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Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo Vivimos en una época en la que la creatividad ha sido reemplazada por la fama; lo... Ídolos con pies de barro

Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo

Vivimos en una época en la que la creatividad ha sido reemplazada por la fama; lo perdurable por lo efímero; la genialidad por la popularidad. Hoy la fama no requiere la justificación del tiempo ni de la calidad; la popularidad se ha transformado en otro dispositivo del mercado y responde a las necesidades del mismo.

En estos días se fantasean con ídolos de barro, fabricados en laboratorios para no trascender, sino para ser sustituidos y desechados con rapidez. La verdad que muchos de los conocidos personajes que invaden los medios de comunicación de masas (artistas, políticos, comunicadores, deportistas y otros), poseen escasas cualidades que justifiquen su notoriedad. Precisamente estos son los modelos que se nos imponen, estrellas intangibles para que lo banal se adore a sí mismo. A estos individuos las empresas grabadoras, las editoriales, las revistas especializadas, los discjockey les rinden pleitesías, más aún cuanto mayor sea la insignificancia que lo ha elevado a su privilegiado sitial.

Desde tiempos pasados la industria del cine y los medios de comunicación han levantado figuras para fantasearnos la realidad; personajes endiosados que posteriormente se han desmoronado por su poca consistencia ética. Gloria Trevi, Maradona, Michael Jackson, entre otros, se presentaron inicialmente como rebeldes de la sociedad. De este modo, se caracterizaron por su insolencia a las jerarquías, conducta que atrae en especial a los imberbes jóvenes. Audaces, cuestionadores de la moral del mundo, pero con todo cayeron estrepitosamente en su propia trampa, convirtiéndose después en el blanco de las ácidas críticas de la opinión pública.

¿Cuál es la virtud que tienen los jóvenes que participan en los reality? Ninguno. Todo lo contrario, la tendencia es a incluir a individuos que sean desinhibidos, controvertidos y que generen polémicas, pero sin ninguna sustancia cerebral. En definitiva se replica este formato porque vende portadas en los diarios y genera expectativas entre los consumidores.

Por otro lado, existe una actitud de restarle consideración al esfuerzo y al trabajo concienzudo que, a mi modo de ver, constituye un preciado valor humano, el cual deriva fundamentalmente de la libertad creativa. Esa libertad de elegir un destino existencial e histórico. Esa libertad de poder crecer como persona, de superar nuestras propias limitaciones y de inventar nuevas posibilidades de vida.

Sin embargo, nuestras vidas parecen sustentarse en el mismo soporte que la fama, el de la admiración hacia lo socialmente reconocido como valioso, aunque esa similitud sea un espejismo. Por ello la gente busca en los programas televisivos algo importante que les falta en su interior y se entusiasman cuando ven a jóvenes y otros no tan jóvenes que compiten, a veces con maniobras destructivas, para ser famosos y reconocidos públicamente.

Me molesta que los productores televisivos no sean capaces de imaginar otros espacios en los que se valoren distintos esfuerzos y metas más significativas que cantar o bailar bien, como son luchar contra la pobreza, ayudar a los enfermos, salir a conocer el mundo real, enseñar al que no sabe, revalorizar nuestras tradiciones, expresar sus vocaciones, transmitir belleza, trabajar en forma comunitaria, etc.

Es claro que los medios de masa ejercen sobre todos nosotros una decisiva influencia para crear y echar abajo imágenes públicas con una rapidez increíble. Parece que fuera de la incesante exhibición en los medios no hay éxito posible; esto revela por qué la fama no es duradera. Un vencedor actual, puede ser el enorme fracasado del futuro. Vivimos con la avidez latente de poseer héroes artificiales, pero a la vez nos sentimos amenazados por el fracaso estrepitoso; este dispositivo interno favorece el aparecimiento de imágenes que pueden provocar temporalmente un impacto social, pero al pasar el tiempo también pueden convertirse en funestos sucesos.

Cada vez es más fuerte la tendencia en muchos programas televisivos a transmitir de manera vulgar la cultura del exitismo. ¿Es esa acaso la vida que queremos para nuestros hijos? Ciertamente, esa es una existencia muy superficial porque si logran llegar a ser «famosos» va a ser algo momentáneo y luego deberán enfrentar depresiones y crisis vitales para adaptarse a una vida normal. Perfectamente sabemos que lo substancial en la vida no es lograr el aplauso fácil y la idolatría, sino buenos valores. El exitismo no es una categoría moral. Es, no obstante, lo único que hoy desgraciadamente se admira.


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