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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación. Es cosa de lógica. La validez de los fenómenos sociales masivos, sean tele-audiciones, eventos deportivos, encuestas o... Lo más relevante de las Primarias

foto-haroldo  cometarioHaroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación.

Es cosa de lógica. La validez de los fenómenos sociales masivos, sean tele-audiciones, eventos deportivos, encuestas o elecciones,  sólo se mide sobre la base de la masividad de quienes participan en ellos. Extraña, entonces,  que se siga con el mendaz relato que las recientes elecciones primarias fueron un éxito. No fue así, y a tal punto, que ni siquiera la propia autora y mayor protagonista del evento, la clase política institucional chilena, pensaba que lo sería, puesto que su cálculo siempre fue que votaría, a lo más, un décimo del electorado.

¡Vaya éxito, un décimo se transformó en un quinto! Otra de las falacias que se han propalado con la complicidad de buena parte de los medios de comunicación, es que la votación fue exitosa en tanto se la compare con las primarias o comicios pre-eleccionarios de otros países, confiando en que el grueso de la gente no se va a poner averiguar bien las cosas. Pues, yo no. Comparé bien cifras y reitero lo que afirmo.

Si se compara la votación del domingo con lo que normalmente ocurre en los países donde hay primarias o comicios pre-eleccionarios (convenciones, «caucuses» estadounidenses, etc.) y, además, hay voto voluntario, no hay ninguna duda que la primaria chilena fue un fracaso. Por problemas de espacio, sólo me remitiré a Estados Unidos, el caso típico de un país de primarias y voto voluntario. Salvo en 1948, con un 48%, nunca en una primaria estadounidense la votación fue menor que un 50%, y las cifras llegan a mucho más en las elecciones generales, hasta un mínimo promedio de 65% en los últimos años. Y ni hablar de muchos otros países de voto voluntario, como Japón, Rusia, Alemania, Francia, o Inglaterra, en que la participación ciudadana en todo tipo de elecciones (incluyendo múltiples plebiscitos, inexistentes en nuestra legislación) es aun mayor.

Vamos ahora a las “felices” primarias chilenas del domingo. El actual padrón electoral chileno es de 13.106.544 electores. Escrutado el 99% de los votos emitidos, votaron 3.007.687 personas; es decir, sólo poco más de la quinta parte del padrón (22.9%). Estrictamente hablando, esta cifra es menor, pues no tomo en cuenta  los votos nulos y blancos, que implican en su mayor parte un rechazo a los candidatos y al acto eleccionario mismo. Hay más todavía. Rara vez en una elección, el porcentaje en el total de votantes que son militantes de los partidos políticos es alto. Estas personas, obviamente, se obligan naturalmente a votar, lo que, en efecto, ocurrió el domingo pasado.

Votó prácticamente la totalidad de ellos; es decir el “voto duro” (661.129 personas), lo que indica no sólo la existencia de acarreos al por mayor, sino el hecho que la participación de la ciudadanía fue aun más escasa, puesto que ella es mayoritariamente independiente. En suma, en las primarias no votó el 80% del electorado, y una vez más, no tuvieron derecho a votar los cientos de miles de chilenos que viven en el exterior, tal como lo ordenan las antidemocráticas leyes chilenas en materia de elecciones. Díganme, ¿es eso un “éxito”? Avancemos un análisis para noviembre.

Estimo que en las elecciones presidenciales votarán más electores que el domingo pasado. A mi juicio, incluso, se superará el promedio de todas las elecciones de la última década, que acusan apenas una participación de alrededor de un tercio del electorado. Ello se deberá al fenómeno más relevante surgido de estas primarias, el alzamiento de Michelle  Bachelet como un caudillo popular, rayano en lo mesiánico, que ha comenzado a encarnar, en su sola persona, las aspiraciones de justicia social de la mayoría del pueblo chileno. Lo quiera ella o no, así es. Su figura, en verdad, ya no es partidista, por una razón muy simple: la gente, masivamente, ya perdió el respeto por los políticos profesionales y sus partidos.

En un 80% no creyó en las primarias, un nuevo invento de la clase política por validarse, y los que fueron a votar, lo hicieron para decir, “queremos a Michelle, y no a ustedes.” Esto es penoso, por cierto, porque las democracias valen según el prestigio que tengan los partidos y sus dirigentes. Bachelet, en virtud de la tremenda adhesión popular que tiene, que irá paulatinamente in crescendo, bien podría, por sí sola, sin adláteres de partido ni consejeros de palacio a su oído, impulsar la constitución de una Asamblea Constituyente que dé fin a la constitución política-fraude vigente y la vuelta del país a un Estado tan justo con todos como poderoso.

Un típico caudillo fue el general Carlos Ibáñez, que ganó por mayoría absoluta las elecciones presidenciales de 1952. Ibáñez fue oficialmente el candidato del  Partido Socialista Popular de entonces (que era realmente de izquierda), pero, luego de su triunfo, Ibáñez exoneró a los socialistas de su gobierno y terminó sosteniendo el sistema capitalista imperante. Ahora, sólo la socialista Bachelet, con la gran adhesión popular que concita, y que será aun mayor en noviembre, sabe si no será un nuevo Ibáñez.

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