzosamente cumplir, como parte del designio divino que el Hijo del Hombre debía morir y resucitar para la salvación de la Humanidad; y lo más importante, que se suicidó porque, lógicamente, se sintió atormentado y arrepentido de su acto, lo que, a la luz de la propia doctrina cristiana del perdón, lo redime para siempre. Por otra parte, desde la perspectiva laica histórico-sociológica (asumiendo que el Nazareno realmente existió), bien pudo ser que Judas entregó a Jesús por el ansia de Judas de liberar al pueblo judío de la dominación romana, y con ello, por la desconfianza que tenía en el método pacifista de vida propagado en su prédica.

Así que, no gracias, a esta quema simbólica, o en juego, de un ser humano, y en fin, esperemos que alguna vez se acabe para siempre este morboso acto que sólo nos desprestigia como ciudad. Nos sobran otras tradiciones que conservar, y que,además, son más humanas y verdaderamente nuestras.

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