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Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo El cine como gran espectáculo patriótico comienza con una película conservadora y racista denominada “El nacimiento... Cine Bélico

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo

El cine como gran espectáculo patriótico comienza con una película conservadora y racista denominada “El nacimiento de una nación”, de D. W. Griffith (1915). A partir de ella la industria de Hollywood prácticamente ha representado todos los conflictos bélicos desde el siglo XX hasta nuestros días. Esencialmente, este género tiene su génesis en la exaltación de los valores nacionales en momentos de crisis mundial. Si bien dentro de este formato se escuchan voces antibelicistas minoritarias, sobre todo a partir de los años setenta; sin embargo, la crítica no apunta a  las causas políticas y económicas de la conflagración, sino más bien  a sus crueles consecuencias, desde un punto de vista humanista y complaciente.

Me recuerdo que en la década del 60- siendo un niño- me gustaba mucho ir al cine a presenciar embelezado las películas de guerra; en ese momento,  por supuesto, no sabía discriminar porque los yanquis aparecían en la pantalla tan superiores, valientes e inteligentes; frente a los alemanes y japoneses que eran en cambio tan brutales, torpes e ingenuos para inventar sus tácticas y estrategias. Era la etapa de las clásicas producciones bélicas como: “El Puente sobre el Río Kwai”,1957; “Los Cañones de Navarone”,1961; “El Día más Largo”,1962;”Doce del Patíbulo”,1967;”Patton”, 1970, entre otras. De todas ellas, me parece que “Doce al Patíbulo” es la realización más anómala y simbólica, pues muestra la historia de un puñado de asesinos y violadores norteamericanos que se transforman en héroes, adaptándose a la guerra y ejecutando el trabajo sucio del ejército.

Podríamos seguir sumando títulos del cine patriotero que utiliza este gran medio de comunicación de masas para ensalzar a los ejércitos locales, dejar mal parados a los enemigos, y elevar el ánimo del pueblo para que se comprometiera en la lucha por la defensa nacional. Este tipo de cine, indudablemente, es una propuesta sesgada, idealista, y de muy mal gusto que haya podido producirse en el celuloide. Fueron muy pocos los buenos directores que pudieron zafarse del yugo nacionalista y que se esforzaron por narrar historias que tuvieran un verdadero significado valórico; la mayoría de los cineastas cayeron bajo el influjo militarista.

A pesar de ello, llegaron a nuestras salas, las cintas del neorrealismo italiano: “Roma Ciudad Abierta”, de Rossellini; “Lustrabotas”, de Sica, “La Terra Trema”, de Visconti, “Ladrón de Bicicletas”, de Sica, etc. Este no era en rigor un cine de guerra, sino más bien de retrato social de los países involucrados en la guerra y que vivían una fuerte crisis en todo orden de cosas. Era la otra cara de las fórmulas trilladas y heroicas de los yanquis. Igualmente era otro fruto artístico de la Segunda Guerra Mundial.

En los años 80 y 90 el cine bélico americano se dedicó casi exclusivamente a la guerra del Vietnam. Directores como Oliver Stone, Michael Cimino o Francis Ford Coppola, retrataron casi con maestría un escenario oscuro de lodazales asiáticos y campos de arroz, instalando así grandes representaciones que se convirtieron en imágenes emblemáticas de toda una generación. Películas como: “Johnny Cogió su Fusil”, 1971, de Dalton Trumbo; “Los Visitantes”, 1972, de Elia Kazan; “El Cazador”, 1978, de Michael Cimino; “Apocalipsis Ahora”, 1979, de Francis Ford Coppola; “La Cruz de Hierro”, de Sam Peckinpah, 1977; permitieron a los estadounidenses realizar su “mea culpa” por todas las atrocidades cometidas sobre el glorioso pueblo vietnamita.

Con todo, no insistieron en esa materia puesto que era embarazoso filmar su propia derrota. Entonces, se volvieron nuevamente a la II Guerra Mundial, un conflicto más distante, donde ellos figuraban como superhombres y sus directores podían rodar sin tener que tomar una postura política determinada.

Una de las películas más cuestionada de esa época, por su abierta apología de la intervención USA en Vietnam, fue sin duda “Los Boinas Verdes” (1968), protagonizada y dirigida por el duro actor John Wayne. Su contenido encerraba un anticomunismo feroz; sus personajes estaban estructurados de manera extremadamente simplista y la trama era groseramente esquemática. Lo único en limpio que sacábamos de su propuesta era entender como el cine era aprovechado por el país del Norte como un instrumento propagandístico para sus fines imperialistas.

En una segunda instancia surgieron buenas creaciones, como “Taxi Drive” y otras, que mostraron los problemas de post guerra, con los veteranos sin trabajo, los inválidos, los sicóticos, los insanos y todos los marginados por el Estado y la sociedad. Este cine se centró en el soldado como persona, el cual tiene sentimientos y temores, además de numerosas dudas morales sobre la corrección de las acciones que se ve obligado a realizar.

En resumen, en esta etapa, el estilo se diversifica en un amplio abanico de etiquetas que van desde las películas bélicas, antibélicas, “cultas”, de propaganda, documentales, de aventuras, o incluso de ciencia ficción, que adoptan la cubierta del género para ofertarse mejor en el mercado.

En la actualidad este cine americano pretende utilizar el argumento para mostrar aspectos hiperrealistas del mismo y el sinsentido de la hecatombe, pero continúa mudo en lo relativo a las causas y ciego respecto al contexto general. Buenos ejemplos de estas producciones son: “La Delgada Línea Roja”, de Terrence Malik, 1998, que reflexiona sobre el mal en abstracto en medio del fragor de los combates; “Black Hawk Down”, de Riddley Scott, 2002, situada en Somalia; la ambivalente y sentimentalista “Salven al soldado Ryan”, de Spielberg, 1998; y,  la millonaria pero débil película, “Pearl Harbor”, de Michael Bay, 2002.

Dentro de esta nutrida gama de películas bélicas, hay algunas que, de acuerdo a mi opinión, tienen sus propios méritos: “La Caída de los Dioses” (1969), de Luchino Visconti, La Chaqueta Metálica” (1987), de Stanley Kubrick “La Caída” (2004), de Oliver Hirschbiegel, “El Pianista” (2002), de Román Polanski, “La Vida es bella” (1997), de Roberto Benigni, “Cartas desde Iwo Jima” (2006), de Clint Eastwood, Rescate al Amanecer” (2006), de Werner Herzog, Paradox Soldiers (2010), de Oleg Pogodin y Dmitri Voronkov”, entre otras cintas.

Definitivamente, esta categoría estética patriotera, militarista y épica-aunque está en decadencia- ha sido elevada al nivel de arte, sobre todo por los americanos quienes son maestros en fabricar guerras para Hollywood. Debemos sí reconocer que los mismos cineastas nos han dejado obras maestras que ni los más antibelicistas intentarían poner en tela de juicio. Por lo demás, toda estrella norteamericana que se precie de tal, debe pasar por la prueba de vestir el uniforme de su ejército, disparar una metralleta, conducir un tanque o avión y demostrar que es un buen patriota. Para algo le pagan, envidiablemente excelentemente bien.

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