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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario Hace unos días se cumplieron 97 años del nacimiento de la primera figura de nuestro folclor, Violeta Parra Sandoval. La... Violeta

haroldo quinterosHaroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario

Hace unos días se cumplieron 97 años del nacimiento de la primera figura de nuestro folclor, Violeta Parra Sandoval. La televisión y muchas radios la recordaron, es cierto, aunque de modo ostensiblemente breve. En verdad, fueron lagrimones de cocodrilo, porque luego de evocar escuetamente su obra, se oyeron una o dos de sus canciones, para luego, como es normal, seguir con la programación de rutina, con esos sones o ruidos que llaman “juveniles,” que, por cierto, para toda persona que algo tenga de gusto, incluidos los jóvenes que piensan, es, en lo grueso, chatarra sin ninguna calidad, en ningún sentido, y para rematar, en su mayor parte gringa, aullada en inglés, idioma que prácticamente aquí nadie entiende.

“Este es el pago de Chile”, como decía otra gran mujer nuestra, Gabriela Mistral. Sin embargo, a Violeta, como ya es habitual, se la recordó en todas partes del sub-continente latinoamericano, como también en Europa. No es para menos, porque esta mujer campesina caló como nadie, y hasta el fondo, el alma del pueblo de Chile. Como gran poetisa, descifró el amor y todas las pasiones humanas, con la gran ventaja sobre todos los poetas que lo hizo con música. Mas, no sólo eso: también denunció en su arte, sin temor, las injusticias y abusos que se cometen en nuestro país contra los pobres, los preteridos y los más débiles. Muerta ya, por propia elección, y en el mayor abandono oficial, era natural que durante la dictadura nadie se atreviera a oírla en casa, y si se hacía, debía ser con bajo volumen.

Esta visión de lo que fue el Chile en tiranía, me recuerda una de las más emotivas experiencias personales de mi vida. En aquel infamante período de nuestra historia, oí a Violeta fuera de mi país. Viajaba por España, en Andalucía. Una tarde, en un tren, me sacudió de mi letargo viajero un grupo de soldados andaluces, todos conscriptos en servicio militar, que volvían a sus hogares un fin de semana. Vestían uniforme militar y botas, y llevaban una guitarra, con la que cantaban canciones de su patria. De pronto, empezaron a entonar “Gracias a la Vida.

”No pude contenerme y me acerqué a ellos, sumándome al coro. Por supuesto, les dije que era chileno, del país de la autora de la canción más bella escrita en mi país. El que tocaba la guitarra, me pidió que siguiéramos con Violeta, y así cantamos varias más, entre ellas la universal “Volver a los Diecisiete.” Con estupor, me di cuenta que aquellos jóvenes, si no entera, conocían esta canción, así como varias más. Mi reflexión fue obvia: mientras soldados de un país que no era Chile cantaban a Violeta, en su tierra, a la que ella dedicó su vida entera para descifrarla en su arte, los soldados chilenos la prohibían. Qué pena sentí entonces, casi la misma de hoy, cuando tan poco se la recuerda.

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