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Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo No siempre el avance de la ciencia y la tecnología trae consigo beneficios para los trabajadores... Pueblos y Artesanos

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo

No siempre el avance de la ciencia y la tecnología trae consigo beneficios para los trabajadores de una sociedad. Precisamente eso es lo que ocurrió con los artesanos después de la Revolución Industria, quienes perdieron su lugar de privilegio laboral que tenían en anteriores etapas históricas; quedando relegados, con la moderna división del trabajo, a un segmento informal de la comunidad.

Sabemos que el artesano es un trabajador que imprime en su obra un carácter individual, distinta a la producción en serie, aunque también utilice algunas maquinas para aumentar su producción; sin embargo, siempre su labor se distinguirá por su sello personal.

Por otro lado, en algunos países latinoamericanos, la artesanía se ha constituido en la manifestación más visible de la diversidad cultural que existe al interior de ellos. Tal es el caso de Perú y México, dos naciones donde la artesanía evolucionó bastante, desde el arte popular que han cultivado por siempre las culturas ancestrales hasta convertirse en la variada y amplia  producción artesanal que hoy conocemos, producida para ser consumida por el público urbano. Incluso en estos días este rubro económico constituye un sector con interesantes expectativas de exportación no- tradicional.

De estos países me referiré a dos lugares mágicos que conocí en diferentes momentos de mi vida y que sintetizan la riqueza artesanal propia de los pueblos originarios. El primero es Quinua, distinguido internacionalmente como un sitio histórico porque allí el 9 de diciembre de 1824 se selló la independencia americana en la batalla de Ayacucho. Esta comarca está ubicada a  37 kilómetros de la ciudad de Huamanga, en un encantador valle andino, donde se fusionan el verde de sus campos, con las típicas casas de adobe, coronadas en sus techos por las particulares iglesias de arcilla, las que habitualmente son acompañadas por un torito o la taruka vasija, donde beben los pájaros cuando la lluvia las llena de agua. La creencia popular dice que las viviendas que tengan estas catedrales de barro estarán libres de cualquier clase de mal que aceche a las familias.

Sus pobladores se destacan por la calidad de sus cerámicas que producen en los talleres familiares y en otros centros instalados por el Estado. Su depurada técnica proviene de la herencia cultural de sus antecesores los warpas y los waris, antiguas culturas que habitaron dichos parajes por los años 550 D.C., antes de ser conquistados por los Incas.

Quinua es tierra de milenarios alfareros, nadie mejor que ellos saben darle vida a la arcilla, técnica plasmada en la creación de: Iglesias, toritos, chismosas, escenas costumbristas, mujeres cargando a sus hijos, parejas comiendo, músicos tocando violín, tomadoras de chicha,  waqra pututo, nacimientos, cruces de la pasión, etc.

De México destaco a la sencilla y alegre Metepec (en habla del náhuatl, significa “en el cerro de los magueyes”), otra villa que con su producción artesanal alcanza fama nacional e internacional. Esta pequeña urbe se encuentra en la zona sur-oriental del valle de Toluca; colinda con la capital del Estado de México, Toluca; y se halla a tan solo 55 kilómetros, al sur-poniente, de la Ciudad de México.

El pueblo no es más grande que Pozo Almonte, con la particularidad que sus aproximados 70 kilómetros cuadrados de extensión están destinados casi exclusivamente a la producción de alfarería, talabartería, hojalatería, platería, vitrales, trabajos en madera, peletería, miniaturas, réplicas prehispánicas, mayólicas, retablos de semillas, árboles de la vida, murales, fierro forjado, papel picado, etc. Sus casas son asombrosos laberintos que invitan a descubrir las tradiciones y la rica cultura matlatzinca, representada básicamente en sus populares artesanías de barro.

Es indudable que Quinua y Metepec son dos hermosos lugares en el mundo, donde el artesano es el trabajador mejor valorado por su comunidad y su creación constituye la mayor riqueza  que redime a estos pueblos.

Ahora si centramos la mirada en nuestra Región es claro que en este territorio también podríamos perfectamente rescatar, poner en valor y difundir nuestra embrionaria artesanía para abrir una nueva perspectiva de espacio, la del turismo cultural, la cual permitiría un marco de beneficios socioeconómicos, precisamente para las comunidades menos favorecidas y que necesitan de instrumentos de dinamización en su evolución económica y social.

En el fondo, el desarrollo de una industria artesanal facilitaría mejorar la calidad de vida y las expectativas sociales de grandes capas de población sumidas en el subdesarrollo o, simplemente, minimizar el desequilibrio entre zonas urbanas y rurales o entre zonas costeras y el interior. La cultura es el gran activo, la riqueza tangible e intangible, de la que son, objetivamente, propietarios indiscutibles sus propios actores y gestores.

Para alcanzar este propósito es necesario capacitar a los artesanos existentes, generar centros de venta, facilidades tributarias para estimular este tipo de industria local y nacional y facilitar los contactos con los mercados internacionales. Si bien existen instancias creadas por el Estado para esos propósitos (CORFO y Pro Chile), sin embargo, hay que reconocer que ellos están abocados, fundamentalmente, a servir de aval para créditos bancarios, pero descuidan otros aspectos muy importantes como son la creación de canales de venta y distribución, vías de transmisión de conocimientos de artesanos mayores a las nuevas generaciones, resguardo de la propiedad intelectual de las creaciones, desarrollar la investigación académica y la promoción de este ámbito cultural, entre otros.

Por otro lado, debemos reconocer que existen diversas fuentes de financiamientos – abiertos y focalizados- no obstante, los sistemas de información son preferentemente digitales, por lo que no logran una cobertura amplia a todos los artesanos. En la política de fomento de las artesanías se manifiesta que “aunque existen programas públicos especiales para la actividad y sus cultores, en materia legislativa no se cuenta con normativas de reconocimiento, significación retributiva ni elementos complementarios de registro de información”.

En definitiva, creo que es fundamental contar con una artesanía propia de Tarapacá, con artesanos capacitados, con espacios dignos donde vender textilería, alfarería, cerámica, orfebrería y todos los trabajos en madera nativa y en todos los materiales naturales de esta zona. Todas estas acciones pueden coadyuvar a preservar y proteger el valor patrimonial de la artesanía, así como las creaciones y conocimientos tradicionales; además, constituiría un polo de desarrollo socio-económico de un sector importante de la comunidad local.

 

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