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Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo A veces en nuestras vidas encontramos a personas muy atractivas desde el punto de vista... ¿Sabemos escucharnos?

Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo

A veces en nuestras vidas encontramos a personas muy atractivas desde el punto de vista de su personalidad. Seres empáticos que tienen muchos amigos, seguidores, colaboradores y admiradores. Ahora bien, ¿cómo nace esta atracción?  Simplemente ella surge de manera espontánea cuando alguien es capaz de hacer una acción a favor del otro. Cuando el individuo tiene esa capacidad de escuchar y comprender lo que a su interlocutor le ocurre. Cuando nos atrevemos a “meternos en la piel del otro” y ver la realidad con los ojos del otro, entonces somos simpáticos.

Esta posibilidad de comunicación empática es una  de las características que nos definen como seres humanos. Pero, ¿cuántas veces sabemos escuchar realmente a los demás? ¿En cuántas oportunidades somos conscientes de la necesidad que tiene el otro de hablar y ser escuchado? ¿Cuántas veces nos aseguramos de comprender, antes de ser comprendidos?

En estos tiempos de tensión y presión social, a todas luces, se nos hace más difícil escuchar. En esta sociedad donde predominan las posturas rígidas, dogmáticas y fundamentalistas, es casi imposible respetar las ideas y los sentimientos de los demás. Este fenómeno nos pasa casi a todos, sin excepción. Lo único que nos interesa que los demás atiendan nuestros problemas, pero pocas veces atendemos las necesidades de los demás. Acaso debamos aprender de las personas que sufren sordera, pues ellos aunque no puedan oír sí saben escuchar muy bien. Entienden mucho más que cualquiera.

Hay que decirlo con todas sus letras, vivimos una sociedad de “sordos voluntarios” y los más triste de esta condición es que muchas veces estos personajes se dan cuenta que su frustración reside precisamente en no querer escuchar las verdades que le despejarían el sendero a la felicidad y al amor.

Ante este escenario de sordos, la escucha empática propone una premisa básica: ponerse en el lugar de la otra persona, intentar observar la realidad desde el marco referencial del otro, evitando teñir toda la comunicación con nuestras propias percepciones. Esta propuesta humanista no es sólo una técnica comunicacional, sino más bien una filosofía de vida que puede orientar nuestra relación con los demás y permitirnos construir una sociedad más armónica

En cualquier organización social, el tema de la escucha adquiere una real importancia porque es la principal vía para expresarse libremente y participar  de las decisiones. Por ejemplo, en mi labor docente he conocido muchos casos de alumnos que se autocensuran y dejan de proponer ideas que pueden ser brillantes por el simple temor a no ser escuchados. También he descubierto serios conflictos entre diversas unidades de trabajo, por el hecho de no compartir información y no escuchar lo que los otros tienen que decir. Trabajadores que a veces no se comprometen en los cambios de su organización, pues no se les ha invitado a intervenir con sugerencias y opiniones.

Es indudable  que las instituciones que desean generar participación y consenso entre sus miembros, deben siempre escuchar las demandas de sus participantes para que ellos se sientan participes y den lo mejor de sí. En este contexto, la escucha empática es de valiosa ayuda cuando deseamos que las otras personas se sientan motivadas a realizar un aporte y adoptar comportamientos proactivos. Por eso pienso que los líderes deben cambiar sus paradigmas con respecto  a su vinculación con los colaboradores; en otras palabras, ellos deben ayudar a las personas para que liberen sus emociones y  agudicen su poder de observación creativa, focalizando los problemas y buscando en conjunto alternativa de solución.

Al respecto creo  que una de las condiciones que debe poseer alguien que aspire a liderar un grupo es la de saber meterse en la mente de sus dirigidos para conocer sus fortalezas y debilidades, así como sus aspiraciones y sus miedos. Debe ser sensible a las urgencias de los otros, respetando las normas de convivencia y reconociendo sinceramente las diferencias con los otros.

Probablemente este concepto resulte fácil definirlo, pero bien sabemos que en nuestra cotidianidad es  muy complejo ejecutarlo. Confieso que personalmente más de alguna vez he tenido una postura mental rígida frente algunos temas, con el consiguiente alto costo personal. De los errores se aprende mucho y por ello creo que debemos cambiar la predisposición en relación a la comunicación con el otro.

El escuchar empático exige aprender a querernos y respetarnos, es algo que se construye por dentro. A su vez, hay que reconocer que este comportamiento empático depende directamente de la cultura familiar, social y educativa en la que estemos insertos y de los estímulos que ella nos brinde.

En consecuencia, toda organización que desea alcanzar el éxito debe dejar fluir esta comunicación empática, para que sus miembros respondan positivamente a los desafíos que se les presente y sientan satisfacción personal y orgullo de pertenencia. Tal vez por algo la naturaleza nos proveyó de dos orejas y una sola boca, para escuchar el doble de lo que hablamos. Plutarco ya lo decía en la antigua Grecia: “Para saber hablar es preciso saber escuchar”

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