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Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo Una conducta natural en todos nosotros es acercarnos a aquellas cosas y personas que más nos... Chile «picante»

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo

Una conducta natural en todos nosotros es acercarnos a aquellas cosas y personas que más nos agraden, que nos motiven y que nos provoquen placer. Si examinamos nuestros gustos, intereses y discursos plasmados en vivencias; obtendremos una verdadera radiografía de nuestra particular manera de percibir la vida.

Ninguna persona, como es lógico, se compromete emocionalmente con aquellas situaciones que rechaza y siente antipatía. Siempre adquirimos y escogemos aquellas cosas materiales y espirituales que más estén en concordancia con nuestra manera de pensar y sentir. Es por ello que podemos descubrir el interior de las personas y de las culturas, a partir de aquello que les circundan y deslumbran.

Prueba de esto es la ambientación de nuestra vivienda, el vestuario que usamos, la música que escuchamos, los programas de televisión que vemos, las películas que presenciamos, los libros que leemos, etc. Podríamos hasta reinterpretar el antiguo adagio afirmando: “Dime qué te gusta y te diré quién eres”. Aunque tengo que reconocer que en este tema entramos en un terreno fangoso y muy relativo, porque para lo que a uno es bello, tal vez, para el otro resulte feo, y, viceversa.

En definitiva, todo pasa por el filtro de nuestras percepciones personales, la subjetividad y los valores. Cito un caso: el individuo de gusto populachero, seguramente, encontrará espectacular y se emocionará con el show de Kike Morandé o con cualquier espacio de farándula, los que lamentablemente son abundantes en la parrilla programática televisiva. Incluso, esta misma persona estaría dispuesta a pagar una costosa entrada por ver, en vivo y en directo, a cualquiera de estos especimenes de la denominada “cultura huachaca” (Pablo Hunneus). Sin exagerar, conozco más de algún académico que prefiere asistir a estos eventos, antes que presenciar un espectáculo de algún elenco artístico local. Tal como fraseaba la canción de Ángel Parra: “la televisión es estudio de sociólogos que la definen muy bien, pero llegado el momento se sientan a ver TV”.

Estos personajes piensan que el objetivo del arte es tan sólo ayudarnos a  escapar de la realidad.  En cambio, si se les señala que las obras artísticas pueden ser, y son, poderosos medios de proyección de ideas, ellos se asombran y vacilan. Por supuesto, esta postura de “candidez” ideológica facilita muchas veces la asimilación de ideas banales, decadentes y retrógradas, como asimismo de muchas modas que no tienen ninguna sustancia.

Digámoslo derechamente: Una cosa no puede ser hermosa si es fea, ni buena si es mala, ni armónica si es grotesca. Por eso me resisto admitir que en incontables programas televisivos, en las radioemisoras y en las festividades comunales, se insista en lo chabacano, lo fácil, lo de consumo rápido, lo extranjerizante, lo masivo y publicitario. Como si las personas de menos recursos económicos y los demás ciudadanos común y corriente no tuvieran otra opción artística que sólo lo burdo y ramplón.

Indudablemente, hay que respetar y ser tolerantes con todos los gustos; cada uno tiene el derecho a elegir lo que más le guste y siempre la prohibición será el peor camino. Pero, también, hay que entender que no necesariamente las cosas que tienen más alto rating son de buena calidad; en muchas ocasiones la calidad no comulga con el rating y paradójicamente se dan casos difíciles de asimilar.

Otro aspecto del “mal gusto”  es la factura de los textos de la música popular bailable, hágase llamar axé, tecno-cumbia y reggaeton. Aunque muchas letras han sido criticadas como vulgares y groseras; sin embargo, buena parte de estos textos monopolizan el favoritismo de aquellos que se deleitan con el baile.

Es indudable que el gusto es víctima del tiempo y durante toda la historia de la humanidad ha mutado permanentemente. Hoy en día, el gusto forma parte de una tríada (arte, industria y mercado).  Es por ello que el “mal gusto”, unido a las industrias culturales, se eleva y se convierte artificialmente en un “buen gusto” para una gran masa de ciudadanos amaestrados por los medios de comunicación social y el imperio del mercado.

Pero, tal vez, lo peor de todo, es el observar en estos días un Chile chabacano, picante, pintarrajeado con colores amorfos y sombras de vitrinas de mal gusto. Ciudadanos que viven en la soledad del comprador manipulado por la publicidad; individuos que no pregunta nada, que todo lo acepta como un hecho dado y que se deja seducir por el reino de la apariencia y la falsedad. Lamentablemente, en nuestra cotidianidad ya no tienen cabida los valores, los principios y las utopías. Menos la lectura, el arte o la meditación.

Lo digo con propiedad, somos uno de los países más chabacanos y ordinarios de América. Basta encender el aparato de los estúpidos (TV) para darnos cuenta que estamos bombardeados de programas repulsivos y de mal gusto; espacios que gobiernan  la falta de estética, el mal hablar, los chistes burdos que enrojecen por falta de creatividad. Imperecederos programas, publicidad, y una gama de televidentes intelectualmente minusválidos que se sientan en su sillón hipnotizados por la mediocridad nacional. Añadamos a ello, los comentarios y peguntas impertinentes; el humor ordinario y conductores televisivos ignorantes, tanto o más iletrados que los niñitos de aquel reality que no saben respetar a los pueblos originarios, especialmente de otros países.

Lo que más sorprendente es que existe cero autocrítica y se siguen construyendo ídolos con pies de barro que ganan plata a costa de los deficientes intelectuales que aplauden sus peripecias y oscuros deseos. Indigna el mal gusto y la actitud asolapada de las autoridades y organismos pertinentes, independiente del gobierno de turno, que siguen protegiendo y fomentando este territorio de decadencia y de podredumbre ética, bajo el socorrido principio de la democracia y la libertad de expresión.

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