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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación De la formación del nuevo gabinete pueden desprenderse varias conclusiones. La primera es que la esperanza que... El  nuevo Gabinete

HAROLDO QUINTEROS

Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación

De la formación del nuevo gabinete pueden desprenderse varias conclusiones. La primera es que la esperanza que se cumpla cabalmente el programa de gobierno que Nueva Mayoría (NM) ofreció al país comienza a desvanecerse. El actual estado de cosas, en su visión más general, parte de la comprobación empírica que la derecha chilena aseguraba el financiamiento de sus campañas electorales gracias a siderales sumas de dinero que les proporcionaban las mega-empresas chilenas.

Esto, en verdad, no podía sorprender a nadie. Aquello se sabía desde hacía mucho tiempo por las declaraciones de muchos empresarios que ya en los años 90 daban cuenta de ello, aunque la ley lo prohibía. Obviamente, esto no podía ser aportaciones financieras gratuitas, porque, al fin y al cabo, los beneficiarios son los defensores de sus intereses. Ahora, esta situación se vino a complicar gravemente luego del estallido del caso PENTA y las falsas boletas de servicios emitidas, en su gran mayoría, por candidatos de la UDI.

Hasta allí, todo marchaba sobre ruedas para NM, que asestaba a la derecha un decisivo golpe de gracia político, a sólo un año de su aplastante victoria electoral. Sin embargo, muy pronto la caja de Pandora se abrió, y aunque fuese en menor escala comparativa con respecto a sus adversarios, el país se enteró que una buena parte de los parlamentarios de NM también hacían lo mismo, en los marcos de una intrincada maraña de oscuros operadores políticos y lobistas. Vale decir, Chile se revelaba como la plutocracia perfecta: la política chilena era financiaba horizontalmente por el gran empresariado.

Para la derecha, se había producido el ansiado empate, que abriría las puertas a la restitución de la vieja “política de los acuerdos,” en la que dándose al interior de una cancha cuyo rayado lo hizo enteramente ella, difícilmente puede perder mucho. Se ha iniciado, entonces, la marcha atrás, y, precisamente, lo prueba la conformación del nuevo gabinete. Súper dialéctico todo: Estamos viviendo la más aguda crisis de credibilidad hacia la totalidad del sistema político que recuerda la historia nacional, y ante ella NM sólo tenía dos giros posibles: expulsar de sus filas a TODO político y funcionario suyo metido en chanchullos de negociados, cohechos, fraudes y boleteos falsos, incluyendo al hijo de la Presidenta, enfrentando sin ambages al conservadurismo nacional cumpliendo el programa que prometió al país, o, simplemente, no hacerlo, y saltar, junto a la derecha, de un barco que se hunde. Llegó finalmente la hora de las definiciones y NM empieza, en la práctica, una forzada marcha atrás.

De partida, nada cambiará en Chile si no tenemos una nueva Constitución, lo que todo el mundo sabe perfectamente. Pues bien, el Ministro del Interior, el DC Burgos, que se autodefine como persona «prudente,” ya ha anunciado que no se reemplazará la actual Constitución por una nueva y básicamente diferente, sino que sólo habrá «cambios» que se harán haciendo uso de sus mismos instrumentos. Esto es imposible, algo que también él, el gobierno, la derecha, la izquierda y toda la ciudadanía de Chile saben perfectamente. Su primer autor, Jaime Guzmán, declaró públicamente, y varias veces, que ella sería prácticamente inmutable, por los altos quora parlamentarios para introducirle cambios estructurales en la economía, y por la supresión “ad aeternum” del régimen proporcional de elecciones.

Remata Burgos su discurso descartando abiertamente el más legítimo de los métodos para que el pueblo ejerza su soberanía: levantar una Constitución Política a través de una Asamblea Constituyente. Y, bueno, ¿cuál será la respuesta de los invitados de piedra “de izquierda” a NM, el PC, el MAS de Navarro y la IC? ¿Seguirán todavía allí sólo para preservar sus status de partidos «institucionales» sólo para mantenerse a flote en un país obligado a no cambiar nunca? ¿O iniciarán, por fin, el camino de reagruparse en torno a la re-fundación del Estado chileno? Por supuesto, tal cambio sólo puede partir con una nueva Constitución Política, surgida inequívocamente de la soberanía popular. Burgos acaba de advertirnos que eso no está en los planes del gobierno que ahora él vice-preside.

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