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Leonel Reyes Fernández, Licenciado en Ciencias Religiosas (*) El psicoanalista y filósofo humanista Erich Fromm afirmaba que “la religión puede curar…pero también enfermar”. Una determinada... Religión enferma y tóxica…

Leonel Reyes Fernández, Licenciado en Ciencias Religiosas (*)

El psicoanalista y filósofo humanista Erich Fromm afirmaba que “la religión puede curar…pero también enfermar”. Una determinada religión –cual sea su verdad religiosa confesional- puede incurrir erróneamente en falsos profetismos, en indoctrinamientos dogmáticos rígidos, en moralismos castrantes y amedrentadores, en pietismos formalistas y opresores del espíritu humano. Todo fanatismo irracional religioso se transforma a corto plazo en una doctrina peligrosa y dañina para la libertad del ser humano y un serio obstáculo para la vida en sociedad.

Pero también una religión puede enfermar y volverse tóxica cuando -uno o varios de sus integrantes- transgrede conscientemente cualquier derecho humano fundamental descritos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los Convenios Internacionales suscritos, en este caso, me refiero a los atropellos y agresiones relacionados a los abusos sexuales contra menores de edad.

Al respecto, si bien, la ley nacional chilena señala que este tipo de delito prescribe o se extingue cuando haya pasado un plazo entre 5 a 10 años, la percepción no es la misma para la sociedad civil y organizaciones de derechos humanos. Cada día hay un clamor generalizado que señala  que no debiera existir prescripción porque niños, niñas, adolescentes y jóvenes abusados sexualmente quedan en una absurda e irracional desventaja catalogada de injusta, insensata y humillante, respecto a sus agresores adultos.  Una reforma al derecho procesal penal, debería dejar nulo la temporización este tipo de delito, porque las consecuencias y daño producido a las víctimas no es temporal ni transitorio, es para toda su vida.

Por tanto, una religión puede enfermar y convertirse en tóxica cuando en definitiva pone en riesgo y amenaza directamente la salud mental del ser humano y transgrede los principios éticos de la convivencia social.

Y esto último es lo que parecer estar sucediendo –en lo particular- en la diócesis de Iquique. Desde que se destapó públicamente el caso de abuso sexual cometido por el obispo de la ciudad, algunos sacerdotes insisten en la inocencia de su obispo, a pesar de los antecedentes en su contra. En sus intentos de salvar su reputación –en sí misma ya deshonrada y menoscabada- ahora intentan involucrar a los demás agentes pastorales de su jurisdicción traspasando subliminalmente el delito cometido por el obispo hacia la comunidad de fe. En este último tiempo se ha gestado un proceso de “victimización” del obispo a tal punto que el foco de atención se traslada a otros sujetos, se traslada a la propia comunidad de fe que poco o nada tiene que ver con la crisis provocada. La ansiedad y la impaciencia los conduce a recurrir a sus últimas cartas con el laicado local.

Religiosas, religiosos, profesores de religión y laicos comprometidos con la actual cúpula jerárquica de Iquique debieran reflexionar y reivindicar el auténtico cristianismo humanista y trascendente: el cristianismo de una fe viva y sanadora, de una fe saludable y constructiva, de una fe atrayente y liberadora, una fe de servicio social y comunitario. En definitiva, una fe al estilo del cristianismo primitivo -de los primeros 4 siglo- que expresaba la alegría del resucitado, a través de la convicción, la verdad, la fraternidad y solidaridad. El Cristo de la fe tiene su fundamento humanista y teológico en el Jesús histórico de los evangelios, por lo tanto, lo auténticamente humano es en sí mismo profundamente cristiano.

Lo evidente y notorio es que la diócesis de Iquique vive uno de sus momentos más inciertos  y confusos de su historia pastoral. Mucha gente se siente lastimada, desconcertada, enrabiada y molesta con la prolongación de esta situación. Se generan anticuerpos y cada día la diócesis de Iquique tiene mayor desacreditación social. Mientras más se prolonga el silencio, mayor es la complicidad y responsabilidad social frente a la justicia y la propia sociedad civil organizada.

Una vez más, se reafirma el imperativo ético social: los delitos de pedofilia –en todos sus matices y formas- deben ser sancionados social y penalmente. Y nos abriga la convicción de que en algún momento esto tiene que concluir y se tiene que depurar. El Vaticano debe de pronunciarse lo más pronto posible y poner fin a esta historia de escándalo y vergüenza pública. La Fiscalía General de la Nación debería seguir los mismos pasos. Mahatma Gandhi señalaba: “cuando me siento desesperado, acudo a la historia y descubro que al final de todo la verdad y la justicia siempre triunfan…”. Y así será, más tarde que nunca.

*El autor de este Artículo es Diplomado en Derechos del Niño y Políticas Sociales para la Infancia-Adolescencia. En la actualidad es Técnico en Prevención y realiza labores de desarrollo social y comunitario en Iquique. 

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