Edición Cero

Cambio 21 / Por Luis Casanova R.- Lo que queda queda para el balance: intolerancia mutua entre partidarios y detractores de Pinochet, una figura que... Exhibición de documental de Pinochet: La particular guerra de Matta con San Diego

Cambio 21 / Por Luis Casanova R.- Lo que queda queda para el balance: intolerancia mutua entre partidarios y detractores de Pinochet, una figura que sigue dividiendo al país y una fracción de la ciudadanía que nos hace entender que mientras la calidad de la política siga estando por los suelos insistirá en poner una bandera de lucha que, aparte de añeja, no nos deja crecer como país que supuestamente está en vías de desarrollo.

Un gran operativo de Carabineros, decenas de camarógrafos (medios de comunicación, agrupaciones políticas y organizaciones sociales y simples ciudadanos), centenares de manifestantes contra el documental «Pinochet» y cerca de 1.200 espectadores viendo el material dedicado a la memoria del fallecido dictador en el teatro Caupolicán representaba el telón de fondo.

Un helicóptero de Carabineros sobrevolando el lugar; un efectivo policial grabando lo que sucedía desde el cuarto piso de una construcción; un perímetro de cuatro cuadras a la redonda que impedía el acceso de todas aquellas personas que no tenían nada que ver con el evento; Fuerzas Especiales protegiendo la integridad física de los asistentes al homenaje que ingenuamente llegaban tarde; y un clima de rechazo y odio generalizado de parte de los detractores del fallecido militar le ponían tensión y calor al frío ambiente mañanero del domingo 10 de junio.

La escena era la siguiente: en Avenida Matta con San Diego, los militantes del Partido Comunista, sumado a sus pares del PC Acción Proletaria, estudiantes, dirigentes de izquierda y de comunidades indígenas y otros sectores miraban con sospecha cualquier atisbo de pinochetismo. Es decir, lentes oscuros, bigotes, personas que llegaban solas (sobre todo de la tercera edad), rubios y morenos de pelo excesivamente corto y de perfecto afeitado y una incauta familia que estacionó su auto a sólo metros de la turba.

El resultado fue obvio: los insultos y escupitajos de la concurrencia los obligaron a volver al vehículo. La masa, al percatarse de la situación, corrió a lanzarle piedras. De hecho, un proyectil de gran tamaño impactó de lleno en el parabrisas. Cual persecución por TV, el conductor retrocedió a gran velocidad hasta llegar a calle San Francisco. De suerte no atropelló a nadie, ni chocó con un par de motos que venían viajando por la misma vía.

Minutos antes, una señora de varias décadas osó dirigirse a la barrera de carabineros que separaba a los protestantes del teatro. En el trayecto, no sólo le dijeron de todo, sino que también recibió un jab de derecha que impactó en pleno rostro, gentileza de una abuela vitamina que, de verdad, era de temer.

Peor le fue a una joven pareja que apareció de entre medio de la barrera de oficiales rumbo a la esquina del terror. Ella lloraba mientras era golpeada y él trataba esquivar las patadas y palos que llegaban de todos los flancos. «Nazi», le gritaban. La cosa se puso fea cuando la policía fue a resguardarlos y una lluvia de piedras cayó sobre sus ojos. La sangre y el dolor se mezclaron en un abrazo de impotencia que se prolongó al momento de iniciar la huída hacia Parque O´Higgins. De paso, un templo evangélico quedó con sus vidrios quebrados.

De tanto en tanto, el carro lanza aguas dispersaba a la concurrencia, aunque no por mucho tiempo.

Seguía sonando la música de un conjunto musical mapuche apostado en el bandejón de Matta con San Diego. Justo ahí, como por arte de magia, llegó Catalina Saavedra, la protagonista de «La nana» que hace poco gritó «abajo Piñera» en la entrega de un premio. Portaba una bandera chilena y una cámara digital. Los asistentes le pedían fotos con ella y la felicitaban por su calidad actoral.

«Qué por qué vengo», nos señala contrariada. «Siempre voy a las marchas, tenía que estar en ésta», agrega. Siguen los saludos, los cánticos contra Carabineros, «el que no salta es Pinochet» y un sinfín de consignas que nos trasladas a los inolvidables tiempos de la oposición ochentera.

Eso sí, tanta euforia casi termina con nuestro fotógrafo detenido y dentro de una micro verde. Si no es por los manifestantes y la presión de los «cascos azules» (observadores de derechos humanos), la siguiente parada hubiera sido la comisaría.

Pero no. Solamente fue un susto y un par de hombros adoloridos. Tan adoloridos como el tipo que de tanto protestar quedó con la frente rota por un piedrazo lanzado por sus pares.

Para el final el actuar de los encapuchados, quienes usaron las botellas recicladas como barricada y la vegetación urbana como combustible para encender fogatas.

Lo demás queda para el balance: intolerancia mutua entre partidarios y detractores de Pinochet, una figura que sigue dividiendo al país y una fracción de la ciudadanía que nos hace entender que mientras la calidad de la política siga estando por los suelos insistirá en poner una bandera de lucha que, aparte de añeja, no nos deja crecer como país que supuestamente está en vías de desarrollo.

Por ahora, seguimos siendo tercermundistas, hijos y nietos de la dictadura. Mañana quién sabe.

Los comentarios están cerrados.